Los rostros del éxodo sirio
La Vanguardia, , 06-09-2015Es muy probable que algunas de estas personas estén ahora en Austria, más cerca del ansiado destino, y más lejos de la guerra civil que han dejado atrás. Entre los refugiados e inmigrantes que estos días han convertido Hungría en una encrucijada de la crisis migratoria en Europa, los hay de varias nacionalidades, pero muchos proceden de Siria. Sus historias personales, familiares y profesionales ilustran cómo la clase media siria, aterrada y cansada por la larga contienda, no cree que su país pueda ya sobreponerse, y ha optado por escapar hacia otro futuro. Los sirios más pobres tal vez no pueden ni planteárselo. Bregando con los idiomas, ellos y ellas cuentan aquí su periplo y sus sueños, pero, aunque como colectivo están siendo filmados y fotografiados por doquier, en las distancias cortas muchos prefieren no ser retratados. Por eso sus rostros llegan aquí a través de sus palabras.
Imad Bahdah y Noseva Kazizca, 28 Y 25 años, obrero y ama de casa >“Seguir viviendo en Homs era peligroso”
El matrimonio compuesto por Noseba Kazizca, de 25 años, e Imad Bahdah, de 28, enseña con orgullo los anillos de boda. Sus padres y demás familia se han quedado en su ciudad de origen, Homs, la tercera ciudad en importancia de Siria tras Damasco y Alepo, pero ellos decidieron buscarse un futuro más seguro en Europa. “Seguir viviendo en Homs era muy peligroso, hay que marcharse”, sostienen ambos, asintiendo con la cabeza. Por razones que no consiguen transmitir, no comparten la voluntad masiva de los demás migrantes de instalarse en Alemania. “Queremos ir a Holanda, que nuestro primer bebé nazca allí”, explican con gestos y en un inglés precario, ayudándose el uno a la otra. Llevan un año de casados.>
En Homs, Imad trabajaba como obrero de la construcción (“mi especialidad es carpintería de aluminio”, puntualiza), mientras que Noseba se ocupaba del hogar. Llegaron a Budapest el viernes, siguiendo la ruta habitual de la mayoría de quienes huyen de Oriente Medio, que recitan de carrerilla: Turquía, Grecia, Macedonia, Serbia y Hungría. Imad y Noseba prefieren no decir cuánto pagaron por la peligrosa travesía por el mar Egeo, que esta semana se cobró la vida de tres sirios que huían, Aylan Kurdi, su hermano de cinco años y su madre, una tragedia que ha dado la vuelta al mundo a través de una foto acusadora. >
Marido y mujer dejan claro con gestos que atravesaron la valla de alambrada que Hungría ha tendido a lo largo de sus 175 kilómetros de frontera con Serbia, metiéndose por debajo mientras otras personas, por turno, levantaban el alambre. Ya en Budapest, y asombrosamente sin que la policía húngara los detuviera mientras viajaban hacia la capital, se instalaron en el campamento improvisado de la estación de Keleti, a pesar de no tener billete de tren, a la espera de acontecimientos.>
Isam, 34 años, ingeniero >“No hemos dejado Siria para esto”
Tan indignado como exhausto protestaba Isam: “No hemos dejado nuestro país, Siria, para venir aquí y tener que pasar por todo esto”. Isam, ingeniero de 34 años, prefiere no dar su apellido porque la mayoría de su familia ha quedado atrás. Procede de Hasaka, ciudad en el nordeste de Siria, y le encontramos el viernes en la estación de Bicske, la localidad a 40 kilómetros de Budapest donde estuvo parado un tren de refugiados e inmigrantes que se negaban a bajarse para ser trasladados a un campo de recepción y registro de solicitantes de asilo. Al final, el viernes por la tarde unos 300 huyeron a la carrera en una estampida, y los 80 restantes acabaron por claudicar. Pero Isam no iba en ese tren, sino en uno anterior.>
“La policía húngara nos llevó a una especie de comisaría, donde nos tomaron las huellas; temíamos que nos enviaran de vuelta a Serbia”, explica, señalando al grupo de 16 personas –casi todos hombres jóvenes, pero también alguna mujer– con el que comparte viaje. Están todos tumbados descansando, tapados con mantas de vivos colores. Les llevó tres días cruzar Serbia, en unos trechos a pie, en otros en autobús, tras haber pasado por Macedonia, Grecia y Turquía. Como otros que han hecho este viaje, se resiste a desvelar cuánto dinero ha pagado por los diversos medios de transporte, incluido el trato con traficantes.>
Su objetivo es alcanzar Alemania, pues tiene dos hermanos en Berlín. Isam, un hombre alto que rebosa determinación, no ahorra elogios para los vecinos de Bicske, localidad de unos 11.000 habitantes. “Nos han traído mantas, agua, bocadillos… Estamos muy agradecidos; no se parecen en nada a su policía”, afirma. También señala a la Cruz Roja, que ha colocado sus bolsas en una esquina del vestíbulo. >
Mahmud Mohamed, 33 años, arquitecto >“Yo construía casas, ¿y ahora qué haré?” >
La familia de Mahmud Mohamed desplegó sus mantas con toda la pulcritud posible, dadas las circunstancias, en el suelo del vestíbulo subterráneo que conecta el metro con la estación de Keleti. Era al principio, cuando el acceso a la estación estaba custodiado por la policía y aún salían trenes hacia Europa Occidental. Mohamed, de 33 años, arquitecto, presenta a su esposa, que trata de controlar a los dos hijos de la pareja –un niño de un año y una niña de cuatro–, a su madre y a su hermana Imam, de 13 años. Se marcharon todos juntos de su ciudad, Alepo, hace algo más de dos semanas. “Alepo es una ciudad relativamente segura, no es tan peligrosa como otros lugares en mi país; teníamos bombas un día, y luego quizá veinte días de calma –resume–. Pero así no se puede vivir para siempre. En Siria no hay esperanza, no hay trabajo, no hay posibilidades”. La familia decidió partir. Viajaron a Turquía, y de allí se trasladaron en barca a Grecia, donde desembarcaron en la isla de Kos. El peregrinaje prosiguió hacia Salónica, desde donde el grupo logró entrar en Macedonia, y, cubriendo unos trechos a pie y otros en autobús, llegar a Serbia, donde en autobús se aproximaron a la frontera húngara. “Había mucha policía por todas partes; empezamos a caminar a las 22.30 horas, atravesamos la frontera y nos metimos en los campos de maíz, donde es más fácil que no te vean. Corrimos, corrimos… hasta que la policía húngara nos detuvo”, evoca.>
Les identificaron y tomaron las huellas dactilares, pero ellos saben que, si logran llegar a Alemania, estar registrados como peticionarios de asilo en Hungría no tendrá consecuencias para ellos, pues Alemania hace con los sirios una excepción a la regla del trámite obligado en el primer país de entrada en la UE.>
Ashrafya, el barrio de Alepo donde vivían, ha quedado destruido en un 70%, explica Mahmud Mohamed; su casa también. “Yo construía casas, he hecho también planos de algunos hoteles, ¿y ahora qué haré?”, dice con tristeza, barruntando que su título de Arquitectura por la Universidad de Damasco puede no servirle en Europa. El destino que buscan es Alemania. “Tengo un hermano en Suecia, que tiene ya pasaporte sueco, pero nos parece imposible intentar llegar a ese país”, suspira. Muestra los billetes de tren para Munich, que nunca pudieron utilizar. >
A su lado en la manta, la adolescente Imam sonríe hasta con los ojos, negrísimos. Su hermano mayor, que tutela también su futuro, espera que la chiquilla pueda retomar sus estudios. “En Alepo casi todas las escuelas han dejado de funcionar, se utilizan para alojar a la gente que se ha quedado sin casa; los niños no van a clase”, explica. >
Addusalam Ahmed, 39 años, gestor de recursos tecnológicos >“Los terroristas nos buscan por kurdos” >
La familia siria kurda sentada en sus mantas en Keleti no había perdido el sentido del humor pese a la cruda situación. Addusalam Ahmed, de 39 años, y Jowan Yoseef, de 31, son cuñados, y al saber que la reportera es de Barcelona, se enzarzan en bromas sobre sus preferencias futbolísticas. Yoseef es del Barça, y Ahmed, del Real Madrid. >
La familia está compuesta por ocho personas y procede de Qameshli, ciudad del Kurdistán sirio. Huyeron ante el avance del Estado Islámico (EI). “Los terroristas nos buscan porque somos kurdos; cuando empezaron a acercarse a Irbil, comprendimos que teníamos que marcharnos, era muy peligroso quedarse”, explica Yoseef, ahora muy serio.>
Su itinerario difiere un poco del que ha seguido la mayoría de los refugiados, pues no cruzaron el mar Egeo en barca. “Salimos hace un mes. En Turquía fuimos a Estambul, allí cruzamos el estrecho, y seguimos en autobús o a pie hasta Grecia, después a Macedonia, Serbia y Hungría; hemos caminado mucho”, relata Ahmed, que era gestor de recursos tecnológicos para una empresa con sede en Damasco. Es padre de dos niñas de 7 y 9 años, que corretean entre los fardos, mientras su esposa trata de poner orden. Dos hermanas jóvenes de la esposa completan el grupo. El cuñado Yoseef trabajaba como pintor de coches.>
Consiguieron cruzar andando la frontera serbo – húngara, pero la policía magiar les interceptó y les trasladó al campo de registro de solicitantes de asilo que hay cerca de Szeged, en la localidad fronteriza de Rószke. “Era una especie de prisión; nos dieron poca comida, pan y agua, estuvimos quince personas tres días en un espacio de no más de 20 metros cuadrados”, sostiene Ahmed. Tras tomarles las huellas, les dejaron marchar; y entonces viajaron en coche hasta Budapest. Cuando llegaron a Keleti, se enteraron de que no valía la pena intentar comprar billetes, porque ya no salían trenes hacia Europa Occidental. Quieren ir a Alemania, donde tienen parientes, aunque lejanos, en Munich y en Bremen. >
Ahmed Ibrahim, 20 años, estudiante >“Quiero terminar la carrera de Economía” >
Para Ahmed Ibrahim, de 20 años, que viaja sin familia con otros seis jóvenes, el camino hacia Alemania empezó en realidad hace dos años. Ese es el tiempo que ha pasado en Turquía, trabajando en labores diversas, la última sirviendo mesas en un restaurante en Estambul. Así ha ido ahorrando. “Mis padres me dieron luz verde este verano para intentar ir a Alemania, dicen que quizá así tendré un futuro mejor; pero antes no querían ni que intentara el viaje, mi padre teme que me pase algo malo, porque en la frontera hay muchos criminales”, dice Ibrahim. Antes de pasar esos dos años en Turquía, estudió un curso en la Universidad de Alepo. “En Alemania quiero terminar la carrera de Economía”, dice. >
En Alepo han quedado sus padres y hermanos, pues, pese a la guerra, es un lugar aún relativamente seguro, y los suyos no quieren abandonar el negocio familiar. Ibrahim emprendió viaje hace diez días y, como la mayoría de los migrantes que llegan a Hungría, desembarcó en Grecia, y por vía terrestre pasó a Macedonia y Serbia. “Al cruzar la frontera, me capturó la policía húngara y me tomaron las huellas”, explica, pero sabe bien que Alemania acepta las solicitudes de asilo de sirios aunque les hayan fichado en otro país.
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