El camión
Deia, , 05-09-2015nO hace falta ir a las profundidades del Congo Belga, esto es, al “corazón de las tinieblas” para exclamar con Kurtz: “¡El Horror, el Horror!” porque lo tenemos delante de las narices, en el escenario de las vacaciones de verano y los viajes turísticos, casi domésticos. Está ahí.
El más imponente símbolo del “Horror” es hoy ese camión de carnicería aparcado en un arcén que supuraba líquido de putrefacción. No, no bailemos el minué del mal gusto y el peor olor. Esa es la realidad, así lo encontraron, con más de setenta cadáveres de refugiados en su interior. Nuestra civilización huele a cadaverina. Apesta.
Y no es ese el único icono. Hay donde escoger. Cada espectador del “Horror” podría ser ese Conrad que fue al Congo y vio lo que solo denunció de una manera leve en El corazón de las tinieblas. No pasamos de ser meros espectadores de la desdicha extrema y la barbarie, banales cronistas a fuerza de señalar los mismos hechos incesantes. Parece que no puede haber más horror, y puede; a un naufragio, le sucede otro mayor. Los muertos se contaban por decenas, por centenares luego y ahora por miles.
La sucesión de hechos trágicos hace del horror, rutina. Nos felicitamos de estar lejos, amarrados a nuestras miserias. Nos conmueven los trabajos de los fotoperiodistas, mucho más que lo poco que leemos o no queremos leer, esa información sesgada que nos llega, en la que creemos según nos convenga. ¿Qué sabemos, qué aventuramos, qué sospechamos del origen del éxodo? ¿Lo que diga el gobierno o lo que el gobierno calla, y con él todos los medios de comunicación no ya afines a su política, sino al sistema neoliberal en cuya defensa actúan? Una certeza: los cientos de miles de refugiados que ya han conseguido entrar en Europa y el descrédito de sus gobernantes.
No nos hace falta informe sobre lo que sucedía en El corazón de las tinieblas hace cien años aunque sí nos haga falta uno verdadero del alcance real de la tragedia y de sus causas, de esas de las que solo se habla con generalidades: qué, quién, quiénes han provocado este éxodo masivo de gentes en busca no ya de una mejor vida, sino de la supervivencia a secas, y cuál es la responsabilidad cierta y precisa de nuestros gobiernos en ellas. Escribas lo que escribas todo suena a estampa humanitaria; tu alerta no pasa de ser la voz de un desasosiego que por el momento te calma.
Son decenas de miles de personas las que han conseguido saltar las vallas, las alambradas, los puestos fronterizos, cruzar un mar que es una gigantesca fosa común. Ignoramos el número real de los que han fallecido en el intento, a diario.
La estampida. Hablamos de ella desde hace quince años. Europa lleva conociendo estos años más desplazados que los que fueron movidos por el vendaval de la Segunda Guerra Mundial. ¡Que no entren, que se vayan, que regresen! ¿A dónde? ¿A qué? Flota el fantasma de la Europa de los campos de concentración. Y flota una realidad: solo los europeos se conceden a sí mismos el derecho a buscar refugio contra sus horrores. Cortos de memoria, espantados tal vez de sí mismos.
Todo apunta a un tráfico de personas a gran escala, pero poco se dice de que los estados, los regímenes policiacos incluso, se muestran incapaces en la lucha contra las mafias transnacionales porque están incrustadas en sus entresijos. Habrá tráfico de personas mientras haya quien necesite de manera vital ir de un lado a otro. Nos tranquiliza que las mafias sean las causantes inmediatas de estas tragedias; son las culpables, punto, no la sucesión de espantos que apenas nos conmueven: guerras de origen oscuro, abusos sobre poblaciones indefensas, genocidios flagrantes o encubiertos, hambrunas, epidemias, miseria endémica, rebabas del colonialismo europeo y de su saqueo de materias primas ajenas, víctimas de sus negocios… No, no es cosa de novelería saber quiénes y cómo armaron al EI (Isis) o a otros regímenes totalitarios mientras les convenía saquearlos por la gatera y a cubierto de informaciones veraces; ni tremendismo hablar de todos los beneficiarios del saqueo. Ignoramos cuáles son las trastiendas de esta estampida migratoria, de este éxodo masivo y aunque las supiéramos, ¿qué? Nada. Nadie sería juzgado, nadie. Aquí solo impera la ley del más fuerte, aquí solo hay víctimas y mucha policía, mucha alambrada, mucha palabrería oficial y más violencia.
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