Internacional
Los mafiosos de la inmigración apuran sus últimas horas en Hungría
ABC, , 14-09-2015Al olor del dinero fácil conductores piratas pescan refugiados junto a la frontera con Serbia
Tres jóvenes se acercan decididos a una furgoneta, fuerzan la puerta y literalmente arrancan el volante, que dejan en el asiento del conductor. Parece que estaban intentando robar el vehículo. Pero no. «Estoy harto de estos traficantes. Se lo dije ayer, queno dejaran aparcada aquí la furgoneta», grita enfurecido uno de ellos. Driantin Berisha, es un kosovar de Prizren de 19 años que lleva tres meses regentando el restaurante Laci&Lali a las afueras de Roszke, en el sur de Hungría.
Desde hace semanas esta zona es la vía de entrada de decenas de miles de refugiados e inmigrantes que llegan desde la vecina Serbia. El sábado se batió el récord con más de 4.300. Al olor de la desesperación y el dinero fácil acuden conductores piratas que les ofrecen llevarlos hasta Budapest, a unos 180 kilómetros, o incluso hasta Austria. Las tarifas rondan los varios cientos de euros por persona. Es una vía mucho más cara pero más discreta que la del transporte público, para el que a veces los recién llegados están vetados.
No son pocos los refugiados que tratan de esta forma de escapar del control policial y de la imposición de las autoridades húngaras de recluirlos en campamentos donde les obligan a identificarse bajo la amenaza de ser expulsados del país. Hay, además, más prisa en las últimas horas tras el aviso del primer ministro Viktor Orban de cerrar este martes el paso por el que llegan todos ellos.
En el interior de la furgoneta, modelo de la marca Hyundai de color verde y matrícula húngara, se aprecian prendas de vestir, zapatos, varias esterillas y dos mochilas, efectos que recuerdan a los que los emigrantes dejan por el camino. Al vehículo le han retirado algunos de los asientos para que entren apiñadas más de las nueve personas que permite la ley. Lleva los cristales tintados. Todo apunta a que ha dado ya algún que otro viaje.
La Policía parece desbordada por la situación que se vive en la línea fronteriza, a pocos kilómetros del restaurante de Berisha, y no parece querer dar importancia al asunto de los mafiosos. Las caravanas de coches y furgonetas cargadas de agentes haciendo sonar sus sirenas van y vienen por la carretera. Berisha para uno de los vehículos, para denunciar el caso. Los policías ni se inmutan, siguen el camino tras una conversación de apenas treinta segundos. El enfado del joven aumenta mientras se queja de su pasividad.
«A media noche escuché gritos cuando ya estaba acostado. Estaban aquí delante del restaurante los traficantes y los inmigrantes. Los eché de aquí porque no quiero problemas con la Policía» añade mientras sigue trabajando. Poco después, la furgoneta será empujada hacia una cuneta, donde permanece sin que nadie se haga cargo de ella dos días después.
En la rotonda que da acceso a la autopista a Budapest desde la carretera de Roszke hay una gasolinera con un aparcamiento de camiones, este es otro lugar en el que los traficantes tratan de hacer morder el anzuelo a los refugiados. Algunos no esconden, como han reconocido a este reportero, que traen sumas importantes de dinero para afrontar el viaje. Cuentan que ya han tenido que afrontar negociaciones oscuras de este tipo, como para conseguir cruzar en barca desde la costa turca a las islas griegas del mar Egeo.
En la zona de la valla fronteriza un agente no parece dispuesto al principio a comentar el asunto, pero reconoce que no pueden estar en todos sitios. Se limita a hacer una mueca cuando es preguntado si sabe si ha habido detenciones. Y, eso sí, deja entrever que muchas de esas aventuras acaban costando caro: sin los emigrantes en su destino y con el traficante con el dinero bien amarrado. Evidentemente, sin denuncia de por medio.
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