Un tal Pérez
Rechazo al inmigrante
Deia, , 08-08-2015CENTENARES de personas mueren cada año intentando llegar a las costas meridionales de Europa. Y hoy se agolpan por miles a este lado del Canal los que quieren acceder al Reino Unido. Doscientos cincuenta millones de personas viven lejos del lugar en que nacieron. Nunca en la historia de la humanidad había ido tanta gente a vivir lejos de su lugar de nacimiento. Ese número no ha dejado de crecer ni dejará de hacerlo en las próximas décadas. Los emigrantes soportan el rechazo, más o menos intenso, de los naturales de los lugares en que se asientan. Por eso es conveniente caracterizar las razones de la hostilidad, las ideas que anidan en la mente de las personas, que hacen que se produzca y que lleguen a convertirlo en un factor decisivo en la vida social y política.
Los psicólogos que han estudiado el fenómeno del rechazo al inmigrante han encontrado que, por norma, los grupos socialmente dominantes tienden a creer que el suyo es un grupo superior y con derecho, por lo tanto, a disfrutar de ciertos privilegios. Por esa razón, si creen que han de sacrificar parte de sus recursos o si ven peligrar su forma de vida, reaccionan rechazando a quienes ven como una amenaza. En esas actitudes tiene mucha importancia la creencia generalizada en la noción de la suma cero. Los que creen en esa noción piensan que el volumen de recursos disponibles es constante y que, por lo tanto, un aumento en el número de personas que compiten por ellos, conlleva necesariamente el riesgo de ver disminuir su parte. El argumento de suma cero carece de justificación, porque los recursos no se encuentran en cantidades fijas y constantes. Pero es una idea muy extendida en las sociedades occidentales y muy promocionada, por cierto, por las organizaciones de izquierda. Por esa razón, los extranjeros pobres se enfrentan al dilema de maldito si lo logra, maldito si no: cuando les va bien, se les acusa de haber reducido los trabajos y oportunidades a que tienen acceso los naturales; pero si les va mal, se les reprocha el aprovecharse de los recursos de todos para el socorro social.
Los juicios erróneos en relación con los recursos disponibles, así como sobre la amenaza que suponen los inmigrantes, se exacerban en tiempo de recesión económica o cuando aumenta la incertidumbre acerca de lo que deparará el futuro. Bajo esas circunstancias, la demanda de igualdad de derechos para todos actúa, incluso, aumentando la hostilidad hacia los foráneos por parte de los naturales más reacios a su aceptación.
No hay recetas simples para neutralizar o minimizar la hostilidad hacia los inmigrantes pobres. Pero está claro que la mera reivindicación de igualdad de derechos para todos no es suficiente. Es preciso implantar políticas de inmigración que tengan en cuenta la capacidad de la sociedades para integrar gentes procedentes de otros países, evitando el riesgo de formación de guetos marginales. Pero eso es difícil. Es preciso, también, reconocer a los extranjeros los mismos derechos que a los nacionales en cuestiones básicas, como salud y educación. Pero eso tiene costes y hay que saber explicárselo a la gente. Y por último, es muy importante hacer pedagogía: el argumento de la suma cero es peligrosamente falaz. La llegada de personas con empuje y determinación, como suelen ser los inmigrantes, puede ser motor de progreso económico. Pero eso deja de ser cierto si el fenómeno migratorio propicia la formación de guetos, con los problemas de marginación social y de alteración de la convivencia que comportan. También eso ha de ser tenido en cuenta y evitarse.
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