Ejemplaridad de los ciudadanos
Canarias 7, , 09-09-2015
Los ciudadanos europeos han dado una lección de ejemplaridad y solidaridad a los políticos a la hora de abordar la riada de inmigrantes por las fronteras de los países del centro de Europa. Mientras la Unión discutía sobre la responsabilidad de la operación y blindaban sus fronteras, los ciudadanos organizaban, a través de internet, la acogida en sus casas. Caravanas de vehículos salieron desde distintos puntos de Alemania para recoger a los desamparados que caminaban hacia Berlín desde Austria, después de atravesar medio continente. La Iglesia Católica, impulsada por el propio papa Francisco, extendía sus redes de acogida a través de las múltiples ONGs católicas. Muchas organizaciones civiles hicieron lo propio, organizar sus infraestructuras para paliar la vergüenza y la cicatería con la que se han manejado los líderes europeos, entre ellos el propio Mariano Rajoy.
Mientras miles de refugiados se entregaban a las mafias de la inmigración y huían desesperados de la guerra y la miseria, revelando al mundo imágenes desoladoras, los políticos europeos discutían, desde sus despachos, si las competencias del drama humano eran de los estados o de la propia UE y qué cuota correspondía a cada país en caso de abrir las fronteras. Un espectáculo vergonzoso que nos sonrojó a todos. La dura e implacable Merkel, quizás impulsada por su ascendencia cristiana, fue la única líder europea que mostró un signo de solidaridad a pesar de la oposición de los sectores más radicales de su propio partido, de otros de corte fascista y de la resistencia de los líderes del resto de Europa que discutían públicamente y sin sonrojo alguno, sobre el reparto de la carga.
Los argumentos de las élites políticas europeas son insostenibles. Es impensable que el continente más desarrollado del mundo, el de mayor nivel de vida, el de la seguridad más impoluta, una potencia económica de primer orden y seiscientos millones de habitantes no pueda hacer frente a una oleada de refugiados que huyen de una guerra inmisericorde con la que ninguna potencia extranjera termina de comprometerse. Esta es la otra cara de la moneda. El mundo civilizado no quiere parar los movimientos radicales del mundo islámico, meterse en una guerra en la que parece que los intereses de otros tiempos han desaparecido, aunque hayan dejado malheridos a la mayoría de los países del área y sumido en la tragedia a miles de personas.
No está a nuestro alcance solucionar el problema global, nunca lo ha estado. Nos toca mantener viva la conciencia, la solidaridad, la utopía, la esperanza y a los más valientes estar allí, junto a los pobres y los refugiados. Pero a todos, a la sociedad política, toca hacer algo más. La pobreza, la violencia y la tragedia parece que tampoco está entre las prioridades de las coaliciones internacionales, en otras ocasiones armadas hasta los dientes contra pueblos inocentes. Me pregunto qué está impidiendo que el mundo civilizado frene un fenómeno tan letal como el yihadismo o hasta dónde puede llegar la insolidaridad con los pobres en países explotados por dictadores que se enriquecen ante los ojos cómplices de nuestros países y sus instituciones.
No tengo ninguna duda de que el espectáculo político y la ejemplar respuesta solidaria de los ciudadanos ha obligado a cambiar el discurso de los líderes europeos, incluyendo la apertura de la fronteras y cierto recato en el debate sobre el reparto equitativo de los desplazados. Es un éxito de la conciencia colectiva que parecía que había desaparecido en medio de la crisis económica y las políticas neoliberales que recorren Europa. La crisis económica ha despertado el egoísmo de estados y ciudadanos, temerosos de perder seguridad y bienestar. La crisis ha sacado lo peor de nosotros mismos, pero también ha hecho brotar a borbotones la solidaridad que se ha hecho carne en miles de familias dispuestas a sostener a sus miembros y entregar parte de lo poco que ganan a desconocidos.
Los que han llegado a Europa son los más fuertes, quizás los que tenían recursos económicos para pagar cantidades desorbitadas a las mafias, pero allí, en Siria, principalmente, quedan los más pobres, los que se ven obligados a someterse al régimen trasnochado que representas ISIS y sus atrocidades, o atrapados entre dos frentes irreconciliables, con la única preocupación de salvar la vida y lo poco que tienen. No es cuestión de mirar hacia otro lado, no basta con abrir las fronteras. El resurgimiento de estos grupos, como Al Qaeda, – de la que ISIS es el más importante – , junto a la creciente creencia wahabista en el interior de la comunidad sunita, no debemos entenderlo como una amenaza de Siria, Iraq y sus vecinos cercanos o los desiertos del Sáhara. Significa que más de mil quinientos millones de musulmanes en todo el mundo, casi una cuarta parte de la población mundial, resultará cada vez más afectada y que con la complicidad de Estados Unidos, Europa y sus aliados regionales en Turquía, Arabia Saudita, Qatar, Kuwait o los Emiratos Árabes, el conflicto se extiende agudizando la violencia y la pobreza.
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