Internacional
La frontera que Orban quiere cerrar y no puede
ABC, , 07-09-2015Miles de refugiados siguen llegando al sur de Hungría desde Serbia. La mayoría son familias sirias con niños y bebés
El reguero interminable de prendas de vestir, zapatos, botellas de agua, trozos de pan y restos de fruta marcan el camino a lo largo de la vía del tren entre Serbia y Hungría. Este de Roszke es el principal punto por el que a lo largo de 2015 han entrado en el país más de 160.000 refugiados e inmigrantes. El primer ministro húngaro, el ultraderechista Viktor Orban, está decidido a sellar esta frontera en una semana mandando al Ejército si el Parlamento le deja, pero este domingo todavía cientos de personas pasan caminando entre esos raíles.
La construcción en marcha de una valla alambrada de tres metros y medio de alto les espera, pero la única pareja de policías húngaros, hombre y mujer, que custodia la vía férrea les deja pasar mientras los operarios, a lo suyo, siguen fortificando la frontera. Algunos de los extranjeros parecen reacios a cruzar la línea de separación, solo marcada con unos pequeños mojones blancos junto a la vía, alertados por los que van delante de que el Gobierno de Budapest los interna en campos de los que no les dejan salir. Pero todos acaban finalmente avanzando. A ratos llueve, pero es lo de menos.
En pequeños grupos recorren los últimos metros en territorio serbio, pasan ante los relucientes alambres y siguen adelante. Algunos hasta intercambian algún saludo con los agentes y hasta se desean suerte mutuamente. El fornido policía, Gabor, de 39 años, afirma que desde las siete de la mañana han pasado entre 500 o 700 según sus cálculos. Unos 1.200 solo hasta mediodía, según cifras de la agencia Reuters. En un par de horas este enviado especial vio llegar a varios cientos.
«Todo país tiene derecho a controlar y proteger su territorio, pero la mayoría de estas personas escapan de un conflicto y tememos que esa valla sea un obstáculo para los demandantes de asilo», reconoce sobre el terreno Erno Simon, portavoz de la agencia de la ONU para los refugiados (Acnur).
Muchos van en familia, con niños a los hombros y bebés en brazos, cargados con algunas pertenencias y a veces hasta con carritos con los que apenas pueden avanzar sobre las traviesas. Casi todos aseguran proceder de Siria o Afganistán. Algunos de Irak. El cansancio les puede y a veces han de detenerse. El llanto de algunos pequeños se convierte con frecuencia en la banda sonora de la silenciosa marcha.
Tras adentrarse un kilómetro en territorio húngaro llegan a una explanada entre maizales custodiada por policías donde son recibidos por voluntarios. Les dan agua, comida y, si lo necesitan, ropa. Algunos se tiran sobre el terreno exhaustos. Batoul Alshistiwi, una joven de 19 años de Damasco, escapó de Siria junto a otros miembros de su familia. En total son una docena. El más pequeño del grupo es Karam, de cinco meses. Todos van juntos y a Alemania «porque es donde mejor reciben a los refugiados», explica Batoul. Asegura que su padre, sentado junto a ella, pagó 1.700 euros por cada uno de ellos cruzar en barco desde Turquía a Grecia.
A un kilómetro de esta explanada, se ha abierto este fin de semana un campamento con tiendas militares y rodeado por una verja donde deben identificarse los recién llegados. Más de cien se encuentran sentados en el exterior rodeados de policías. Se niegan a entrar. De un centro similar próximo a este es de donde en medio de una revuelta se escaparon varios cientos de refugiados el viernes por el trato que reciben de las autoridades húngaras. El primer ministro Orban no se lo quiere poner fácil.
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