Lo más valioso de un refugiado

El Mundo, FLAVIA DE FARRACES MADRID, 12-03-2015

A sus 10 años, Maria vio desaparecer su hogar entre las llamas. Se marchó sin zapatos, pero pudo rescatar entre sus pertenencias un ajado bidón de agua con el que recorrió el camino desde su aldea de Makaja, en Sudán, hasta la frontera sur del país. Ahmed, de 10 años, huyó con su mono Kako en la parte trasera de un camión. Jean, de 36, cogió su red de pesca al escapar de la violencia de la milicia Seleka –que degolló a su madre–, en la República Centroafricana. Omar, de 37, partió con un instrumento de cuerda llamado buzuq… ¿Qué es lo más importante para quien abandona su casa y se ve obligado a huir? Pueden ser objetos con valor sentimental, dinero, una Biblia o un Corán. «Es gente que va perdiendo el pelo, que engorda, que son padres y madres, que no son, en definitiva, muy distintos de nosotros», apuntó el fotoperiodista Brian Sokol en la inauguración de la exposición The Most Important Thing. Sokol (Saint Joseph, Missouri, EEUU, 1975) pone nombre y rostro a 24 refugiados en esta muestra organizada por Obra Social la Caixa y ACNUR, que se puede visitar hasta el 17 de mayo en CaixaForum (Paseo del Prado, 36). Representan tan solo a una pequeña fracción de los 16,7 millones existentes alrededor del globo, 51,2 millones si se incluye a desplazados internos y solicitantes de asilo, según las últimas cifras de ACNUR. Es la primera vez desde la Segunda Guerra Mundial que esta cifra rebasa los 50 millones. «Les pedí que escogieran un objeto por tres motivos: funciona como un vehículo para que compartan sus experiencias, une las imágenes en forma de serie y permite que el visitante empatice con el otro al preguntarse: ‘¿qué me habría llevado yo?’», explica. «Todos respondían que la familia es lo más importante, así que insistí para que eligieran un objeto». De esta forma intenta sensibilizar no solamente sobre el drama de los refugiados sino especialmente sobre los propios conflictos. Éstos son a menudo ignorados por los medios de comunicación cuando no estallan en lugares geoestratégicos. «La prensa no financia reportajes que no van a tener demasiado impacto económico para sus anunciantes», lamenta. La crisis económica ha mermado la capacidad de los medios para cubrir historias en lugares remotos u olvidados, defiende, haciendo recaer esa responsabilidad en las ONG. «Tienes que hacer un periodismo humanitario que ayuda a las agencias con las que trabajas a conseguir fondos. Es la única forma de llamar la atención sobre esas historias». Fue en Maban, en Sudán del Sur, donde Sokol se dio cuenta de que su trabajo no conseguía reflejar el impacto humano de la avalancha de refugiados. «Solamente las cifras, porque las personas salían muy pequeñas. Pensé: ‘¿Qué puedo hacer?’». Entonces recordó unas imágenes de Richard Avedon donde los retratados aparecían sobre un fondo blanco, aislados de su contexto, «pero aun así conseguían revelar algo de la personalidad de los sujetos». Y cogiendo prestada una tela negra de un compañero, tomó las primeras fotografías de la serie. Una mirada o un gesto de interés son, a menudo, el detonante de una conversación más profunda. «Cuando te paseas por la zona, estableces contacto visual con algunas personas, sientes una cierta conexión con ellos. Otros muestran curiosidad sobre lo que estás haciendo o parecen tener algo que contar. Algunos sencillamente tienen rasgos faciales que les hacen interesantes para un retrato», explica. En cualquier caso, el proceso empieza con la palabra, no tras la lente de su cámara. «Sus expresiones faciales son el resultado de haber relatado su historia previamente», detalla. Rostros apacibles o afligidos, miradas absortas o ausentes, acentuadas por la sobriedad del blanco y negro, que da continuidad a esta serie de personas al filo y sus objetos más preciados.

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