Me llamo Suleimán

Canarias 7, Vicente Llorca , 14-03-2015

Miguel de Cervantes, del que por fin parece que esta semana ya se ha averiguado donde reposaban sus restos, decía que las palabras más hermosas son los nombres propios; por ejemplo, Suleimán. Millones de parados, otros tantos de pobres, muchos desnutridos, incluso críos, cientos de miles agobiados por la incertidumbre de su futuro laboral, más millones arrasados por una marea de desigualdad que agranda la fractura social y las víctimas del austericidio no paran de aumentar. Y siempre detrás de todos los enunciados generales, tras las grandes cifras macroeconómicas, bajo las frías estadísticas, nombres propios, las palabras más hermosas, que dan sentido a la vida. Aquí y allá. En esta y en la otra orilla. Me llamo Suleimán. Y tú también.



Es una historia, como otras muchas millones de historias, real. Antonio Lozano se inspiró en ella para novelarla y la hizo libro. Ahora, con la dirección de Mario Vega, se ha hecho teatro. La pueden ver esta tarde en el Guiniguada, y si no, más adelante en Gáldar, en Teror y en otro montón de lugares, porque no parará de caminar. Como la vida misma.



Suleimán, un niño maliense, decidió partir hacia el opulento primer mundo en busca de un poquito de riqueza con la que aliviar a los suyos. Así comenzó una aventura, un viaje épico en el que transitó por la injusticia, la insolidaridad, la barbarie, la sinrazón, los infiernos, la muerte; pero también, por la amistad y el amor. Caminó y caminó hacia Europa, esa Europa que por mas que intente alejar los problemas del subdesarrollo, apartarlo de su punto de mira con el fin de retrasar los conflictos que de él se puedan derivar, no lo consigue, porque el hambre y la miseria no entienden de burocracias, de visados, de pasaportes.



Y en el camino estamos todos. Es la historia de un inmigrante, con toda su crudeza. Esta misma semana hemos vuelto a ser testigos de la odisea de dos cayucos, cargados de personas con nombres propios, perdidos en nuestro mar. Pero es también la historia de todos. Más aún en estos tiempos en los que se han quebrado demasiados buenos valores y nos aventan otros demasiados nauseabundos. Más todavía en esta época en la que «el miedo se huele», ya sea en esa patera hacinada y bamboleante en medio del interminable mar, en el camión que cruza traqueteante el infinito desierto, en la valla que quiere separar los dos mundos y que cada día crece más, «como nuestra hambre»; en las colas del paro, en las de las solicitudes de ayudas a la dependencia u otras prestaciones, en las filas de los comedores sociales o en las listas de espera.



Suleimán se marchó, como se han marchado cientos de miles de críos nuestros, en busca de un tiempo y una vida algo mejor. Desafió a la miseria. Sin embargo, el acomodado, cada vez menos, primer mundo lo volvió a condenar, ignorante de que su viaje es el de todos.



Me llamo Suleimán es una deliciosa novela y ahora, también, una magnífica e innovadora obra de teatro, con una espectacular puesta en escena, con derroche de expresividad, musicalidad y virtuosa animación, que habla a las claras de la pujanza de nuestros creadores.



Recuerden, en este viaje estamos todos y no vale perdérselo.   



@Vicente Llorca

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