15 días de vida, 15 de odisea
Hadi, hija de la diáspora siria, viaja sin parar desde que nació en una isla griega
El Mundo, , 29-08-2015«Hadi, se llama Hadi». El que lo dice es un voluntario que habla inglés y árabe. Con el dedo señala el pecho de una joven que sostiene entre sus brazos a una criatura diminuta. Tiene 15 días y llora a trompicones. Quince días de vida y otros tantos de viaje, porque nació en un hospital de la isla de Koos, en Grecia, y ha estado cuatro días en el campo de acogida de Rodzke.
ALBERTO DI LOLLISZEGED (HUNGRÍA)
A las puertas de la estación de Szeged, la mamá (Amani, 16 años) sonríe orgullosa porque se ha formado un corro de voluntarios que vienen como Reyes Magos a este portal de Belén improvisado con pañales, toallitas húmedas y botes de crema. Le acompañan su madre y su marido (Sabri, 25). Son sirios kurdos, sin muchos recursos, y suben a un tren con destino a Budapest.
Van para Alemania. Como tantos otros en este corredor de almas que ya no tiene siquiera una patria donde nacer. Lujain. Basmaa. Mohamad. Toka. Rafiq. Akram. Layan. Romn… Romn me dice: «No somos animales». Claro que no lo son. Ni tampoco son números, a pesar de lo que dice la pulsera naranja que les colocan en el campo de acogida. Tienen un nombre, una tenacidad sobrehumana y una mirada rota de fatiga por no ver el final. El Gobierno húngaro parece no saber cómo gestionar esta crisis humanitaria con un mínimo de dignidad. Un ejemplo: han colocado las letrinas en la valla, donde la prensa hace los directos. «Cuatro días en el campo sin poder ducharnos», dice Romn, sirio de 34 años.
–«Dos bocadillos pequeños al día. Si es duro para nosotros, imagina para las pobres mujeres. Les dije que no me importaba dar mis huellas, pero que nos dejaran ir. ¿Por qué nos tratan así? No somos mala gente».
Después de una semana batiendo récords de entradas, aún no hay en el cruce de la alambrada ningún traductor que facilite la comunicación de la policía con los que llegan. Nadie que les tranquilice y resuelva sus dudas. Nadie que les salude en su idioma y les explique qué ocurre al otro lado.
En el lado serbio, entre los maizales, cada vez hay más gente escondida sin saber qué hacer, porque no se acaban de creer que Alemania les vaya a dar asilo a pesar de ser identificados aquí. Así que esperan, o más bien desesperan los unos, y se arrancan a pasar por la vía o a traspasar la concertina de pinchos, los otros.
Las nuevas medidas de hoy sólo son un grupo de agentes en la vía con guantes y mascarillas que asustan más que otra cosa y un helicóptero que sobrevuela de modo absurdo el punto de acceso.
La sociedad civil de Szeged está dando una lección al Gobierno asumiendo la asistencia a los inmigrantes con voluntarios. Se llama Migszol y es la ONG local que ofrece ayuda en los puntos clave. Su coordinador es Kékesi Márk: «Somos unas 200 personas de aquí. Trabajamos de forma altruista sin ayudas gubernamentales, sólo con donaciones de la gente, alguna iglesia y alguna empresa».
Son las 9:14 horas en el punto de ayuda de la estación de tren de Szeged. Un joven llega con su bicicleta y empieza a sacar cosas de sus alforjas: galletas, algunas medicinas y dos packs con botellas de agua. Los entrega en la caseta y sigue su camino. Mientras tanto ha llegado otro autobús abarrotado desde el campo. La policía descarga las mochilas y bolsas del maletero y las amontona en el suelo.
Luego, un oficial les hace bajar de uno en uno comprobando si están en la lista. Sólo entonces pueden ir a por la ayuda. Los voluntarios les reciben con una sonrisa, agua, unos sándwiches y café caliente. Antes de abrir los paquetes, se lavan un poco en unos grifos de la plaza. Un niño con la camiseta rota que come galletas a dos carrillos está recibiendo una reprimenda de su padre por haber tirado el envoltorio al suelo, así que recoge el papel y lo lleva a la papelera junto a la caseta.
Menos mal que no hay cerca ningún primer ministro europeo porque con esta lección de dignidad se moriría de vergüenza.
Al otro lado del río, desde hace una semana se celebra uno de los festivales de música más importantes de Hungría, el Szin Youth Festival of Szeged. Por la noche se escucha el sonido de las actuaciones y gritos del público ajenos a la tragedia que palpita apenas a un kilómetro. Es chocante porque está cerca, pero en el fondo es la paradoja de esta Europa unida a duras penas que se sostiene en lo mejor y lo peor de nosotros. No todos los jóvenes están bailando.
Por ejemplo Reka, que después de una noche de guardia voluntaria en la estación va a abrir su tienda de libros viejos. Por ejemplo Rita, estudiante de enfermería que estuvo 14 horas en el check point: «No me interesa la política. Ni pregunto a esta gente de dónde vienen ni a dónde van. Vengo porque necesitan ayuda».
Son las 13:30 y es el cuarto autobús que llega para subir a los trenes. Guiados por los oficiales suben asustados a los dos vagones viejos en los que pueden viajar. El resto son para los viajeros convencionales: siempre ha habido clases. Un padre de familia sin un brazo, pregunta confundido a dónde les llevan y la policía no le responde. Según los voluntarios, no lo saben. Una gran planificación.
–«50% Budapest, 50% Debrecen», alcanza a decirle un voluntario.
Como si no hubiera diferencia: en Budapest está la libertad y la ruta hacia Alemania y en Debrecen está el campo de refugiados en la frontera con Rumania, 200 kilómetros por detrás, al este. Así que muchos no se fían y prefieren ir en taxi.
Se ha formado una cola enorme, a razón de 200 euros por trayecto y sólo cuatro personas por coche, da igual que sean niños, porque aunque se haya abierto la veda del capitalismo, las normas de tráfico hay que respetarlas escrupulosamente.
La explanada de la estación de tren parece ahora un patio de colegio. Los voluntarios reparten tizas y pompas de jabón y juegan con los niños, que sacan como locos una risa contenida durante demasiadas travesías. En el suelo una joven de aquí se comunica con una niña siria haciendo dibujos. Un diccionario de imágenes sin idioma, sin religión, ni fronteras. Mañana estará borrado. A este suelo le pasa como a nosotros, que se olvida rápido de lo importante.
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