El 15% de la población guipuzcoana entre 0 y 4 años ya tiene origen extranjero
La integración, cada vez más normalizada, aún presenta retos, señalan los expertos. La incógnita es cómo será el tránsito al mundo laboral Son el rostro de una sociedad cada vez más plural que emerge de la inmigración
Diario Vasco, , 09-03-2015Los cambios demográficos dibujan con el paso del tiempo el rostro de la sociedad. Una de esas grandes transformaciones la ha causado la inmigración, un fenómeno que vivió su auge a partir del 2000 y del que ha emergido una nueva realidad: los hijos de los inmigrantes. Muchos han nacido aquí y otros tantos llegaron de pequeños y han echado raíces. Las estadísticas de población reflejan una sociedad cada vez más plural. En Gipuzkoa, el 15,4% de los niños y niñas de entre 0 y 4 años son ya de origen inmigrante (al menos uno de sus padres ha nacido en el extranjero o ambos). Son datos aportados por el Observatorio Vasco de la Inmigración, Ikuspegi, obtenidos a partir del censo del INE, que incluyó por primera vez el lugar de origen de los progenitores a la hora de radiografiar la población. En el conjunto de Euskadi, su representación crece al 17,8%, por el mayor peso en Álava, donde más de uno de cada cuatro de estos menores (26,7%) son hijos de extranjeros. «Estos datos nos apuntan no tanto lo que hay sino lo que viene, un modelo en el que va a primar la diversidad», reflexiona Gorka Moreno, responsable de Ikuspegi.
Superada la primera fase del fenómeno migratorio, la de la llegada de los adultos que empieza además a frenarse por la crisis, las investigaciones sociológicas y demográficas se centran desde hace un tiempo en qué está pasando con sus descendientes, la llamada segunda generación de inmigrantes, que engloba tanto a los adolescentes que nacieron fuera del país pero que han pasado casi toda su vida en sus municipios de acogida, como a los nacidos aquí.
El propio término ‘segunda generación’, adoptado curiosamente como expresión políticamente correcta, no está exento de controversia. La cuestión no es baladí pues cada vez más expertos advierten de que el hecho de categorizar a personas que han nacido en Euskadi como un grupo de población diferente cuando no lo es ya supone «una barrera social», un punto de partida que discrimina entre «los de aquí» y «los de fuera» por el hecho del origen inmigrante de sus padres. «No hay que tener miedo a hablar de esta realidad, pero sin caer en la estigmatización», señala Agustín Unzurrunzaga, de Sos Racismo Gipuzkoa. «Este tipo de términos que ponen el acento en el origen y no en la trayectoria de la persona abren la puerta a encapsular a la gente en un determinado colectivo». Cita el modelo contrapuesto de Francia, donde las estadísticas por origen étnico están prohibidas, un asunto que ha despertado un encendido debate en las últimas semanas en el país vecino.
La denominación del grupo por su lugar de origen tiene aún menos sentido, apunta, en el caso de los jóvenes arraigados, que no se sienten inmigrantes y «guardan escasa relación con el país de origen de sus padres». El problema, es más, está surgiendo ahora cuando los adultos piensan en el retorno al país de origen por la crisis. «Son sus hijos los que les retienen. Han nacido aquí, se sienten de aquí y no quieren volver», describe.
La etiqueta de ‘hijos de’ obliga además a abordar la cuestión desde otro plano: la forma no solo en que se integran sino en cómo les mira la sociedad, sostiene Amelia Barquín, profesora de educación intercultural en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de Mondragon Unibertsitatea. «La integración también se construye desde la sociedad local, que a veces les hace sentir en una segunda categoría», reflexiona con una pregunta que ha abordado en diferentes investigaciones: «¿Cuándo dejan los hijos de inmigrantes de ser inmigrantes?». Los expertos le dan mucha importancia a la semántica, porque suele llevar implícita una carga de discriminación. «Tendría que hablarse más bien de la primera generación de autóctonos, pero ni siquiera se les reconoce eso».
El papel de la escuela
Al margen del valor que tiene la terminología, es el terreno de la cohesión social el que ocupa y preocupa. El papel de la educación resulta fundamental, coinciden los expertos. La incorporación de alumnado inmigrante y de origen extranjero a las escuelas está requiriendo la respuesta de un modelo educativo cuyo horizonte «es el paradigma de la inclusión», explica Barquín. Defiende impulsar «identidades plurales» frente «a la creencia extendida de que la identidad es singular y los seres humanos solo pueden pertenecer a un grupo», sea por su nacionalidad, etnia o religión. Es un concepto «más saludable» que además evita la consecuencia de que se creen «identidades reactivas», que fracasan en el intento de integración. «No hace falta elegir entre una cultura u otra, entre su lugar de origen o su lugar de acogida. Es como querer responder si se quiere más al aita o a la ama. Hay que construir esa identidad múltiple», o como dice en la misma línea Unzurrunzaga, «hacer mucho bricolaje para acomodar los orígenes que muchos no quieren perder con el arraigo en la sociedad local a la que pertenecen».
La cuestión no es sencilla. «Se promueve muy poco la cultura de origen desde las escuelas», dice con voz crítica el catedrático de Pedagogía de la UPV/EHU Félix Etxeberria. «En el reconocimiento de las lenguas maternas no hacemos nada. Los discursos se quedan en papel mojado».
Etxeberria aborda los problemas irresueltos desde el sistema educativo, como la brecha entre el rendimiento académico entre el alumnado nativo y el inmigrante, demostrada en los informes PISA. «Las diferencias son las más grandes del Estado y de Europa, solo superado por Finlandia», apunta. A menudo se asocia a las desventajas socio-económicas, «pero solo explican una parte del problema. Hay otras cuestiones que se nos escapan y que tienen que ver con la cultura, los valores, la transmisión del conocimiento… que están influyendo», sostiene. También pone el foco en la concentración del alumnado inmigrante en determinados colegios. Da datos. De 522 centros de primaria hay 160 (31%) sin alumnado inmigrante; de 333 centros de ESO, 82 (25%), y entre 85 centros de primaria escolarizan el 55 % del alumnado inmigrante. «El fallo está detectado, pero no solo se sigue produciendo, sino que se está intensificando», apostilla Barquín.
Aprender de los errores
Dentro de estas limitaciones, Etxeberria rompe una lanza a favor de la escuela. «A menudo se tiende a hablar únicamente del fracaso de la escuela, pero representa una isla dentro de la sociedad. Aunque no es perfecta, es donde mejores condiciones de integración se dan. No existen en ningún otro ámbito, ni en el trabajo, ni en el acceso a la vivienda, ni en las relaciones sociales, ni en los recursos sanitarios… Donde fracasamos como sociedad es en el resto de ámbitos al educativo».
La incógnita, de hecho, no es el presente, sino cómo será el tránsito a la edad adulta y a la incorporación de estas generaciones al mundo laboral. «El riesgo es que la educación no sea ese ascensor social, que pueda ocurrir como en Francia observa Gorka Moreno, de Ikuspegi. En términos legales son ciudadanos igual que el resto, pero en la práctica tienen dificultades para acceder con igualdad al trabajo». El retraso del fenómeno migratorio en llegar a Euskadi se interpreta como una ventaja «para no repetir los errores de otros países. Aquí todavía hay que hincarle el diente», dice Moreno. «Nos estamos jugando mucho como sociedad», avisa Barquín.
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