esfuerzo de adaptación
Los retos de la generación ‘uno y medio’
No nacieron en Euskadi ni llegaron hace años como sus padres. Tienen un pie en la adolescencia y realizan un ímprobo esfuerzo de adaptación a la nueva realidad
Deia, , 22-03-2015se la comen a besos cuando hasta hace poco era prácticamente una desconocida. La inmigración, de la que corren ríos de tinta, también ofrece finales felices, como el de la familia de Rosa Oviedo, que abraza a sus hijos tras largos años de ausencia coronados finalmente con el reencuentro. No ha sido una tarea precisamente sencilla. “La primera vez que me vio Jeferson me preguntó si yo era su madre definitiva o si iba a venir una nueva. Aquello me dolió en el alma. El crío no sabía quién era realmente la mujer que tenía frente a sí”.
Sentada en un modesto sofá del piso de alquiler en el que reside, en el barrio donostiarra de Amara, esta hondureña de 33 años aprieta con fuerza el cojín, en el que parece descargar tanta tensión acumulada. “No es fácil reconstruir todo ese vínculo emocional”, asegura. Horas de dedicación e infinita ternura han permitido por fin recomponer las piezas de un puzzle familiar que, hace no tanto tiempo, parecía hecho añicos.
Hay quien habla de estos menores como los de la generación uno y medio. La primera la encarnaron sus padres. La segunda generación la representan los hijos de inmigrantes nacidos en Euskadi. Ellos, en cambio, se sitúan en un tiempo intermedio, el mismo que ha transcurrido desde que sus progenitores se separaron, dejándolos en el país de origen, hasta que consiguen reagruparlos en tierras vascas, con un pie en la adolescencia. Llegan a Euskadi y la madre, convertida en una desconocida, ya no es la autoridad. “Ahora lo soy todo para ellos, pero recuerdo que cuando vinieron, al principio, no hacían más que observar. Me seguían con la mirada. No quitaban ojo de todo lo que hacía, cómo les trataba. Fue muy extraño”, rememora Oviedo.
Los reencuentros nunca son fáciles. La asociación Bidez – Bide, que tiende puentes entre las familias extranjeras que vuelven a unirse tras largos años de forzosa separación, tiran de metáfora para explicar el proceso. “Así como las aves preparan el nido antes de que venga el polluelo, también es necesario en este caso que lo hagan las familias que desean agrupar a un familiar”, dice Soraya Ronquillo, presidenta de este colectivo. Toda preparación, asegura la experta, es poca para estrechar ese lazo familiar.
Vínculo afectivo
Lo cierto es que los menores viven un nuevo duelo. La presidenta explica que se trata de una nueva etapa con el madre o la padre, dejando atrás a la abuela, la que les ha criado durante todo ese tiempo. “Hay que ser conscientes de que no existen los milagros, y llegar a una cultura tan diferenciada en un periodo tan crítico como es la adolescencia, lógicamente, va a suscitar problemas y complicaciones que hay que abordar”, sostiene Gorka Moreno, director del Observatorio Vasco de la Inmigración, Ikuspegi.
Jeferson todavía es un mocoso, pero durante la ausencia de su madre se operaron muchos cambios. Dejó de verla con 4 años y ahora tiene 7. “En el reencuentro, en un principio, descubres que tu hijo no tiene confianza en ti, y la verdad es que hace falta mucho esfuerzo y amor para recuperar el tiempo perdido”, admite Oviedo, que acaba de recoger a sus hijos en la Ikastola Amara Berri de Donostia. La madre se felicita de que, transcurridos unos meses, hayan llegado “por fin las caricias”. Se muestra orgullosa por ello mientras recibe un cálido beso de Fabrizio Osorio, el mayor de sus hijos, de 11 años.
“No, no es fácil recomponer todo ello”, concede Sonia Rodríguez, de 44 años. Como en otros episodios similares, su planteamiento inicial pasaba por permanecer en Gipuzkoa un par de años y al final transcurrieron cuatro sin ver a sus chicas. La hondureña se dio cuenta de que no estaba preparada para regresar a su país y lo apostó todo por el reencuentro con sus hijas en suelo vasco. “Llegó un momento en el que ya no podía vivir sin ellas. No podía más. Si ahora mismo no estuviera con ellas, no sé qué sería de mí”.
Así, habló con el padre de las crías y, aunque hubo una serie de pegas iniciales, consiguió el permiso para sacarlas del país. “Incluso él mismo me ayudó a preparar la documentación”, dice agradecida. La hijas llegaron a Gipuzkoa hace dos años. Andrea ha cumplido ya 13 años y Natalia tiene 11. “Antes de que vinieran hice un planteamiento muy serio. Me había pasado años trabajando en el servicio doméstico sin más ambición que ganar dinero. Pero llega un momento en tu vida en el que te planteas que no todo es dinero, que hay cosas más importantes más allá de las monetarias”.
Cuestión de tiempo
Así, sus hijas acabaron llegando a Gipuzkoa desde Honduras en enero de 2013. “Al principio costó un poco, tanto desde el punto de vista emocional como formativo. Entre otras cosas, se tuvieron que adaptar al euskera. Al principio les hablaban y no se enteraban de nada, pero con el paso del tiempo han ido aprendiendo”. El aspecto emocional ha costado tanto o más. “Al principio les veía un poco bloqueadas, tristes, algo que me acababa afectando. La mayor no me daba ningún abrazo y me di cuenta de que tenía que tener con ella mucha paciencia. Quería que se acercara más a mí, pero sabía que no podían forzarse las cosas. El cariño es algo que nace, y era cuestión de tiempo”.
Sonia ha intentado no ceder a los momentos de debilidad. “Les decía que hay que hacer un esfuerzo. Les decía que a mí también me costó adaptarme, y que ellas contaban con la fuerza de la juventud. Hoy es el día que las dos hablan euskera, y están muy contentas con el colegio”. La hondureña se muestra convencida de que su apuesta por traer a las hijas ha merecido la pena.
También Rosa Oviedo se siente más que satisfecha, aunque se vio obligada a dejar el trabajo en la hostelería y comenzar en el servicio doméstico para adaptarse a los horarios de los chavales. “Cuando di el paso de traerlos, lo que no tenía ningún sentido era que vinieran para seguir desaparecida como había ocurrido hasta entonces. No los he traído para que estén solos. La verdad es que ahora no paro, pero al menos puedo seguir de cerca su día a día”, explica la madre.
Fabrizio ya no es un crío, y Jeferson también va para arriba. “Entre nosotros hemos hablado mucho de porqué me fui. Ellos hasta ahora no sabían el verdadero motivo. En realidad, yo no estaba bien con mi pareja, a lo que se añadía la falta de trabajo. Inicialmente no me los pude traer y por eso hice una apuesta decidida por superarme y ganar un dinero antes de que llegaran. El esfuerzo ha merecido la pena”.
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