«Por fin estoy en casa»

El Periodico, MARTON DUNAI / REUTERS / BUDAPEST, 03-09-2015

Cuando Rabie Hajouk huyó de la guerra civil de su país no partió hacia el país que ahora llama hogar. Y tras una agónica primera parte de viaje, no esperaba que el tramo final le resultara tan placentero.

El principio de este relato tiene lugar en Arabia Saudí, adonde se dirigió para unirse a sus hermanos después de que su casa en Homs, en Siria, fuera destruida. Hajouk trabajó durante un año y medio como ingeniero eléctrico, pero acabó siendo víctima de la policía religiosa. «No me sentía seguro», dijo.

La decisión de irse a Alemania al encuentro de su hermana no fue fácil. Entre los cientos de miles de personas que han buscado refugio y una vida mejor en la UE este año, miles de personas han muerto, en botes volcados o camiones sellados. Y lo sabía. Hajouk ya había soportado un mes de privaciones, dijo a Reuters el martes desde el teléfono móvil alemán que compró cuando llegó a su destino.

A la puerta de Schengen, él y sus compañeros de viaje, cinco mujeres y seis hombres, optaron por colarse por la valla de alambre de púas que Hungría ha erigido en su frontera con Serbia, así evitaban tener que dar sus huellas digitales a los funcionarios húngaros.

«Luego corrimos a través de los campos de maíz y tratamos de esquivar los coches de policía. Encontramos dos contrabandistas, una mujer con su hermano adolescente, quienes prometió llevarnos a Budapest por 200 euros cada uno. Nos dijeron que esperáramos y fueron a coger los taxis. Esperamos durante media hora. Cuando llegaron corrimos pero alguien de un coche que pasaba alertó a la policía, que vino y nos cogió».

En ese lugar fue donde se enteraron del hallazgo de 71 inmigrantes muertos en una furgoneta en Austria. «Fue muy inquietante. Estábamos acostumbrados a dramas, pero nunca nos sucedía nada». Finalmente, autobuses de la policía los escoltó hasta Budapest. Les llevaron a una estación de tren y se les pidió que esperaran.

En la estación de Keleti cientos de emigrantes dormían sobre el pavimento, a la vista de los pasajeros que iban y venían de la estación. El grupo de Hajouk encontró un hotel que les alquiló algunas habitaciones sin pedir documentación. «Recuperamos nuestra energía. Dormimos muchas horas, nos bañamos en agua caliente y nos cambiamos de ropa. Fue felicidad pura», relató.

No pudieron comprar billetes de tren hacia Alemania porque no tenían visado. Acabaron por pagar a un contrabandista 500 euros, que les dejó en el primer pueblo alemán, en la carretera. Hajouk se despidió del grupo y se quedó solo por primera vez en un mes. Se subió a un tren a Múnich. Después uno a Stuttgart y otro a Karlsruhe y finalmente a Heidelberg, donde se reunió con su hermana.

«Fui en primera clase, para compensar lo que pasé. Me compré una cerveza y fue un viaje muy agradable. Tomé vídeos. Alemania es el país más hermoso que he visto en mi vida. Es mi nuevo país. Esta es mi casa».

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