«Lo primero es seguir vivo; lo demás ya se verá»
Huyó con su madre de Siria en 2002, vivió durante unos años en un país del Golfo y en 2014 llegó a Málaga, donde espera que le den asilo
Diario Sur, , 10-09-2015Que la historia de M., de 41 años, no se escriba con los renglones torcidos de las concertinas de una valla, de los abarrotados trenes a ninguna parte o de las balsas llenas de juguetes rotos no le resta ni un ápice de drama a su relato. Muy al contrario, el suyo golpea tan fuerte porque podría ser el de cualquiera que, desde su zona de confort, ya sólo es capaz de rebelarse ante la imagen infame de un niño de cinco años varado en una orilla. Porque M. encaja a la perfección en el perfil con el que Europa cataloga, a veces con trazo grueso, a las personas ‘normales’. Qué es si no una vida en Siria con un padre dentista, una madre profesora de Universidad y unos hermanos que crecieron bajo el paraguas de una posición media – acomodada. Hasta que el castillo de cristal hace ‘clic’ y se derrumba. Por perder, M. ha dejado atrás hasta su nombre. Con su inicial –pide– basta para poner rostro, aunque sea a contraluz, a las miles de personas que como él (sobre)viven a diario con el miedo y la desesperación.
La incertidumbre del no saber qué va a pasar mañana la comparte con el resto de compatriotas que en los últimos meses se han visto obligados a abandonar Siria no para tener una vida mejor, sino para tener una vida. «Lo primero es seguir vivo; lo demás ya se verá». Lo dice en un inglés más que aceptable, seguramente aprendido en la escuela, pero que de poco le sirvió para trabajar en uno de los países del Golfo Pérsico –también se reserva el nombre– al que huyó con su madre en el año 2002.
El asilo en los países árabes
Precisamente ésa es la pregunta que muchos europeos se formulan en estos días, la de por qué esos lugares no representan una opción digna para los sirios que huyen de la guerra. «Allí no se puede trabajar de manera legal porque es muy difícil conseguir la visa, y si la policía te detiene como ilegal te deportan, sin excepciones, incluidos los sirios», cuenta M. Y aporta otro dato aún más desesperanzador: «Los únicos países que nos dan visa son Yemen, Sudán, Somalia, Libia y Argelia. ¿Tú te irías allí?». M. no espera la respuesta. La suya también estaba clara, así que después de unos años jugándosela en aquel país del Golfo, en octubre de 2014 dejó allí a su madre y se vino a Málaga.
Antes de aquello ya habían hecho varios viajes en familia –como turistas– a Benalmádena, por eso este agente comercial que se ganaba la vida en la Aduana de su país decidió que éste sería su destino. «Es un país muy similar al nuestro, cálido y mediterráneo, con costumbres parecidas y la gente muy amable». M. esboza una de las pocas sonrisas de su relato y abre los brazos como para dar la impresión de que, al fin y al cabo, las diferencias las dictan las fronteras, y de que antes de la guerra la vida cotidiana en su país no era tan diferente a la de aquí. No lo tiene tan claro su hermano mayor, Yazan (42), que sentado a su lado le ayuda con las frases más complicadas porque M. apenas acaba de empezar con las clases de español gracias a un curso en la Cruz Roja. A diferencia de este último, él ya no tiene por qué esconderse porque es un ciudadano de pleno derecho que vive desde hace más de quince años en Málaga, que estudia tercero de Medicina en la UMA y último curso de prótesis dental y que está casado con una «medio española» con la que espera ampliar la familia «pronto». «Yo lo vi claro desde el principio, en cuanto pude me marché», admite Yazan, cuyo camino siguió posteriormente la tercera de las hermanas, que vive en Barcelona mientras termina un máster en Odontología.
Ahora, el reto de ambos es que la matriarca pueda venirse también a Málaga. Pero antes, a M. le queda otro difícil camino por recorrer: el burocrático. Da igual la forma de entrar a España, que sea a través de una valla o por aeropuerto: las peticiones de asilo y todo lo que eso conlleva los coloca a todos en la misma línea de salida.
Los primeros pasos los dio de la mano de CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado), donde comenzó a tramitar su expediente de refugiado gracias al asesoramiento jurídico de este centro que tiene su sede en calle Ollerías y que en el último año y medio ha visto cómo la asistencia a sirios se ha multiplicado exponencialmente. También ha recibido ayuda de Cruz Roja. «La atención ha sido muy buena», celebra M., a quien las quejas se le agotan, sin embargo, cuando entra en el farragoso capítulo de ‘lo legal’. No entiende que cómo se puede tardar tanto en tramitar las peticiones de asilo: «He conocido a gente que lleva un año esperando sus papeles, cuando fuimos a Madrid nos dijeron que sólo había un juez encargado de estos asuntos, y la razón por la que estamos pidiendo refugio es clara: la guerra. No hay ninguna duda de lo que pasa en Siria. ¡No podemos volver!», dice con una impotencia fácil de imaginar cuando añade casi en susurros: «Regresar no es una opción. Ni siquiera de visita».
Su próxima cita es en unos días, con la Policía, donde espera tres meses más de permiso de residencia que le permitan avanzar en este camino lleno de obstáculos. El plan B no entra en sus planes. Al fin y al cabo, cuando se trata de elegir entre la vida y la muerte no hay concertinas, ni trenes, ni balsas que importen. Ni a unos, ni a otros.
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