El drama de los refugiados »

Hungría vuelve a cerrar la estación de Budapest a los refugiados

El único de tren con exiliados que ha partido ha sido desalojado en una ciudad cercana.

El País, Gabriela Cañas, 03-09-2015

Los más de 2.000 refugiados, en su mayoría sirios, que sitian la estación internacional de Keleti, de Budapest, desde hace casi una semana han irrumpido esta mañana en los andenes; esperanzados. La policía húngara se había retirado a primera hora de la mañana y cientos de inmigrantes han creído que, por fin, las puertas de Alemania se abrían para ellos. El espejismo ha durado poco tiempo: horas después, las autoridades húngaras han obligado a los exiliados a abandonar la estación.

Muchos se han lanzado a los trenes, pero solo uno ha abandonado el andén con destino a Alemania. Se han vivido escenas de caos. Algunos lanzaban a los niños por las ventanas para hacer el viaje. Sin embargo, todos sus ocupantes han sido obligados a bajar del tren en la localidad húngara de Bicske, a 40 kilómetros de Budapest, y han sido llevados a un centro de acogida.

Es el único tren que ha partido. Un escueto cartel, en inglés y húngaro, advertía desde primera hora que todos los trenes internacionales estaban cancelados. Keleti es desde esta mañana una estación abierta también a los refugiados, pero inactiva. Otra tanda de migrantes (hombres en su mayoría) se ha metido en un viejo intercity también con destino a la ciudad de Sopron, como el que ha partido a primera hora. Sopron es una ciudad próxima a la frontera con Austria. A media mañana, la policía les ha ordenado abandonar los vagones. El tren seguía parado.

El caos de las primeras horas ha dejado paso a la fatiga y el desconcierto. La mayoría de los refugiados no hablan otro idioma que el suyo y ni siquiera saben si Sopron está realmente junto a la frontera. “Si estuviera allí podríamos pasar a Austria andando. ¿Tiene usted un mapa? ¿Sabe cuántos kilómetros hay?”, preguntan dos jóvenes.

La estación de Keleti y sus alrededores ofrecen una dura estampa de esta crisis migratoria, la peor que vive Europa después de la II Guerra Mundial. En el corazón de la bella Budapest, Keleti es un enjambre de refugiados que han tardado semanas en llegar hasta aquí. Sus historias se repiten. Son sirios, dicen, llevan semanas intentando llegar a Alemania. Esta parada se ha convertido en un lugar insalubre. La gente hace cola ante los retretes portátiles instalados en la plaza que da a la entrada principal de la estación. Huele a orines y los suelos están encharcados. Limpiadoras y barrenderos siguen haciendo su trabajo como si fuera un día normal, pero su labor apenas se nota.

Llama poderosamente la atención la cantidad de niños que, junto a sus padres, llevan días durmiendo al raso y comiendo en el suelo, pero también dedicando sonrisas a los periodistas y jugando al balón. Un perro ha atrapado con la boca una pelota de gomaespuma y por un rato incluso varios adultos se han sumado al juego de perseguirlo.

Algunos han aprendido algunas palabras en inglés: “Madam. No money. Please” (Señora. No dinero. Por favor) y extienden la mano. Otros dibujan con lápices de colores. La familia Mahir (padres y cuatro hijos) descansa sentada sobre un edredón abierto en el suelo. Am Nur solo tiene diez años, pero parece entretenida jugando con sus hermanos pequeños de siete y cinco años. Rahma, la mayor, de 13 años, permanece sentada, modosa, con la cabeza cubierta, junto a sus padres. La familia desea llegar a Alemania, como todos los demás, y han llegado hasta aquí desde la ciudad siria de Deir ez – Zor atravesando Turquía, Grecia, Macedonia y Serbia. Los seis mantienen en situación tan difícil un porte de dignidad.

La policía húngara ha informado este jueves de que ayer se interceptaron a 2.061 refugiados, entre ellos 353 menores, que entraron en Hungría y de que se han iniciado procesos legales contra 9 personas por tráfico ilícito de seres humanos. Ciertamente, se ven extrañas transacciones de dinero en algunos grupos. Pero la mayoría son familias enteras como los Mahir que esperan poder seguir camino. Los voluntarios de la organización local Migration Aid no dan abasto. Tienen un pequeño local en la explanada situada debajo de la estación, la que da al metro, y allí se agolpa la gente en busca de ayuda. Uno de los voluntarios pierde la paciencia y les piden dispersarse. Una mujer ha pedido un carrito de bebé. No hay. Pero muchos reciben comida y algunos niños han logrado peluches para seguir jugando.

Oscar, un estudiante de Relaciones Internacionales, se acerca a una de estas familias y les deja seis botellas grandes de agua mineral. “Esto es una vergüenza. Me dan ganas de llorar. Por eso lo hago. Es un gesto particular. No trabajo para ninguna ONG”, dice este chico de 25 años de rasgos asiáticos que prefiere no aportar ni su apellido ni su nacionalidad.

En el exterior, la gente lleva días viviendo en tiendas de campaña o, simplemente, sobre el suelo. Han construido su hogar sobre una alfombra o una simple plancha de cartón. En los andenes, como fuera, hay que andar con cuidado, sorteando gente, intentando no pisar a los niños a los que ha vencido el sueño. Sobre una de las grandes paredes que hay en la entrada del metro, alguien ha escrito en grandes letras: “Siria. SOS. Quiero ir a Alemania (por favor). Ayúdanos, Angela Merkel”. Lo ha hecho en inglés y en árabe.

El único empleado de los ferrocarriles que ofrece información en otro idioma distinto del húngaro da explicaciones a los viajeros que poseían un billete para volver a casa. Son suizos, austriacos, alemanes… Asegura que no sabe cuánto tiempo quedará cerrada la estación y que la única manera de acercarse a su destino es, por el momento, tomar trenes de cercanías en la otra estación de la ciudad, Nyugati. Una joven rubia de ojos azules se encoge de hombros con gesto de comprensión. Los refugiados sirios, pero también afganos y de otras nacionalidades, parecen, sin embargo, decididos a permanecer en este lugar.

El Parlamento húngaro debate este jueves un paquete legal que establece penas de cárcel por entrar de forma ilegal en el país, mientras que el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, se reúne con los máximos responsables de las instituciones comunitarias.

En lo que va de año, 351.314 personas han arribado a las costas comunitarias, principalmente griegas e italianas, según cifras difundidas el martes por la Organización Internacional para las Migraciones. “Aquí hay solo una mínima parte”, explica una fuente diplomática. “La mayoría ya ha logrado salir de Hungría”.

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