‘Nosotros social’

Diario de Noticias, Por Fabricio de Potestad Menéndez, 05-09-2015

El nosotros parece claro que no es una genuina estructura ontológica, puesto que supondría la disolución de la identidad propia en otra colectiva. Y ninguna identidad es reductible a otra. Es pues un espejismo, un eclipse pasajero de la conciencia que resulta de la interposición de un falso ser – con – todos. Obviamente, la identidad de un ser humano viene determinada por sus propios límites, pues fuera de ellos ya no es él, sino otro distinto. Uno puede ciertamente apreciar la conveniencia y necesidad de formar parte de un nosotros, pero sin dejar de ser uno mismo. Por tanto, uno no puede trascender desde su propio ser a un ser colectivo y verlos como equivalentes, pues ambos son irreconciliables. Y esta afirmación filosófica no es inocua en sus consecuencias, pues tiene un importante impacto político, en la medida en que representa un obstáculo para la construcción de una sociedad igualitaria y solidaria. No obstante, como dice Sartre, no hay solipsismo, ya que la existencia de los otros es percibida por la conciencia y, por tanto, existen en el propio yo. Y en consecuencia, se puede afirmar que si bien no hay un nosotros ontológico, si es posible un nosotros social, aunque inevitablemente éste sea diverso, fragmentado, cambiante y asentado en los intereses contrapuestos de quienes lo integran. No cabe duda de que cada persona encuentra en los deseos e intereses del otro un límite a su libertad, un obstáculo para sus posibilidades y, en definitiva, una potencial amenaza para el desarrollo de su proyecto personal. En consecuencia, la praxis que se deriva del nosotros social se ve cercenada por los desajustes insalvables que se suscitan en las relaciones con los demás.

No nos debe extrañar, por tanto, que el nosotros social o conciencia colectiva solidaria que devendría, según la Ilustración, sociedad libre y satisfecha, ha sido una esperanza tan largamente aplazada que se ha transformado en desesperanza y decepción. La historia no ha seguido el camino esperado y deseado, no se han cumplido las profecías marxistas ni liberales. Es más, ha tomado derroteros ajenos e incluso contrarios al recorrido ideal, pues su curso va camino de un proceso de alineación creciente, en el que se pone de manifiesto una sociedad de individualización hegemónicamente narcisista e irreconciliable, que si se mantiene unida es por la coacción exterior del Estado, visto como fuerza necesaria pero no amiga. El fracaso histórico de la construcción de un nosotros social, de un genuino sentimiento de solidaridad, es seguramente la causa del racismo, de la xenofobia, del machismo, del tráfico de personas a gran escala, de la prostitución o de la existencia de las clases sociales.

Abandonada la posibilidad de un nosotros ontológico, el nosotros social constatamos que tampoco se ha producido. En su lugar tenemos una mera asociación de ciudadanos dispuestos a la cooperación, pero en durísima competencia, perdiéndose así cualquier pretensión de adhesión fuerte y solidaria. En este agrupamiento ciudadano se advierte la fragmentación y pluralidad nacional, cultural, racial, económica, religiosa, moral e ideológica, que deviene probablemente inconciliable e insalvable y aleja del horizonte la posibilidad de la pretendida comunidad solidaria. En el escenario mundial parece haber llegado la hora del fraccionamiento y la diseminación, de la particularidad y de la diferencia, es decir, del fracaso del nosotros social. Sin embargo este hecho no es casual, sino que puede ser atribuido, en parte al menos, a la subjetividad condicionada por la lógica de la economía capitalista que es insensible con la solidaridad y difícilmente compatible con la justicia social. El capitalismo es en esencia una empresa práctica orientada a la obtención de beneficios, por ello, su praxis ha de ignorar cualquier atisbo de moralidad que perturbe dicho objetivo. Ahora bien, si el sentido de la política, al menos del socialismo, es la construcción del nosotros social, la política se revela como una misión muy complicada, aunque imprescindible, pues pese a todos estos inconvenientes, no cabe duda de que sólo el poder de una praxis colectiva debidamente organizada puede mejorar la situación de precariedad de cada persona. De ahí que el compromiso político y la praxis colectiva sigan siendo inexcusables.

Tras las ruinas de los grandes relatos se vislumbra todavía el viejo idealismo hegeliano, esto es, una concepción escolástica que supone admitir que la historia avanza bajo la influencia de misteriosas fuerzas, que en ningún caso han quedado empíricamente probadas, ni el devenir histórico ha corroborado, sino más bien todo lo contrario. La expansión planetaria del capitalismo y el tipo de subjetividad que ha determinado, sustancialmente egoísta y competitiva, ha impedido un nosotros social realmente consciente y operativo. Y ante las brumas que se levantan patentizando el mundo de lo injusto, la compasión, sentimiento en el que según Schopenhauer se sustenta la ética, debe erigirse en el escultor de una subjetividad solidaria que nos lleve a recrear nuevas posibilidades hasta ahora impensadas, que finalmente haga posible un nosotros social. Es la compasión la que burla el egoísmo, sobre todo cuando se adensa en congoja, y posibilita la superación de la moral capitalista y su actitud depredadora, liberando al ser humano de una civilización que le ahoga y esclaviza.

El autor es presidente del PSNPSOE

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