«Merkel es nuestra madre»

El enviado de EL MUNDO relata la odisea en las carreteras húngaras de centenares de hombres, mujeres y niños que ya tienen vía libre para entrar en Austria y Alemania

El Mundo, , 07-09-2015

Fue poco antes de las 12.30 horas. Sucedió de repente. Miles de personas se agolpaban en la estación de Keleti en Budapest sin posibilidad de seguir adelante. El Gobierno húngaro había cancelado todos los trenes con trayecto internacional por «razones de seguridad». Los ánimos estaban calientes desde primera hora. Varios jóvenes con un megáfono trataban de convencer a la multitud para hacer algo. Pero nadie respondía. La gente conversaba en grupos, discutían los hombres a gritos… Poco después del mediodía, alguien empezó a repartir fotografías de Angela Merkel en tamaño A3. Y ya está. Así, sin más. Ni las proclamas a la rebelión. Ni el hartazgo. Ni las deportaciones de hace dos días. No. Fue el rostro de la canciller alemana la chispa que prendió un polvorín que tarde o temprano tenía que estallar.

Los refugiados se pusieron en pie alzando la fotografía al cielo. Algunos echaron a andar hacia la avenida y el resto les siguieron. Primero unas decenas. Luego 100, 300. Alguien miró un mapa y puso rumbo oeste. No se puede decir cómo se fueron sumando, pero cuando salieron de la ciudad y empezaba a no haber casas, al mirar atrás ya no se veía el final. Varios miles, niños, mujeres, ancianos y discapacitados habían emprendido una marcha sin retorno. Adiós Budapest. A pesar de la Policía, que apenas podía desviar el tráfico. A pesar del primer ministro, Viktor Orban, que pensaba que podía contener estas ansias de alcanzar la Alemania prometida. A pesar de que apenas ha dado tiempo a cargar lo poco que pueden llevar dos manos y una espalda, sin agua y sin comida, esta Gran Marcha es imparable.

Por si alguien tenía dudas, por si pensaron por un momento que sólo algunos podrían hacerlo, a la cabeza, con una enorme sonrisa va Haled abriendo el paso. Haled, sirio, 24 años, una pierna y media y un par de muletas. El que escribe estas líneas no puede seguirle, porque lleva un ritmo insoportable. Junto a él otro joven empuja una silla de ruedas sobre la que va un anciano con barba y la misma sonrisa de oreja a oreja. Y un joven de 20 años que lleva entre sus manos una foto de Merkel. Mosa Walid levanta la imagen hacia la cámara y dice: «We love Merkel. Merkel is our mother [Amamos a Merkel. Merkel es nuestra madre]».

Y como hijos pródigos que buscan un abrazo donde caer por fin y llorar como niños, allá van estos miles. Sin contar los kilómetros, sin saber por cuántos días. Allá van. Al corazón de Europa.

La autovía M1 tiene ahora dos carriles menos. Los coches pasan por la izquierda sin dar crédito a lo que ven. Y a la derecha, siguiendo esta línea blanca interminable van los desterrados. La fila no se acaba, debe medir varios kilómetros, desde la cabecera hasta los últimos que avanzan como pueden, algún anciano, alguna familia con niños y alguno que ya cojeaba al salir.

Alguien ha traído una bandera europea y ahora el paso lo abre el círculo de estrellas. En primera fila. Ya son varias horas y las paradas han durado no más de 15 minutos cada vez, cuando la gente se acerca a volcar su solidaridad con el maletero lleno de agua, pan y frutas. Son muchos los que vienen al conocer la noticia. La carretera está plagada de botellas de agua que va dejando la gente. Gente cualquiera que ha salido de su casa ha ido al supermercado y va dejando botellas como migas de pan en el camino. No hay parada para comer. Se come sobre la marcha. El que no puede se echa sobre el asfalto a recuperar el aliento y luego se levanta otra vez y sigue.

Hoy juega la selección de Hungría un partido contra Rumanía y algunos hinchas que pasan del otro lado se asoman para insultar a estos pobres peregrinos. Eso y unos taxistas que merodeaban al principio como tiburones, ha sido lo único que aborrecer. La ciudadanía, ejemplar. No ha faltado agua ni un momento y ya ha caído la noche. No hay descanso.

En la travesía, un húngaro que trae comida a la carretera dice: «Esto es una vergüenza para mi país». También viene caminando una blogera alemana, Laura Worsch.

–Podríamos hacer más.

–Pero acogéis muchísimos más refugiados que el resto de Europa.

–Yo no creo que debamos compararnos con otros. Solo hacer todo lo posible y más.

El horizonte está lejos, y la gente prefiere caminar con la vista en el suelo. Los ojos no miran. Están en otra parte. Algunos se van sentando en la cuneta de la autovía. Una madre viene arrastrando a su hijo descalzo que ya no puede ni llorar. Otro con un carro de supermercado lleva a sus tres criaturas y todo el equipaje.

¿Dónde va a dormir esta columna desposeída? No se sabe. Veinticinco kilómetros y siguen adelante como fantasmas con la única luz de los faros de los coches.

De pronto llega una noticia, que corre como la pólvora entre los periodistas. Parece que el Gobierno húngaro ha decidido enviar autobuses para llevar a esta gente a la frontera con Hungría. La marcha se detiene, todos están exhaustos y se echan sobre la hierba junto a la carretera. No se fían del Gobierno, pero ya no pueden más. Los más rezagados hace tiempo que dejaron de llegar. Se habrán parado vaya usted a saber dónde.

Algunos discuten y preguntan a los voluntarios de la Cruz Roja que reparten mantas. Parece que un kilómetro más adelante es donde van a recoger a la gente. El fantasma de los campos siembra las dudas, pero no pueden mentirles. Esa vez no; no después de llevar hasta el límite las fuerzas en esta dura jornada.

Si es usted ciudadano de a pie, no sé decirle qué puede hacer desde su casa. Si es usted gobernante, haga algo. No es por ellos, es por nosotros, para saber que podremos mirar a nuestros hijos mañana y decirles que estuvimos a la altura.

[Al cierre de esta edición, los Gobiernos de Austria y Alemania acordaron permitir que todo el contingente de refugiados cruce sus fronteras. «Dada la situación de emergencia en la frontera con Hungría, Austria y Alemania están de acuerdo en autorizar que los refugiados sigan su camino», anunció el canciller austríaco, Werner Faymann, en su página de Facebook, informa Reuters].

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