Aylan ha retratado el cinismo de los dirigentes europeos, que ahora pretenden aparecer espantados por la catástrofe humana que se desarrolla ante sus ojos, presionados por sus opiniones públicas. Aunque siguen discutiendo de forma miserable sobre las cuotas de refugiados que tendrán que acoger. Se habla de 160.000 para toda Europa, cuando Turquía ha recibido ya a más de un millón y medio, Líbano a 1,1 millones e Irán a casi un millón. Eso sí, no ha retratado a todos por igual. La repugnante actuación del primer ministro húngaro Orban no tiene nada que ver con la loable de Merkel. Pero Aylan también ha despertado a los ciudadanos, hasta ahora impasibles mientras estaban, y están, siendo masacrados en Siria otros muchos Aylan, que no han merecido ni un breve en los periódicos ni un segundo en las televisiones. Es muy difícil seguir viviendo como si nada después de ver la terrible fotografía de ese niño de tres años arrojado sin vida a una playa turística turca. Pero ¿cuántos Aylan ha habido antes de Aylan? ¿Cuántos estarán muriendo hoy mismo y cuántos morirán después de Aylan en su país de origen? Solo en agosto perecieron 252 niños en la guerra de Siria ante la indiferencia general. Son solo los casos documentados por el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos. No sabemos sus nombres, no hemos visto las fotos de su cadáveres, no nos importan, no son Aylan. Porque este niño nos ha retratado a todos, sordos, mudos y ciegos cuando las masacres se desarrollan lejos. Aylan simboliza el fracaso de nuestras sociedades, que solo reaccionan ante una imagen, y de esa entelequia que llaman comunidad internacional, que solo sirve para justificar guerras, pero es incapaz de negociar la paz.