Tres mil migrantes acampan en Budapest ansiosos por seguir hacia el norte

La Vanguardia, , 03-09-2015

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La última encrucijada de la presente tensión migratoria de Europa se ha instalado en las inmediaciones de la estación ferroviaria de Keleti, en Budapest, donde personas que escapan de la guerra o la pobreza, o de ambas lacras, se dan de bruces con el engranaje legislativo europeo, interpretado por unos y otros países miembros según su interés.

“Nosotras queremos ir a Alemania; los húngaros no nos quieren en su país, hemos pagado nuestros billetes, no entiendo por qué no nos dejan subir al tren”, resume la joven siria Marwa, de 27 años, ingeniera electrotécnica, que ha pasado la noche con su familia (no quieren dar apellidos) en el vestíbulo subterráneo que conecta la red de metro con la estación de Keteli. Esa conexión está ahora cerrada por una cancela.

Por segundo día consecutivo, el acceso a la principal estación de ferrocarril de la capital de Hungría estaba ayer vedado a quienes no disponían de visado para algún país del espacio Schengen, el área de libre circulación de la que forman parte casi todos los miembros de la UE y otros países europeos no comunitarios. “Un billete de tren no anula las reglas de la UE”, dijo el portavoz del Gobierno magiar, Zoltan Kovacs, después de que el lunes Hungría permitiera partir en tren hacia Austria y Alemania a 3.650 personas ­carentes de los requisitos para atravesar las fronteras intracomuni­tarias. Ninguna autoridad húngara ha aclarado por qué el lunes un billete de tren sí anulaba las reglas de la UE y ahora ya no.

Keleti se ha convertido en un campamento improvisado, con grave riesgo de enquistarse como tal, en el que bajo un sol de plomo aguardan familias con niños y ancianos, pero también hombres jóvenes solos, que han llegado tras un arduo viaje desde Siria, Afganistán e Iraq, principalmente, pero también de otros lugares. Se acuestan sobre mantas o cartones, envueltos en el olor del calor, la suciedad y el cansancio. Algunos tienen tiendas de campaña. Las muy buscadas zonas de sombra están abigarradas, y en la plaza sólo hay seis letrinas portátiles, a mediodía ya hediondas.

Están derrengados.

Medio centenar de policías les impiden el paso a la entrada principal de esta monumental estación de finales del siglo XIX. Mientras, los viajeros con pasaporte apropiado pueden acceder a los andenes por una puerta lateral, también custo­diada por la policía. Dentro, la atmósfera es extraña; falta el habitual ajetreo de las estaciones céntricas, y nuestros pasos y el rodar de las maletas producen demasiado eco.

Según estimaciones policiales y de la oenegé Migration Aid, hay ahora en torno a Keleti entre dos mil y tres mil personas, entre desplazados por conflictos bélicos e inmigrantes económicos, todos ellos en busca del sueño europeo. La inmensa mayoría ha llegado a través de Turquía, ha viajado luego por mar hacia Grecia, y de allí por vía terrestre a Macedonia, y después a Serbia. En tren, autobús, barco o a pie. El trecho final andando lo han transitado casi todos. Inevitable caminar para mejor esconderse: es ese último tramo que implica cruzar la valla de metro y medio de altura y de 175 kilómetros de longitud que Hungría ha tendido en su frontera con la no comunitaria Serbia.

Ya en Keleti, los mejor informados barruntan que, para alcanzar el destino que se han propuesto – el grito “¡Alemania, Alemania!” volvió a oírse ayer – , no les conviene que la policía magiar les identifique y les tome las huellas dactilares, aunque tampoco saben muy bien por qué.

Según el protocolo de Dublín, los candidatos a obtener asilo en la UE que huyen de guerras o persecución deben tramitar la solicitud en el primer país comunitario en el que ponen pie, no en aquel en el que aspiran a vivir. Una ficha húngara de huellas dactilares puede vincular su destino definitivo a este país, en el que nadie parece querer quedarse.

En el vestíbulo subterráneo del metro, la madre de Marwa alisa en el suelo la manta de la familia para que se siente la reportera, con la misma digna hospitalidad que si la invitara a sentarse en su perdido hogar de Damasco. Su otra hija – Mariam, de 30 años, también madre – da el biberón a la pequeña Rady, de seis meses, que luce diminutos pendientes de oro y se alimenta sin temor. Viajan acompañadas de dos amigos varones, y aspiran a reunirse con un hermano que vive en Hamburgo.

“Llevamos un mes y una semana viajando; en Siria no hay futuro, sin casa, sin trabajo, sin dinero sufi­ciente para una vida decente – relata Marwa – . La policía húngara nos detuvo y nos tomaron las huellas; nosotros no queríamos, pero nos obligaron. ¿Y ahora qué pasará? ¿Conseguiremos ir a Alemania?”. Y muestran sus billetes de tren para Munich, con escala en Viena: 194,35 euros el billete conjunto de cinco adultos, y 19,45 el del bebé.

Como son billetes válidos para varios días, esperan. Pero también esperan quienes no han comprado título de transporte. “Somos veinticinco; somos demasiados viajando juntos, es un problema”, dice como puede un chico de un grupo masculino que emprendió el camino desde Bangladesh hace cuatro meses.

Un cansado orden reina en la zona. La gente calla, los niños juegan al tres en raya dibujado con tiza en el suelo y los mayores recargan sus móviles en multienchufes prestados por las camionetas televisivas. Sólo de vez en cuando, hombres jóvenes envalentonados por la presencia de cámaras rompen a corear “policía no” y “libertad”, como ese grupo con pancarta afgana. Pero la tensión no pasa de ahí.

Ante la evidencia de estos días de caos, el Ayuntamiento de Budapest construirá una “zona de tránsito” para migrantes cerca de Keleti, con capacidad máxima de mil personas, “pero no será un campamento para refugiados”, puntualizó. Habrá tiendas para dormir, agua y atención sanitaria, labor que hasta ahora ha realizado casi en solitario Mi­gration Aid. Esta oenegé convocó anoche una manifesta­ción, a la que acudieron miles de húngaros, en protesta por los planes del Gobierno ultraconservador de Viktor Orbán, que quiere penar con cárcel el cruce ilegal de su frontera. Y eso que quienes la cruzan aspiran a llegar al norte para volver a cruzarla.

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