"Hay que tener metas y saber valerse por uno mismo"
"Si no se nos caen los anillos para fregar, somos capaces de fundar un negocio", razonó antes de crear su propia empresa de repostería
El Correo, , 23-02-2015Constancia y determinación. Si hubiera que dibujar el perfil de Carolina Alcaraz con pocos trazos, esas serían las líneas maestras. Su relato, que comienza en Paraguay hace 20 años, demuestra que siempre hay posibilidad para el cambio, que el conformismo es una elección. “Soy una persona decidida”, afirma. “También soy terca y estricta – reconoce – pero estas cosas me han permitido salir adelante en la vida. Hay que tener metas, ser independiente y saber valerse por una misma”.
Quien dice estas palabras es la misma mujer que se casó muy joven y fue madre a los diecinueve años. “Así estaba planeada mi vida nada más salir del instituto”, comenta, antes de añadir que es lo más “habitual” en América Latina. Lo excéntrico – e inesperado – fue el gran cambio que dio a su vida después. “Me separé, volví a estudiar y me centré en el trabajo y en mi hijo”. Estas decisiones, que también tomó siendo muy joven, le permitieron formarse y avanzar en el mercado laboral, donde llegó a ser auditora interna de una de las principales empresas algodoneras de su país. “Me llamaban ‘la cortacabezas’ porque era súper exigente”, recuerda entre risas. “Es que lo mío son los números, la planificación. Y sigue siendo así, ¿eh? Me gusta tener todo bajo control”.
Pero ese rasgo no siempre es el mejor compañero de viaje en el terreno personal, donde no todo puede organizarse al milímetro. Carolina lo comprendió cuando sus hermanos empezaron a emigrar. “Uno de mis cuñados es gallego, aunque se crió en Argentina. Solo había vivido en Galicia hasta los siete años, pero tenía morriña de su tierra. Soñaba con volver algún día. Cada vez que nos reuníamos todos, surgía el tema. Y cada vez que hablábamos sobre eso, otra de mis hermanas, la pequeña, le alimentaba ese sueño. Ella era muy aventurera, y le decía que iba a venir y que él iba a terminar volviendo”, relata Carolina. “Y, ¿sabes qué? Lo cumplió”.
Las conversaciones de sobremesa se materializaron en un viaje, seguido por muchos más. “Llegó un punto en el que todos mis hermanos estaban fuera. Una estaba en Argentina, con mi madre, y el resto se había venido para aquí. Así que yo, que tanto había planificado las cosas, me encontré sola con mi hijo en Paraguay. Tenía un buen trabajo, pero pasaba muchas horas fuera. Mi niño estaba creciendo. En los cumpleaños, en las fiestas… estábamos solos. Yo no quería eso, así que decidí venir”. La decisión fue difícil, pues suponía renunciar a su trabajo y poner en pausa sus estudios. “Pero lo vi muy claro. Eso no era tan importante como estar cerca de la familia. Si me preguntas por qué vine, la respuesta está ahí. Yo no emigré por trabajo. De hecho, aquí no he tenido las mismas oportunidades profesionales que en mi país. He podido formarme, pero el progreso he tenido que construírmelo”.
“Un buen equipo”
Como muchos otros extranjeros, Carolina encontró hueco en el sector de los servicios. Cuando llegó, hace ocho años, empezó a trabajar en un bar, limpiando en una casa y cuidando a una señora mayor. “Mañanas, tardes, fines de semana… Fueron unos años muy intensos. Compaginaba las tres cosas porque había que salir adelante”, explica, matizando que no todo era sacrificio. En medio de la vorágine, en la cafetería en la que trabajaba conoció a Ángel, hoy su marido. “Venía a tomar café. Tardamos un año y medio en empezar a salir. Se lo puse difícil al pobre”, recuerda divertida.
“Con el tiempo, nos fuimos a vivir juntos, siempre pensando en progresar, en salir adelante. Intenté muchas veces conseguir un trabajo de oficina, pero me ofrecían menos de lo que ganaba como camarera. Me parecía decepcionante, así que un día le dije que teníamos que hacer algo. No puede ser que seamos jóvenes, capaces y trabajadores, y que no consigamos crecer. Si no se nos caen los anillos para fregar o para trabajar con la fresadora, tenemos que encontrar el modo de hacer algo propio y que nos vaya bien”. Y así fundó su próspero negocio de tartas decoradas por encargo.
“Yo no sabía nada de cocina, pero sí de análisis de mercado. Llevó mucho tiempo, esfuerzo y ahorro, pero lo hicimos. Hoy tenemos una cartera de 700 clientes, trabajamos cuatro personas, incluido mi hijo. Mi marido es, de hecho, quien decora la mayoría de las tartas. Me siento satisfecha con lo que hemos conseguido, contenta porque hemos formado un buen equipo”.
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