Mediterráneo, tumba magna

Diario Sur, , 21-04-2015

Más de 900 personas viajaban a bordo. Era de noche. El barco se tambaleaba. Volcó. Se hundió. 28 supervivientes. Apenas un puñado de cadáveres rescatados. Según el primer ministro de Malta, Joseph Muscat, la organización de este viaje ha podido ganar hasta cinco millones de euros. En Rodas, Grecia, también encalló otra nave ayer mientras Malta e Italia acudieron al rescate de otros 450 inmigrantes a punto de naufragar en el Mediterráneo. En apenas cinco días, más de 10.000 personas han llegado a las costas italianas. Según la Agencia Europea de Control de Fronteras en el primer trimestre de 2015 se ha triplicado, respecto al mismo periodo del año anterior, el número de personas que pretendían entrar en Europa de forma irregular.

El Mediterráneo se convierte en tumba magna de ilusiones y esperanzas. Personas que huyen de la guerra o de situaciones de extrema pobreza encuentran su final en un mar que une dos orillas. O en el desierto. El éxodo no se detendrá. Los conflictos empujan a millones de personas a los corredores de la muerte: al desierto y el mar. Se ramifican y crecen rutas clandestinas en todo el perímetro de la Unión Europea. Los flujos de personas son imparables. No se pueden bloquear. Refugiados de guerra o víctimas de un sistema internacional injusto buscan vivir con dignidad. Y solo encontrarían cierta estabilidad si en sus países la paz o el desarrollo se instalasen. Para eso son necesarias políticas internacionales eficaces. Pero desgraciadamente hay demasiado dinero en juego y políticas enfrentadas.

Jesús de Nazaret advirtió de la necesaria acogida al inmigrante. La valoró digna de ser premiada. La historia viene de lejos. Al igual que pidió que se buscase el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se daría por añadidura. Ambas premisas son necesarias para solucionar el drama de la emigración. La acogida y las relaciones pacíficas y justas son claves para una solución permanente. La Comisión Europea dice que ha tomado conciencia de la emergencia y estudia un nuevo modelo de gestión. Europa no puede permitirse volver a fallar para repetir la misma trágica historia: muertos sin historia y de nadie que arrastrarán nuestras emociones hasta la indiferencia. Existe una responsabilidad social internacional que debe guiar firmemente los pasos de los distintos gobiernos europeos hasta políticas humanitarias y de desarrollo en los países de origen con garantías suficientes de estabilidad y honestidad.

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