La burbuja
Diario Sur, , 16-08-2015Los sucesos de Calais o Lampedusa, la inmensa cantidad de pateras que invaden las costas europeas del sur y la insistente irresolución de los problemas de inmigración son una señal fija de alarma que no cesa. Si había un claro problema norte – sur de inmigrantes queriendo dar el salto a una vida mejor, la guerra civil de Siria primero y la irrupción del nefasto, sangriento y terrorista ‘Estado Islámico’, han agravado la cuestión de forma exponencial. La Unión Europea nos tiene acostumbrados a no abordar este asunto más que tímidamente y, en todo caso, dejando claro que lo considera vinculado a los países que son frontera europea del sur.
En los tiempos de los derechos y la igualdad, la vieja Europa – tan social ella – parece conformarse con el adjetivo ilegal para justificar su falta de compromiso. Italia, Grecia, España y otros en menor medida, reciben en sus costas a miles de inmigrantes, hoy muchos de ellos refugiados de guerra y también políticos. No sólo se trata de mentalizar a las autoridades de la Unión de que estos tres países se enfrentan a la gestión, protección y gestión de la frontera europea, para conseguir compartir gastos y responsabilidades. Se trata de entender que ni basta con tipificar la inmigración ilegal para acallar conciencias ni que tampoco es factible liberar el paso a todo aquel que decida cruzarlo.
Los sucesos de Lampedusa y el sur de Italia, el naufragio y la muerte de miles y más miles de viajeros, prometen no finalizar. Acudir en rescate de las débiles embarcaciones una y otra vez para salvar una mayoría – y no siempre – es una respuesta obligada pero claramente escasa e insuficiente. Impedir que los inmigrantes, que aguardan en Calais, accedan al túnel de la Mancha o los juramentos en arameo de las autoridades británicas, quejándose de la falta de compromiso de las autoridades francesas, avisando de que no dejarán pasar subsaharianos, no augura la más mínima pista positiva.
Si ordenamos las prioridades, hemos de pensar que la preservación y el respeto a los derechos humanos es el primer y principal mandato y que la impasibilidad ni es admisible ni sirve. Y si atendemos a eso que los especialistas llaman «estabilizar la zona» y contribuir al equilibrio social y económico, habrá que deducir que Occidente debe celebrar una gran conferencia internacional estratégica y ejecutiva con la urgencia que sugieren los acontecimientos. O se invierte con ambición, envergadura y celeridad, en las zonas de pobreza, miseria y hambre, emisoras de transeúntes, o no habrá paso ni reja que no acabe por saltar en pedazos ante la presión de la necesidad y la desesperación.
Independientemente de ello – o haciéndolo parte de la misma cuestión – , no es deseable ni inteligente seguir haciendo caso omiso a los estados de guerra en Siria y otros países, entre otros motivos porque también están produciendo un importantísimo trasiego de personas que merecen ser atendidas y confortadas, tanto material como espiritualmente. Ello obliga necesariamente a la UE a actuar con medios y diplomacia porque, tanto las guerras como las hambrunas de nuestros vecinos del sur, son – a la vista está – nuestro problema.
Se ha llegado a hablar de una especie de ‘Plan Marshall’ para crear equilibrios, cauces económicos, suministros y cotas de bienestar, que acaben con las urgencias humanitarias dramáticas de aquellas zonas geográficas donde la vida no vale nada. Para llevar la tasa de mortalidad infantil o las enfermedades y epidemias a cifras tan mínimas como lo son en el primer mundo. Llevar derechos, bienes y libertades, a donde no hay nada de ello. No es sólo una causa humanitaria, que también, es puro pragmatismo. Lo contrario, apuntalar una especie de burbuja impermeable – europea u occidental – de derechos y prosperidad, es insostenible y todo indica que lo será más en el futuro inmediato.
Hace mucho que supimos que si el techo de nuestro vecino se venía abajo, a la larga peligraría también nuestra propia casa. Aprendimos que todos vivíamos mejor si los países de nuestro entorno mejoraban su nivel de vida. Que, a la postre, si los desarrapados dejaban de serlo, podían pasar a ser nuestros clientes o nuestros socios. La idea de Europa nos enseñó que compartir el modelo de democracia, libertad y prosperidad, no nos quita nada, nos da más. ¿Qué hay qué hacer para que, por fin, nos pongamos a ello ya, ahora? No hay tiempo que perder.
En la Grecia antigua se acuñó la palabra y el espíritu de la Democracia, pero sólo era aplicable a los hombres libres, no a los esclavos. En la gran Roma, en aquel gran imperio que la historia nos enseña, vivían bien los que tenían la ciudadanía romana, no así el resto, esclavos y extranjeros. Hay una cierta similitud con los hoy ‘ilegales’, ‘sin papeles’ o los llamados ‘espaldas mojadas’ americanos.
Es responsable afrontar las dificultades y los problemas. Es necesario y obligado practicar lo que se predica en un mundo en el que todos presumimos de valores. La generosidad o la solidaridad no deben ser palabras vacías, pues su aplicación no sólo calmará nuestras conciencias, hará mejor al mundo y todos saldremos ganando. Y, seamos realistas, o compartimos nuestro occidental modo de vida con el tercer mundo, o el tercer mundo compartirá su precario modelo con todos nosotros.
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