Internacional

Cientos de inmigrantes rompen sus papeles para pasar a Hungría como refugiados sirios

ABC, luis de vega Enviado especial a Roszke, 11-09-2015

Muchos extranjeros de diversas procedencias atraídos por los mensajes a los huidos de la guerra de la canciller alemana, Angela Merkel

Cruzar de Serbia a Hungría es entrar a zona Schengen, donde se supone que el control fronterizo se relaja y el camino queda expedito, solo tras cruzar Austria, hacia la soñada Alemania. Muchos lo intentan a toda costa.


Khokan Miah, de 35 años y originario de Bangladesh, ha pasado la última década en Grecia. Allí vivía con su mujer, Shana Begum. Se ganaba la vida de cocinero en un restaurante. Asegura que tenía una vida familiar estable, que estaba al día de la seguridad social y que pagaba sus impuestos. También en el país heleno nació su hijo Atik, en el Hospital General Alexandra de Atenas, la capital. Fue el 5 de febrero de 2011.


A pesar de todo, las autoridades acusaron a Khokan Miah de pagar a una mafia para poder tener todos sus papeles en regla. Su abogado defensor argumentó que no había pruebas para tal acusación. De nada sirvió. Entre el 2 y el 12 de abril de 2012 este hombre pasó diez días en la cárcel. La Justicia griega decidió que debía regresar a su país y le dieron un plazo de 30 días. Pero no debió irse, porque en mayo de este año le hicieron unos análisis en el hospital Theagenio de Salónica.


Todo esto se deduce de la documentación que este enviado especial ha hallado cerca de la vía del tren que separa Serbia de Hungría y por la que estos días pasan miles de personas en dirección a Alemania. La partida de nacimiento de Atik, la resolución judicial con sus argumentos y los de su abogado, los resultados de los análisis de Salónica…


Ese tipo de órdenes de expulsión pocas veces se llevan a efecto. Khokan Miah no regresó a Bangladesh en 2012. Muy probablemente ha emprendido el camino contrario hace pocos días si tenemos en cuenta el lugar en el que han aparecido abandonados sus papeles. ¿Por qué los tiró, algunos importantes como la partida de nacimiento de su hijo? Ni siquiera los rompió. Seguramente porque no quiere dejar rastro de una presencia tan larga en Grecia. Una década, pues cuando fue encarcelado en 2012 argumentó que llevaba siete años en el país.


Este bangladesí es sin embargo solo una de los miles de personas que en los últimos meses ha emprendido el camino hacia el centro de Europa. Unas 170.000 personas han llegado de esta forma a Hungría en lo que va de año. El miércoles se batió el récord con 3.321. El Gobierno del primer ministro, el conservador Viktor Orban, levanta una valla fronteriza, ha endurecido las leyes antiinmigración, quiere enviar al Ejército a la frontera y sopesa declarar el estado de crisis. El objetivo de Orban es poner fin a las entradas irregulares este martes 15 de septiembre. Pero pocos creen que con la fuerza se vaya a conseguir algo. Por si acaso, varias decenas de miles de inmigrantes y refugiados están de camino y tratarán de acceder a Hungría antes de esa fecha.


Las alarmas saltaron ayer en Austria que junto a Alemania dijo el sábado pasado que iba a dejar llegar a los inmigrantes y refugiados. Viena decidió ayer que, por el momento, suspende la llegada de trenes desde Hungría porque no tiene capacidad para gestionar el flujo, hasta varias decenas de miles esta semana.


El anuncio de Angela Merkel de abrir la puerta como refugiados a los que huyen de la guerra de Siria ha tenido un gran impacto. Esto ha hecho que no pocos traten de aprovechar la oferta de la canciller alemana para colarse. Fuentes implicadas en la gestión del flujo migratorio no esconden que hay ciudadanos de países árabes como Marruecos que lo están intentando. Tratar de cruzar Europa haciéndose pasar por sirio y llegar a Alemania es hoy una estratagema que está muy al día. Al igual que el bangladesí Khokan Miah, muchos otros se deshacen por el camino de documentos porque creen que eso va a ayudarles.


«Hungría debe determinar con entrevistas y otros métodos si estas personas son o no sirios», entiende Caroline Van Buren, de la oficina de la ONU para los refugiados (Acnur) en Budapest. En efecto, hoy en día hay maneras de comprobar si una persona que dice ser de un país en efecto lo es.


«¿Qué hago con mi pasaporte? ¿Lo tiro?», pregunta con cierto tono de preocupación un joven sirio a dos voluntarias checas nada más acceder a territorio húngaro. «No. Lo mejor es que lo presentes para identificarte», le dicen ellas tajantes. Como muchos otros de los que llegan, el chaval tiene miedo a ser identificado por las autoridades de Hungría, que cada vez tienen peor fama entre los que cruzan el continente. Pero legalmente, Budapest tiene que ponerles nombre y procedencia, aunque muchos tratan de escabullirse. Y lo logran.


En esa misma zona fronteriza, sin alejarse demasiado de la vía del tren, lo que se encuentra con más facilidad son los carnés que el Estado griego emite a los demandantes de asilo. Es un tríptico rosa acompañado de una foto grapada y sellada muy parecido al antiguo carné de conducir español. Algunos como Mohamad Aslam, Ahmed Mustaq o Mohamadi Gul no se molestaron ni en quitarle su retrato. También es sencillo ver tarjetas de teléfono de compañías de los países que han atravesado, billetes de barco, de tren, de autobús y hasta de metro.


Pero la situación es tan caótica en Grecia con respecto a la inmigración que los solicitantes de asilo que se van sin esperar a que se resuelva su proceso no pueden ser devueltos, afirma Ven Buren, de Acnur. Quizás eso no lo sepan los que se deshacen de esos documentos al llegar a Hungría. Puede incluso que esos papeles les sirvieran para no tener que entrar en los tan temidos campamentos húngaros donde son identificados.

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