«En Siria te levantas cada día sin saber quién va a intentar matarte esta vez»

Tras huir de su país, los refugiados sirios inician en Bruselas una nueva vida

La Voz de Galicia, CRISTINA PORTEIRO BRUSELASBruselas, 07-09-2015

En una mesa del bar de la Estación del Norte de Bruselas conversan de forma animada Michael y Daniel. Uno es cristiano, el otro musulmán. Ambos tuvieron la fortuna de escapar con vida de Siria y poner rumbo a Bélgica: «Nadie está a salvo. Es terrorífico. Quienes tienen la oportunidad, se marchan», asegura Michael apuntando con el dedo en dirección al parque Maximilien, a escasos metros de donde nos encontramos. Allí se levanta un campamento de refugiados recién llegados. Son centenares y se cobijan en tiendas de campaña mientras esperan su turno para pedir asilo. La oficina de Extranjería está desbordada estos días.

La violencia en las calles sirias no distingue entre religiones, facciones o etnias. Daniel huyó de Alepo cansado de tener miedo: «Me sentía amenazado por todos los bandos. Te levantabas cada día sin saber qué te ocurriría o quién te iba a intentar matar esta vez». Los rebeldes lo intentaron secuestrar para pedir dinero y el Ejército lo llamó a hacer el servicio militar. Se escondió durante un año antes de tomar la decisión de partir hacia Europa atravesando Turquía. Allí pagó a una red de traficantes para que lo llevasen hasta Marmaris, ciudad trampolín para alcanzar la isla griega de Symi. El trayecto de tres horas fue un calvario: «El bote estaba lleno de gente, se veía muy inestable. Un pasajero cayó al agua y el capitán intentó escapar pero le obligamos a retroceder para meterlo de nuevo a bordo», detalla. La situación no mejoró cuando pisaron por primera vez territorio europeo: «Nos trataron muy mal. Dormimos por las carreteras, no teníamos comida». Al cabo de tres días, lo enviaron a Atenas. Contactó con otros traficantes para conseguir un pasaporte falso que le permitiese volar a Bruselas. Hasta en ocho ocasiones le denegaron el embarque. El pasado mes de marzo consiguió burlar los controles: «Tenía miedo de coger el camino a pie. Pensé que podía morir si tomaba la ruta de los Balcanes», sostiene.

Michael también llegó por aire a Bélgica. El elevado coste del viaje (11.000 euros) le obligó a endeudarse. Abandonó su casa en Tartus y cogió un barco en Trípoli (Líbano) hacia Turquía, donde «nadie te pregunta de dónde vienes, qué haces o adónde vas», dice. La marcha lo llevó, al igual que al pequeño Aylan, a Bodrum, ciudad lanzadera desde donde salen botes hacia el archipiélago griego. Durante la travesía su barcaza estuvo a punto de hundirse: «Íbamos unas 60 o 70 personas dentro y no paraba de entrar agua», asegura todavía angustiado Michael. Al igual que a Daniel, lo trasladaron a Atenas. Intentó atravesar Macedonia, sin éxito. De nuevo en Grecia pagó 4.000 euros a una red criminal por un paquete de viaje que ofrecía pasaporte falso y vuelos ilimitados hasta salir del país. «Hay mafias argelinas, libias, egipcias y sirias desplegadas que se dedican a este negocio. Es facilísimo contactar con ellas. En las coffee shop se corre la voz», asegura. Tras 13 intentos, logró subir al avión.

Han pasado cuatro meses desde entonces. Michael ya tiene el estatus de refugiado y enseña con orgullo su permiso de residencia para cinco años. Aprende neerlandés, busca trabajo y quiere empezar a hacer amistades belgas. No tiene previsto abandonar Europa en el futuro. Daniel medita en su silla. En Alepo no queda nada. La ciudad está destruida, pero su corazón sigue estando allí, junto a su familia: «Quiero volver algún día para ayudar a reconstruir mi país. Siria es mi hogar».

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)