Etá muy bien la solidaridad que ha despertado la brutal imagen del niño en la playa. Pero ¿quién está de verdad detrás de esa imagen? Están, por supuesto, las mafias, que se aprovechan de los refugiados. Está, cómo no, el califato del Ejército Islámico y su guerra con Assad. Pero están también los Gobiernos europeos y el norteamericano, que no supieron ver el peligro del califa Al Bagdadi. Ahora Francia habla de bombardear. Como hace Estados Unidos. Ahora parece un mal menor Assad en Siria ante el horror de las tropas negras que decapitan rehenes y que proclaman el fin de Roma (en alusión a Occidente). Ahora nos sentimos doblemente atacados. Nuestros rehenes machacados y los refugiados que nos llegan desde allí. Refugiados que se multiplican y que no sabemos qué hacer con ellos. Ahora nos conviene armar más a los kurdos y a los iraquíes para no tener que enviar tropas regulares allí. Hay quienes maldicen la primavera árabe y echan de menos hasta a Gadafi. Todo ha sido un despropósito por no calibrar una amenaza que ha provocado más de siete millones de desplazados, solo sirios. En el valle más pobre del Líbano hay campamentos de refugiados con más de un millón de personas. El Ejército Islámico domina un territorio más extenso que el Reino Unido, aunque es una zona muy pobre, y gobierna sobre ocho millones. Hasta las tropas regulares del Líbano luchan junto a la milicia de Hezbolá contra un terror que nadie supo medir. No llega con acoger sirios.