Menores en riesgo de exclusión participan en un proyecto de ayuda pionero
Un equipo de mentores impulsado por SOS Racismo hace el seguimiento de los chavales en Gipuzkoa Universitarios voluntarios apoyan a los escolares en su toma de decisiones
Diario de noticias de Gipuzkoa, , 06-04-2015Diario de GipuzkoaDiario de Noticias de Gipuzkoa. Noticias de última hora locales, nacionales, e internacionales.
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Menores en riesgo de exclusión participan en un proyecto de ayuda pionero
Un equipo de mentores impulsado por SOS Racismo hace el seguimiento de los chavales en Gipuzkoa
Universitarios voluntarios apoyan a los escolares en su toma de decisiones
Jorge Napal Ruben Plaza – Lunes, 6 de Abril de 2015 – Actualizado a las 06:08h
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Mónica Abad, Paula Nogués, Iker Miguéliz y Loira Manzani, integrantes del programa.
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Más texto Más visual Mónica Abad, Paula Nogués, Iker Miguéliz y Loira Manzani, integrantes del programa.“Al principio temía que no se mostrara receptivo, pero pasan los días y veo en él una evolución” “Me suele contar los problemas que tiene con los molestos de clase; yo le digo que pase de ellos” “Nuestro objetivo es que las parejas compartan espacios de ocio sano” “No tienen que salvar a nadie. Hay que huir del paternalismo, que sean ellos mismos”
donostia – “Soy un paquete”. Así lo decía el chaval, que no se atrevía a jugar al fútbol durante el recreo, ante el temor de que su escasa habilidad con el balón en los pies le convirtiera en el hazmerreír de la clase. Su autoestima no pasaba precisamente por su mejor momento. Con un pie en la preadolescencia, algo parece ir cambiando en el ánimo de este joven, que al menos ahora puede desahogarse de todo ello con Paula Nogués, de 19 años. Ambos acaban de estrenar en Gipuzkoa un programa piloto bautizado como proyecto Ruiseñor Urretxindorra proiektua, dirigido a un total de siete menores en riesgo de exclusión de entre diez y 16 años, a los que acompañan semanalmente sus mentores.
“Para que la gente lo entienda, somos algo así como sus hermanos mayores”. Nogués, estudiante de Derecho, e Iker Migueliz, de 20 años y futuro trabajador social, son dos de los siete miembros de esta gran familia que, de manera voluntaria, sacan lo mejor de sí mismos para que aflore la confianza, empatía y sensibilidad con los menores. “Apenas llevamos un mes de experiencia y ya hemos empezado a percibir algunos resultados muy positivos. Nuestro objetivo es que compartan espacios de ocio sano”, detalla Loira Manzani, de 30 años.
Esta italiana, graduada en Ciencias Políticas, integra el equipo técnico del programa, junto a Carlos Ordóñez y Mónica Abad. Cuentan además con la colaboración de la UPV/EHU y la Universidad de Deusto de donde provienen los mentores y el Colegio Público Amara Berri, el Instituto de Educación Secundaria Zubiri Manteo y el Koldo Mitxelena de Errenteria, donde estudian los menores.
una oportunidad Los padres de los chavales han dado su visto bueno para que sus hijos participen en el proyecto y, de alguna manera, lo ven como “una oportunidad” para que los jóvenes puedan desarrollar sus capacidades. La iniciativa también cuenta con el consentimiento de los menores, y poco a poco, va surgiendo un reconocimiento mutuo entre las parejas asignadas. “Mi mentorado tiene trece años. Es una edad complicadísima en la que dudas de casi todo, y la verdad es que muchas veces no sabes qué hacer con tu vida. Él no tiene claro si irá a la universidad, y yo intento tranquilizarle diciéndole que, en realidad, me decidí a dar el paso mes y medio antes de que comenzaran las clases”, dice Migueliz a modo de ejemplo.
Suelen decir que las propiedades terapéuticas de las palabras superan a los medicamentos. Y eso es lo que hacen ellos, hablar y compartir. Iker queda con el chaval los lunes y los domingos, y poco a poco se van conociendo y reconociendo. “Me ha solido contar los problemas que tiene con los tres típicos molestos de clase. Yo le digo que pase de ellos, que si pasas, al final se cansan y te dejan en paz”, revela el estudiante de Trabajo Social.
A diferencia de los primeros días en los que le daba lo mismo qué hacer, dice que su mentorado va ganando en confianza y se le ve “más activo y con ganas de involucrarse” en la medida que pasan los días. “El hecho de que se vaya abriendo poco a poco es algo a valorar teniendo en cuenta su complicada edad”, sostiene su mentor. Quizá sea fruto de la casualidad, pero resulta muy elocuente que sea una película sobre “un robot con sentimientos”, como es Chappie, de estreno estos días, la cinta que el menor le ha propuesto ver a Migueliz. “Creo que ha despertado en él un deseo de querer quedar conmigo”, dice orgulloso el joven.
Pueden parecer pequeños logros, pero en realidad son pasos de gigante. Uno de los menores que participa en este programa se había pasado buena parte del curso en la dirección del centro debido a diversos problemas de comportamiento. Ahora, dice el equipo técnico, parece haberse reconducido la situación. El mentorado de Paula también se muestra más abierto y, a diferencia de lo que hacía antes, ha comenzado a jugar con sus compañeros de clase. “Estamos viendo que el vínculo que se establece les permite recuperar la autoestima, y eso se transforma en un cambio de actitud, con el cual mejora su rendimiento académico, aunque no sea este el fin último del proyecto”.
El equipo técnico, que ha formado a los estudiantes, insiste en que no tienen que ejercer de psicólogos, ni cargar sobre sus espaldas un peso excesivo. “No tienen que salvar a nadie. Hay que huir del paternalismo. Solo se trata de que sean ellos mismos, y acompañar a los chavales sin exigirles”, resume Abad, psicóloga de 28 años.
Además, el beneficio del programa es mutuo. Los estudiantes cuentan que, en la medida que se suceden las citas con los menores, ellos también van enriqueciéndose emocional y culturalmente. Paula se muestran ilusionada desde el primer día, y asegura que ha acabado por cogerle cariño al chaval. “Al principio tenía miedo de que no se mostrara receptivo, pero han ido pasando las semanas y veo una evolución, va recuperando su autoestima. Jugamos al fútbol, al frontenis, tenemos previsto coger la bici… Me decía que era un paquete y al principio me veía obligada a tirar de él, pero poco a poco se ha ido soltando”, detalla Nogués. La madre del chaval también se muestra encantada.
El equipo técnico se encarga de hacer el seguimiento, y hace de puente entre las familias y la escuela. El programa tiene una duración de un año, y para el próximo curso está previsto ampliar de siete a doce el número de parejas participantes.
Para ello es necesaria la implicación de entidades. Así, han empezado a trabar contactos con Donostia Kultura; el Museo Romano Oiasso de Irun, y la Federación Guipuzcoana de Baloncesto, con las que están diseñando diferentes actividades de las que pueden beneficiarse los chavales.
Cada mentor tiene una asignación de 150 euros. “En cualquier caso, ya les hemos advertido de que el ocio no tienen por qué ir acompañado de gasto. Para pasárselo bien, no tienen por que tirar de cartera”, dice Migueliz. Así, Paula y el menor disfrutan del tiempo libre dando patadas al balón. “Me sorprendió que nunca había ido al monte. El otro día nos dimos una vuelta hasta la punta de Urgull y nos lo pasamos muy bien”.
Para Iker la clave del programa está en dejar que la relación surja de manera natural: “Hay que dejarse llevar desarrollando la empatía y huyendo del paternalismo”. “Aquí no hay víctimas, ni hay que verlos como a unos pobrecitos. Son relaciones como las que puedes tener con un amigo, relaciones que hay que cultivar del modo más natural posible”, dicen los mentores.
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