Desalambre Una familia de refugiados eritreos con dos hijos espera la ejecución de su desahucio en España

La familia, reasentada por el Gobierno desde un campo de refugiados de Túnez en 2012, ha agotado sus ayudas de acogida y el Ministerio de Seguridad Social no da ninguna una solución Tras huir en dos ocasiones, de la guerra de Eritrea y de la de Libia, Derar y Nauma y sus niños de 12 y tres años empezaron una nueva vida en España Una sentencia pericial les ha condenado a abandonar el piso y esperan la comunicación de una fecha a través de una orden judicial que la propietaria considera "inminente"

El Diario, Gabriela Sánchez , 03-09-2015

Una familia de refugiados eritreos con dos hijos menores, reasentada en 2012 de un campo de Túnez, está esperando su desahucio de una vivienda en Madrid después de haber agotado las ayudas derivadas de su condición de asilados. Su caso no es una excepción, recuerda Acnur. La mayoría de las 80 personas que viajaron junto a ellos en un cupo del Gobierno, después de vivir circunstancias similares, ha dejado atrás España con dirección a otro país europeo donde encontrar otra oportunidad para salir adelante, según ha podido saber este medio.

Nauma y Derar no han dormido esta noche. Este martes la dueña del piso en el que se alojan les advertía de que el desahucio era inminente, que buscasen otro lugar para quedarse y, así, evitar que sus hijos vivan un desalojo forzoso. Pero no tienen adonde. “Estamos muy preocupados, la propietaria nos dice que puede tener lugar en cualquier momento”, lamenta la madre de los niños. Esperaban con miedo este momento desde que se vieron obligados a dejar de pagar el alquiler del piso en el que se alojan.

Aún no han recibido la orden judicial de desahucio, pero sí la sentencia del proceso pericial celebrado tras la denuncia de la dueña de la vivienda, a la que ha tenido acceso eldiario.es. La familia ha sido condenada a “dejar libre el inmueble arrendado” y a pagar las cantidades adeudadas por impago, que ascienden a 1.400 euros, a lo que se suman las costas. Según ha podido saber este medio, el Ministerio de Empleo y Seguridad Social, encargado de la acogida de estas personas, no les ha dado ninguna solución. eldiario.es se ha puesto en contacto con la institución pero rechaza hacer declaraciones de momento por asuntos relacionados con la “protección de datos”.

La Representante de ACNUR en España, Maricela Daniel, y miembros de las autoridades españolas dan la bienvenida a los refugiados en el Aeropuerto de Barajas, en Madrid. / © ACNUR/ C. López.
La Representante de ACNUR en España, Maricela Daniel, y miembros de las autoridades españolas dan la bienvenida a los refugiados en el Aeropuerto de Barajas, en Madrid. / © ACNUR/ C. López.
Nauma y Derar huyeron por primera vez cuando eran niños. Primero escaparon de la guerra que entonces atosigaba a Eritrea y, después de pasar por un campo de refugiados de Kenia, se trasladaron a Libia a estudiar. Allí se licenciaron como ingenieros y vivían de forma holgada. Hasta que la guerra frenó sus vidas. El conflicto les separó y, mientras la mujer huyó a Shoushaa, un campo de refugiados de Túnez, su marido se quedó aislado en otro punto del país.

En 2012, Nauma y los niños fueron trasladados a España a través de un programa de reasentamiento aprobado por el Gobierno de Zapatero y ejecutado por el de Mariano Rajoy. Su marido, con el que había perdido el contacto desde entonces, no logró localizarles hasta un año después. Finalmente, consiguió la reagrupación familiar y se reunió con ellos.

Derar Aameda, refugiado eritreo acogido por España bajo un programa de asentamiento, en su vivienda \ Gabriela Sánchez
Derar Aameda, refugiado eritreo acogido por España bajo un programa de asentamiento, en su vivienda \ Gabriela Sánchez
La precariedad de la acogida en España

La familia eritrea llegó en un momento en el que España vivía un pronunciado incremento de las solicitudes de asilo, un hecho que, sin embargo, no vino acompañado de un aumento de los fondos destinados a la acogida. Entonces, como publicó eldiario.es, el Ministerio de Empleo ordenó a las ONG encargadas de su acogida el establecimiento de un sistema de fases por el que muchos refugiados se están quedando sin ayudas a los seis meses. Otros más vulnerables consiguen prórrogas de las subvenciones que, según fuentes humanitarias, cada vez se otorgan con menor frecuencia.

Esta familia sí logró obtener las prórrogas en las ayudas, que se elevaban a los 1.200 euros mensuales para una familia de cuatro personas. En agosto de 2014 se agotaron. Entonces, comenzaron a recibir una Renta Mínima de Inserción de alrededor de 500 euros, que mantienen en la actualidad. Su alquiler cuesta 700 y las cuentas no salen. En junio dejaron de pagar su vivienda.

Al otro lado, la propietaria del piso admite a este medi que le resultó “muy duro” iniciar el proceso de desahucio. “Les he ayudado todo lo que he podido, les ofrecí ayudarles a encontrar trabajo, pero no les interesaba”, apunta. “Después de haber vivido una guerra, no me gustaría que sus hijos pasasen por el trauma que puede suponer un desahucio y por eso le mando mensajes para avisarles. No tenía otro remedio…”, reconoce. La mujer, madre de dos hijos, cuenta que necesita el dinero para pagar la hipoteca. “He ido tirando de ahorros… Me encantaría poder acogerlos, pero no puedo”.

La familia no la culpa. “La comprendemos, es su casa y claro que necesita el dinero. Pero no tenemos adonde ir…”, dice Derar. “Le estamos muy agradecidos”. Nauma cuenta que durante estos años tanto ella como su marido han intentado conseguir empleo en vano: “He hecho cursos de limpieza, lo he intentado también en diferentes escuelas de árabe… pero no lo hemos conseguido”.

Los altos niveles de desempleo del país se unen a la ya complicada integración de los asilados: en un corto periodo de tiempo deben aprender un idioma, conseguir trabajo y adaptarse a una nueva cultura. Todo, mientras superan los recuerdos del pasado: los procesos de huida suelen acarrear fuertes consecuencias psicológicas.

Su historia

No era la primera vez Nauma volvía a empezar. Nema huyó de Eritrea, su país, a la misma edad a la que su hija tuvo que abandonar el suyo, Libia. A los siete años. La guerra con Etiopía les obligó a partir a un campo de desplazados en Sudán. De ahí, se fue a estudiar su carrera a Libia, donde conoció a su marido. Cuando Nema subió en ese avión, lo dejaba atrás. No sabía si vivo o muerto.

Hacía un año no sabían nada de él. Absolutamente nada. Tomó ese vuelo rumbo a España sin poder avisar a su marido, con el que perdió el contacto en medio del horror de la guerra libia. Cuando estalló el conflicto, Derar se encontraba trabajando en otra ciudad, los caminos se cortaron y, después de mantener conversaciones teléfonicas durante dos meses, las comunicaciones dejaron de funcionar.

Pero tenía que aceptarlo para poder salir, por fin, de ese desierto que asfixiaba a su familia. “Ese horrible desierto en el que no se podía vivir”. En ese desierto en el que su hija Adaad no podía ir a la escuela. En ese desierto en el que, dice la niña, “no había casas”, al que “era imposible acostumbrarse”.El campo de tránsito de Shousha (Túnez), que llegó a albergar a más de 20.000 personas, se sitúa en una zona árida y semidesértica, que en verano llega a alcanzar los 50 grados y donde los refugiados dependen completamente de la ayuda humanitaria para sobrevivir.

Después de dos años sin saber nada de su marido, sonó el teléfono. Era Derar. Llamaba a España desde el campo de refugiados del que su familia había partido un año atrás. Hacía dos años que no escuhaban su voz. “Al principio no sabíamos quién era. Pero cuando lo reconocimos, no nos lo creíamos. Nos alegramos mucho… ¡Hasta bailamos!”, dice Nema entre risas junto a su hija, que le ayuda con la traducción gracias a un perfecto castellano aprendido en la escuela. “Cuando me lo dijo mi madre se lo conté a todos mis amigos en el colegio. ’¡Que ha llamado mi padre!”, recuerda la niña.

Durante el tiempo en el que no sabía nada de su familia, únicamante su ubicación en el campo de Shousha, su vida fue una odisea con un marcado objetivo: poder llegar al lugar donde creía que se cobijaban. Pero, cuando el conflicto explotó, tuvo que huir a otra zona de Libia y los papeles que acreditaban su residencia legal en este país se quedaron en su punto de partida. Esta situación se traducía en su devolución inmediata cada vez que trataba de cruzar del pueblo de Samna a la capital, Tripoli, para, de ahí, cruzar a Túnez, donde esperaban Nema, Adaad y el pequeño Ahmed, que ahora tiene tres años.

Se convirtió en un inmigrante irregular de cara a las autoridades libias, en el Estado donde había trabajado como un relevante ingeniero. “Mi hija iba a un colegio muy importante, con hijos de diplómáticos”, corre a decir, como con la necesidad de aclarar que no siempre fue todo mal. Que hubo un tiempo en el que vivía con tranquilidad en el lugar donde fue más feliz, Libia.

Dos años después de separse de su familia, llegó a Shousha. Pero allí no estaban quienes pretendía encontrar. En junio de 2014 Derar consiguió reagruparse con su familia gracias a la intervención de Acnur.

Lo que encontró no era lo esperado.

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