Europa ante las inmigraciones del terror
Diario Sur, , 10-09-2015Estamos asistiendo a uno de los fenómenos migratorios de la humanidad más impresionantes de la historia. Una de sus novedades es la posibilidad de su contemplación en vivo y en directo, lo que supone no ahorrarse ninguno de los dramáticos desgarramientos personales y sociales que conlleva. Suele situarse el comienzo de las inmigraciones masivas en Europa en la década de los años 50 a 60, cuando en países como Alemania, Francia o el Benelux se necesitaba con urgencia mano de obra. Pero cuando la estanflación del 73/74, por la llamada crisis del petróleo, destapó que los emigrantes parados no solo no volvían a sus países de origen, sino que habían conseguido un reagrupamiento familiar que multiplicaba sus justas demandas de subsidios, algunos países empezaron a preocuparse seriamente. Sin embargo en seguida se consolaron, porque descubrieron que podía resolver la significativa baja de su natalidad, arrebatando a otras regiones más pobres su personal más cualificado, o sus mejores profesionales. Pero los analistas de estos fenómenos, pronto descubrieron que los países europeos habían perdido gran parte de su interés para esta clase de inmigración.
Si nos fijamos en lo hasta aquí dicho, nos damos enseguida cuenta que la perspectiva europea del fenómeno migratorio ha sido casi siempre económica y, desde luego, egoísta. Pero el nuevo giro de los acontecimientos, con la masiva llegada refugiados políticos que temen por sus vidas, ha añadido gravedad y peligro a un problema que no se puede afrontar solo con medidas restrictivas y limitativas. Tiene que acudirse, por muy complejo que ello sea, a solucionarlo en su raíz misma. Y ¿cómo hacerlo?, nos preguntamos todos. ¿Cómo combatir un autoproclamado estado, como el islámico, que plantea su expansión como una guerra santa imbuida por un fanatismo devastador?
Un fanático es aquella persona que defiende con apasionamiento creencias u opiniones, especialmente en materia de religión. Y cuando ese apasionamiento le lleva a combatir con gumías, cámaras de gas o misiles, se vuelve peligroso. El otro día hablando sobre el EI con un diplomático, compañero escribidor, que conoce bien el paño, decía algo sobre lo que muchos están de acuerdo: estamos en guerra y al final las guerras solo las ganan las infanterías. Decía yo de broma (perdonen ustedes el esperpento sobre un tema tan serio) que la otra opción es mandar albañiles, porque esos señores no se van nunca y además crean el caos. Pero, bromas aparte, guerras recientes, como las de Vietnam o Irak, han demostrado que solo ocupando los territorios con habitantes estables se puede decir que se ha vencido.
Pero díganme ustedes qué gobernante actual estaría dispuesto a acometer hoy una guerra con semejante costo humano y político. Desde luego, hoy nadie justificaría una conflagración basada en intereses de naturaleza colonial o imperialismo económico. Y díganme ustedes también si, no solo la Europa de los mercaderes, sino la totalidad de los países integrantes de la Civilización occidental, que basan su unidad en la medrosa defensa de su economía del bienestar y carentes de convicciones, sería capaz de oponerse al fanatismo de que antes hablaba.
En los pasados días, toda clase de medios de información nos han contado la tristísima historia de un pequeño sirio llamada Aylan. Si esa historia, y otras mil como esas, no son capaces de hacernos llorar es que hemos perdido, como decía Juvenal, la mejor de nuestras capacidades. Si no encontramos la manera de oponer al fanatismo criminal el urgente restablecimiento de unas convicciones profundas que nos lleven a generar las medidas necesarias, por duras o arriesgadas que nos parezcan, es que nos merecemos el incierto porvenir con que se nos amenaza. No tengo vocación militar y carezco de conocimientos de sus estrategias, pero sí les digo que un cercano mañana puede ser demasiado tarde.
No sé si los presidentes norteamericano y ruso llegarán tratar esta cuestión. Al fin y al cabo, puede que, como C. S. Lewis decía en ‘La abolición del hombre’, en realidad solo exista una sola Civilización en nuestro planeta. Si uno va a las raíces, quizás tenga razón. El resto es barbarie. También se ha dicho que la civilización occidental es la única que tiene su fundamento en la esperanza, según el mensaje de Cristo. Pero frente a la paradoja que comporta considerar la bienaventuranza de los pacíficos y ‘el poner otra mejilla’ y echar mano del padre Vitoria, con su mesurada teoría de la guerra, no se le puede negar a un padre el derecho a defender la vida y la libertad de sus hijos incluso con la muerte. Ahí está la raíz de la cuestión, cuando las medidas paliativas y defensivas se agotan y lo único que cabe abiertamente es el conflicto.
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