sociedad

“Tenemos que echar una mano como sea”

Las familias guipuzcoanas que se han ofrecido voluntarias para ayudar a los refugiados aguardan una respuesta de las instituciones; CEAR Euskadi agradece el gesto altruista pero aboga por una atención más profesionalizada. 

Diario de noticias de Gipuzkoa, Jorge Napal, 12-09-2015

Viendo el drama por televisión sintió de inmediato la obligación de hacer algo. “Tenemos que echar una mano como sea”, les miraba Iker Carrasco a sus padres ante las imágenes de miles de desplazados huyendo de la miseria. Iker tiene 29 años, vive en Aretxabaleta, y se ha visto interpelado por el mayor flujo migratorio que registra Europa desde la II Guerra Mundial. Actualmente se encuentra en paro y no tiene perspectivas de encontrar un empleo a corto plazo. Su padre está jubilado, y su madre trabaja esporádicamente limpiando casas sin cobertura social. Nada de ello, sin embargo, ha sido obstáculo para echar una mano.

“Por suerte, con la pensión de mi padre tenemos cabida para una persona más en caso de ser necesario. Le podríamos dar de comer y un lugar donde dormir hasta que se viese cómo se reconduce la situación”, detalla el joven, movido por un impulso solidario.Quieren ayudar en la medida de lo posible. El aluvión de peticionarios de asilo, sin precedentes en la historia reciente, ha despertado en Gipuzkoa una corriente solidaria en la que cada uno aporta lo que buenamente puede. Estos días no deja de sonar el teléfono de las ONG atendiendo llamadas de particulares que ofrecen, desde pinturas para los niños, hasta alimentos, ante lo cual las instituciones piden calma. La guerra en Siria ha cumplido su cuarto aniversario, pero la irrupción en el campo de batalla del Estado Islámico ha intensificado aún más el conflicto, provocando que millones de sirios hayan abandonado sus hogares, lo que se ha grabado a fuegos estos días en las retinas de tantos voluntarios guipuzcoanos. La respuesta ciudadana ante esta crisis humanitaria vuelve a ser ejemplar, aunque en esta ocasión quizá no sea necesaria su intervención, puesto que los planes de las instituciones pasan por priorizar el uso de bienes públicos, como albergues municipales.La donostiarra Carmen Egiazabal también está a la espera. Ella figura en la lista de voluntarios que ha ofrecido sus datos a la Comisión de Ayuda al Refugiado en Euskadi (CEAR), dispuesta a ceder un local e incluso una habitación de su apartamento en el caso de que fuera necesario. Por el momento, ni Carmen ni la familia de Iker saben si acabará recalando en su hogar alguno de los cerca de 350 refugiados que llegarán a Gipuzkoa. Fuentes de la Diputación agradecen a estas familias su gesto pero piden “tranquilidad”, puesto que “todavía es pronto” para trazar la letra pequeña del plan de acogida. De hecho, es necesario realizar un censo de las personas que lleguen para responder a sus necesidades en función de cada perfil. “Lo que no está previsto es que vengan en masa como ha podido ocurrir en otros países. Aquí lo harán de manera más escalonada”, detallan las mismas fuentes. En realidad, a día de hoy, más que de refugiados cabría hablar de fugitivos, en la medida que todavía no han encontrado un Estado que les de refugio, algo que ocurrirá en Gipuzkoa a mediados de octubre, según el calendario previsto. Huyen desesperados por salvar sus vidas y las de sus hijos, dejando atrás persecuciones sangrientas y posguerras también letales. El porcentaje de menores de cinco años es del 15%, y el de aquellos que apenas han rebasado los diez, del 35%.Tanto Carrasco como Egiazabal, los voluntarios, saben que responder a esta crisis humanitaria tiene un componente muy complejo. “Esto no es la acogida de unos niños saharauis en verano. Vienen personas que van a requerir de un acompañamiento de mucho tiempo, y todo ello con el drama personal que arrastran, con su lengua, su cultura…”, enumera Carmen. TraumasVivir bajo las bombasPérdida de seres queridos¿Pero cómo llevar a cabo un proceso de acogida tan sensible? Este periódico ha querido ir un poco más allá y conocer cuáles van a ser esas necesidades y el escenario que puede plantearse a partir de ahora. “Hablamos de un trauma ante el cual no existe una única respuesta”, advierte Irene Cormenzana, que ha conocido durante años la realidad de las personas refugiadas. “Uno de los errores que se suele cometer es pensar que por el hecho de que se les brinde ayuda, van a estar permanentemente agradecidos. Generalmente es así, pero ellos también pueden tener un mal día, y pueden surgir problemas de todo tipo”, observa esta mujer, coordinadora durante muchos años de SOS Balkanes, ONG que nació en Donostia en 1992 como reacción a la barbarie en la exYugoslavia.Aquel conflicto también movilizó a Euskadi, donde se acogieron a 133 personas, en su mayoría mujeres y niños. “Poco importa que difieran los intereses que defienden los grupos contendientes en ambas guerras. Visto en conjunto, las personas que huyen hoy y las que lo hicieron entonces, tienen en común el trauma de haber vivido bajo las bombas y haber perdido violentamente a seres queridos”. Aprendió entonces ciertas cosas de la experiencia de la guerra en la antigua Yugoslavia que cree que son aplicables a la situación actual, como la angustia de estas personas por abandonar su tierra sin saber cuándo podrán regresar, ni qué será de los que se quedan allí, o la conmoción por el desmoronamiento de los pilares sobre los que hasta ayer se sustentaba su vida, incluida la destrucción de tesoros del patrimonio cultural cuyo valor no sólo es solo artístico e histórico, sino también emocional. Lo primero que hay que tener en cuenta al prestar atención a las personas que lleguen a Gipuzkoa, dice, es que “cada una de ellas es individual e irrepetible y no existe una única respuesta a la hora de afrontar este trauma”. Así, asegura que “habrá personas cuya sensibilidad se verá acentuada y, en los casos más extremos, tendrán dificultades para soportar incluso la violencia de baja intensidad con la que nos topamos en nuestra vida cotidiana. Habrá otras que, por el contrario, se harán más duras, menos sensibles al dolor propio y ajeno”, aventura. La guerra, conviene no olvidarlo, tiene un enorme potencial deshumanizador.Entiende que uno de los primeros errores a evitar es el de la simplificación de esperar una determinada respuesta de todas las personas que huyen. “Cada una de ellas, como es natural, es un mundo y habrá personas que serán comunicativas y otras calladas; personas ingenuas y otras desconfiadas; personas generosas y egoístas; simpáticas y antipáticas. Es decir, lo primero es comprender que no recibimos a personajes de un relato, sino a personas de carne y hueso, con su propia biografía a sus espaldas, por tanto seres complejos, incluso aunque sean niños”, precisa.Conflicto armadoVulnerabilidadAtención "profesionalizada"Preguntada al respecto por la atención específica que requieren estas personas, Estíbaliz Martínez Estarta, trabajadora social de CEAR Euskadi, no cree que la acogida por parte de voluntarios o familias sea en este caso la opción idónea. “Agradecemos a todo el mundo su desinteresada respuesta, pero vienen de un conflicto armado, en una situación muy vulnerable, y es precisa una atención profesionalizada”, defiende la experta. “Puedes prestar tu habitación durante unos meses, ¿pero luego qué pasa? Hoy en día existen dispositivos profesionalizados, y la verdad es que la de las familias es una opción que no contemplamos”, zanja. Para Cormenzana es crucial que exista “un buen canal de comunicación”, de modo que todas aquellas personas dispuestas a echar una mano formen una red con el apoyo de las instituciones públicas. “De lo contrario, individualmente, es imposible ofrecer una respuesta adecuada”. Dice que tan importante como proveer de lugares de acogida en condiciones es “darles voz” y posibilidad de autogestionarse. “Esto implica escuchar cuáles son sus preocupaciones y sus necesidades pero no para convertirlos en sujetos pasivos, de los que se espera que se limiten a aceptar de buen grado lo que se les proporciona, sino para compartir con ellos la gestión de sus problemas. Hay que tratarles como personas capaces; con dificultades, pero capaces”, precisa. Insiste la experta en crear buenos canales de comunicación. “Hacen falta personas que hagan, inicialmente, de intérpretes y que les inspiren confianza. No se puede repetir el error cometido con las personas de Bosnia a las que se puso como intérpretes a gente que por su filiación política, simpatizaban con los agresores”, rememora. De hecho, hubo en aquella guerra quien no comprendía que la desconfianza hacia estos intérpretes “estaba totalmente justificada” y que el temor de que pudieran producirse represalias a sus familiares en Bosnia si contaban ciertas cosas, no era una paranoia sino una posibilidad real. “Junto con los intérpretes, es preciso que desde el minuto uno se facilite la enseñanza de la lengua del lugar de acogida o de una lengua de intercambio que resulte viable para ambas partes”, precisa.

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