El perro, la chocolatina y el vestido

El ‘Plan Margarita’ es una ambiciosa estrategia para cambiar la política de asilo para los refugiados en la Unión Europea inspirado por mi abuela, que consiste principalmente en esos tres elementos.

Diario de noticias de Gipuzkoa, , 11-09-2015

como reportero siento que he fracasado. He visitado diversos campos de refugiados y desplazados, hace años que documenté los naufragios en el Mediterráneo y conocí a los que sobreviven al cruzar fronteras con sus familias. Y algo ha fallado al explicar qué les ocurre al otro lado de nuestras verjas cuando la vida y la foto del niño sirio ahogado en una playa es más valiosa estando muerto que vivo. Eso me asquea y me duele. Es un fracaso.

Sin embargo, hay una persona a la que nunca le ha hecho falta ver esas fotos, ni conocer al detalle las cifras para entenderlo. Es mi abuela Margarita. Ayer desayuné con ella y de nuevo me pasmó la ternura y la sinceridad con la que mira en la portada del periódico el éxodo de mujeres, niños y hombres jóvenes atascados en estaciones de tren, llegando con harapos a las playas.

Ella lo tiene claro: acogería a más refugiados. “Es que si todos ayudásemos y nos preocupásemos un poquico; hasta nosotros los viejos, pues también”, me dice. Yo le cuento que vienen de Siria, de Sudán, de Afganistán, de Somalia o Eritrea. Y ella me contesta: “Es que salieron de casa sin nada y no por gusto. ¡Que huyen de una guerra!”.

Mi abuela conserva tres recuerdos que si los aplicásemos a las agendas de jefes de estado o a nosotros mismos quizás sirviesen para salvar a más gente y mucho antes. El silencio de un perro, una chocolatina y un vestido. Son los tres elementos que fundamentan el ambicioso Plan Margarita para cambiar la política de asilo de refugiados y la percepción que tenemos de ellos.

EL PERRO Eran las diez de la noche en el barrio de La Higuera, en Tafalla. El perro se llamaba Poli. Un chucho insoportable de los vecinos de abajo que acostumbraba a encabritarse cuando algún extraño andaba por las escaleras. Aquella noche dos hombres, “altos altísimos”, y una niña franquearon el portón y subieron. Al pasar por el primer piso y rebasar la puerta de Poli, el perro calló. El recuerdo de lo que aconteció aquella noche extraordinaria es ese silencio: la ausencia de ladridos.

En casa, estaban los padres de Margarita, Benedicto y María, y con ellos una vecina, Irene, con su hijo José. Abrieron la puerta atemorizados. Toda la familia, atónita, chilló de alegría casi al unísono. Allí apareció su hermana Asun, junto a aquellos hombres. Hacía dos años que no sabían nada de ella. “¡Por fin estoy en casa! ¡Estoy en casa!”, gritaba su hermana.

LA CHOCOLATINA Todo había comenzado dos veranos atrás. Primeros días de julio de 1936. Margarita había ganado en la escuela un viaje a Donostia, junto con otras niñas, como premio. Tenía nueve años. Su hermana Asun, dos años mayor, le esperaba en Errenteria, donde pasaban algunos días con una familia amiga de sus padres. Dos semanas más tarde, estallaba la guerra civil. Margarita había regresado a Tafalla, por recomendación de la profesora. Pero su hermana se quedó en Gipuzkoa. Allí, los bombardeos y los tiroteos pronto se hicieron diarios. Su hermana fue evacuada junto a otros niños a Bilbao.

Asun se convirtió en una niña refugiada. Dormían en campos y alojamientos improvisados. Recuerda las filas de interminable espera para comer un poco de pollo. Una mañana, las bombas cayeron al lado, mientras esperaban. Otro día, en la fila se armó un gran tumulto: hubo un agolpamiento de gente desesperada y una mujer que llevaba unas enormes agujas de costura en la mano, aplastada por el gentío, se las clavó y se hirió.

Gracias a los voluntarios de la Cruz Roja Internacional, Asun escribió algunas cartas para que sus padres supiesen dónde y cómo estaba. Fue en vano, se extraviaron. Durante ese tiempo nunca tuvieron noticias suyas. En los pueblos se armaban corrillos de madres desesperadas preguntando por sus hijos, por sus parientes. Todo era confuso, se mezclaban apellidos, nombres, bulos y hechos. Algunos habían sido evacuados a Francia, la URSS o Inglaterra.

Mi abuela Margarita recuerda que lo último que hizo con su hermana en Donostia fue comprar unas chocolatinas. “¡Aquí no las había tan deliciosas!”. Pero su hermana, que aún se iba a quedar unos días en Errenteria, le prohibió que se la comise sin estar ella. Y le obligó a guardarla. Después, fue María, la madre, la que pidió a Margarita preservar la chocolatina hasta que regresase su hermana.

el VESTIDO Semanas más tarde, un joven soldado de Tafalla que había sido destacado a Errenteria visitó la casa donde había estado Asun. El joven requeté encontró el apartamento en ruinas, sus compañeros la habían saqueado. Para su sorpresa encontró un vestido rosa, de niña, colgado detrás de una puerta. Era de mi abuela Margarita. Ni la familia ni Asun cuando huyeron, ni los fascistas cuando desvalijaron la vivienda habían reparado en aquel vestido. Quedó olvidado.

Durante esos dos años, escaseó la ropa, los zapatos y las telas. Margarita recuerda que cuando su hermana regresó, aquella noche, el encuentro fue cómico: “La vi en la puerta y me parecía que estaba gordísima, ¡pero es que llevaba cinco o seis vestidos uno encima de otro!”. Salió del país con lo que llevaba puesto y regresó sin equipaje pero aprovechó a traerse toda la ropa que le había donado la caridad y se vistió un traje sobre otro. Se fue una niña y volvió casi una mujer de catorce años. Tras dos años sin ir a la escuela, Asun decidió que no volvería al colegio.

Para regresar a Tafalla, inició un periplo en barco desde Bilbao, que le llevó por diferentes puertos y caminos. Pasaron mucho tiempo en el mar. También en Francia. El relato de una niña cruzando fronteras, escapando y viajando en barcazas, durmiendo y viviendo junto a desconocidos se vuelve confuso. Existe la posibilidad incluso de que estuviera en campos de refugiados al sur de Inglaterra. Finalmente, en un puerto, Asun se fue con un matrimonio de Logroño que se comprometió a acercarla a casa. Y así, hasta que Poli la olisqueó y no ladró esa noche.

En definitiva, la estrategia del Plan Margarita se basa en tener más presente que a esos hombres y mujeres que cruzan fronteras quizás también se les olvidó un vestido colgado detrás de la puerta porque salieron corriendo; o que se marcharon con la promesa de volver para merendar. Y que mientras estuvieron ausentes alguien les prestó mantas, les dio de comer, les abrigó y cuidó de ellos o de sus hijos como si fuesen suyos. Que durante ese tiempo fueron clandestinos, se unieron a otras familias, hablaron otras lenguas, viajaron lejos, se jugaron la vida. Y que lo que más desearon todos fue estar seguros y con los suyos. Y regresar a casa y que se calle el dichoso perro del vecino. Porque sé que mi abuela cuando ve esas fotos desea que esa gente llegue bien a casa. Que lleguen bien a donde sea. O que lleguen bien aquí. Porque me dice: “Si es que les pasa como a mi hermana”. Pues eso, como tu hermana.

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