Evocar el Mediterráneo para la mayoría de la gente es pensar en ese mar que te abre los brazos en verano y te mece y te cura de la necesidad de sus aguas y su tiempo, siempre lento, para el resto del año. Es el mar del relax, de aguas azules y pueblos blancos; es el mar cálido y suave, frente a la fuerza y frialdad de otras aguas. Pero hay días que el Mediterráneo se vuelve negro y nos golpea, con toda su dureza, como ayer al conocer la noticia del naufragio que ha acabado con la vida de 700 inmigrantes en sus aguas. Si se confirma la cifra, en los últimos días han muerto en ese mar más de 1.000 inmigrantes , y antes murieron otros tantos en nuestras costas o en las de Italia. Muertes evitables. Pero no informamos igual de todas. Cada vez que hay una catástrofe aérea nos volcamos en reconstruir las vidas de esas personas que, sin saber, realizaban su último viaje, les ponemos nombre, contamos sus trabajos, sus sueños… porque sabemos quienes eran cuando embarcaron. Pero cuando un barco se hunde en las negras aguas del mar de la inmigración, mueren personas sin nombre, sin pasado ni futuro para los medios. No podemos contar qué buscaban al otro lado porque embarcaron sin papeles, siendo nadie y olvidamos que son personas como nosotros. Ayer murieron 700, y allí de donde partieron llorarán seguro su ausencia como todos lloramos a nuestros muertos.