LITERATURA ISLAM, MUJER Y LIBERTAD
«ESTAMOS CONFUNDIENDO TRADICIÓN CON OBLIGACIÓN»
Najat El Hachmi reflexiona sobre la soledad del inmigrante en ‘La hija extranjera’, su nueva novela
El Mundo, , 03-09-2015Las chicas no acostumbran a matar al padre, a quien matan es a la madre. Pero de ello no se habla a menudo o, al menos, no de la manera en que Najat El Hachmi lo plantea en La hija extranjera (Destino/Edicions 62). Con un monólogo que viaja del presente al pasado con la hondura y, a ratos, la oscuridad de la narradora de un clásico como Nada, de Carmen Laforet, a quien Najat, nacida en Marruecos como su protagonista y criada en una ciudad del interior de Cataluña también como su protagonista, menciona entre sus influencias más directas en el momento de ponerse a escribir su tercera novela, toda una vuelta a los orígenes, dice. A los verdaderos orígenes, no a aquellos que le permitieron ganar el Ramon Llull (el Planeta de las letras catalanas) en 2008 con una historia muy parecida, El último patriarca.
«Creo que me hice escritora en el instituto. En mitad de la clase, cuando escribía en la libreta pequeños fragmentos de una especie de diario. No pretendía nada, pero allí había una voz que he recuperado y que es la voz de la narradora de esta novela», dice. Cuando tenía ocho años, Najat y su familia aterrizaron en Vic. Corrían los años 80 y no era nada fácil ser como el resto «cuando sentías que venías de otro planeta». La protagonista, como la propia Najat hizo en su momento, convierte los libros, la lectura, en su patria, pero en un momento determinado decide abandonarlos porque su madre no se merece que le dé la espalda.
¿De verdad que le está dando la espalda? «La protagonista se siente en deuda con su madre, porque ha tenido que renunciar a un montón de cosas por ella. Es madre soltera y está en un país que no es el suyo y, todo lo que sea de su vida, de la vida de su hija, será juzgado», contesta El Hachmi. Así que la protagonista empieza, ella también, a renunciar a ciertas cosas e inicia, en muchos sentidos, el camino inverso al que hacía la protagonista de su primera novela, El último patriarca: va de la libertad a la sumisión, y de algo parecido a la felicidad a una angustia imparable. «La deuda que puedes sentir que tienes con tus padres es aún mayor cuando de por medio ha habido un movimiento migratorio. Porque la migración es dura y complicada y la persona que emigra está perdiendo muchísimo», insiste.
Para empezar, su situación en el nuevo país es de «vulnerabilidad». «Están lejos de la familia y eso las hace vulnerables. Están desorientadas», dice. Podrían no llevar pañuelo, pero ¿estaría bien que no lo hicieran? «En su desinformación, confunden tradición con obligación. La estrechez de miras es mayor aquí que allí. Allí, que las chicas vistan como las occidentales es lo más normal del mundo, aquí no. Lo que ves es un retroceso», señala. La figura materna (o paterna) juega un papel fundamental en la represión. La cuestión es siempre el ser o no ser hamletiano: librarse de una vez por todas de la madre (en este caso) y ser, definitivamente, sin el peso de tener que agradar a los demás. «Yo misma he hecho mi propio viaje hacia la aceptación de muchos elementos que había reprimido», dice.
Najat escribe en catalán y se la compara con su admirada Mercè Rodoreda, aunque en este caso otra Mercè, Maria Mercè Marçal, tiene la culpa de todo. «Pasé un tiempo creyendo que jamás volvería a escribir, pero entonces, un día, leyendo uno de sus poemas, me volví a topar con aquella voz adolescente, la voz de mi yo del instituto, y todo empezó de nuevo», confiesa. Y añade que la novela nació en un momento de «añoranza», poco después de dar a luz a su hija. «En esos días en los que necesitas que te cuiden, en los que vuelves un poco a ser una niña, se me apareció todo ese mundo de mi infancia en Marruecos. Ese mundo de mujeres es el que intento recrear». Y no sólo en esta novela. La próxima irá aún más lejos. Al momento (clave) de la migración.
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