INMIGRACIÓN RABAT ALEGA MOTIVOS DE SEGURIDAD

DESMANTELADO EL GURUGÚ

La policía marroquí detiene a 1.000 subsaharianos en el monte desde el que esperaban hasta saltar la valla de Melilla y quema sus pertenencias para evitar que regresen. Se desconoce su paradero

El Mundo, R. HORTIGÜELA NADOR ESPECIAL PARA EL MUNDO , 11-02-2015

Ayer fue uno de los peores días para los viajeros solitarios en busca de El Dorado que habitan la cima del monte Gurugú. A las cinco de la mañana del martes, la policía acudía a las faldas de la montaña para proceder a desalojar los campamentos en los que desde hace años miles de subsaharianos malviven esperando cruzar a Melilla para vivir el sueño europeo.

Las esperanzas de estos chavales, lo único a lo que se agarran los que no tienen nada, los que han visto morir a sus familias en sus ciudades natales, los que llevan años viviendo con lo puesto en la cima de un monte dónde hiela de frío, se han visto amenazadas por las autoridades marroquíes, que detuvieron a 1.000 personas y quemaron sus pertenencias. El motivo, los inmigrantes clandestinos crean inseguridad y destrozan los montes.

De momento no se ha confirmado a dónde se dirigieron los 20 autobuses que salieron del Gurugú. En un primer momento parecía que iban a Karia, una ciudad situada a 25 kilómetros de Nador, pero varios de los subsahariano creen que acabarían en Oujda, en la frontera con Argelia, para ser deportados. Según Helena Maleno, miembro del colectivo Caminando Fronteras, las autoridades marroquíes tenían previsto el desalojo. «Estaba muy organizado. Es imposible que movilicen a tantos dispositivos en dos horas», asegura por teléfono.

Lionel Cooh, de 30 años, es el jefe del gueto de Camerún –uno de los primeros en ser desalojados– debido a que es el que más antiguo de los cameruneses que malviven en las tiendas que ellos mismos improvisaron y que ayer quemó la policía. Lleva tres años sobreviviendo como puede. Ha intentado cruzar una decena de veces y en su cuerpo aún perduran las cicatrices que las concertinas dejaron en su piel para siempre. Un corte de 10 centímetros en el costado e incontables cicatrices en las manos, brazos y piernas expresan sin palabras las ganas que este joven tiene de cruzar a Europa. Sin embargo, sus ojos desganados y su mirada desconfiada muestran la desilusión de los intentos frustrados. Los saltos sin éxito y la dura vida del monte le han robado su inocencia. «No somos animales. Ya no sabemos qué hacer. Nosotros sólo queríamos un trabajo y formar una familia».

En el Gurugú la jerarquía es muy importante. Lionel Cooh junto a Moussa Koyama, el jefe de los guineanos, y los más veteranos de otros países africanos, deciden la noche del salto a la valla de Melilla. Ayer organizaron el último. 600 subsaharianos se lanzaron a la valla situada en el paso fronterizo del barrio chino para entrar en Melilla. Sabían que Rabat había anunciado el lunes por la noche que iba a desmontar el Gurugú. Era su última oportunidad. 40 de ellos entraron en España. Los demás no corrieron tanta suerte y fueron montados en autobuses sin saber su destino.

«Siempre me he preguntado por qué vosotros, los blancos, os podéis mover por dónde queráis sin papeles y nosotros tenemos que estar escondidos en un monte», reflexionaba Mustafa Yaya, de 17 años, dos días antes del desmantelamiento del bosque que ya era su casa. Yaya es menor y lleva un mes en el Gurugú. Su cara todavía trasmite optimismo. Todas las mañanas bajaba del monte para pedir limosna en Nador. Caminaba hasta Beni Ensa y allí cogía un autobús para ir a la ciudad. Los taxis no suelen pararles. Lo que gana un día pidiendo, debe compartirlo con el resto de su gueto. Son ellos, los más jóvenes, los que emprenden el viaje cada mañana para conseguir flush, como denomina al dinero. Es sólo una de las leyes del Gurugú. Sabe bien lo que es ser invisible. Desde que salió de Camerún lo es, pero más aún desde que habita el monte. Las autoridades marroquíes no les dejan bajar a la ciudad. Se esconde tras un contenedor de basura cuando un coche de policía pasa a su lado. «Cuando llegue a Melilla seré libre. Soy menor y me llevarán a un centro», contaba antes del desalojo.

Ayer, la policía se llevó a 1.000 chicos invisibles que habitaban el Gurugú. Pero no es la primera vez que sucede. En agosto de 2013, la policía marroquí trató de hacer lo mismo y los inmigrantes que consiguieron huir volvieron días después al bosque que les cobijaba. «Allí nos podremos casar con chicas bonitas, trabajar y volver a casa a cuidar de ellas», contaba hace dos días Martin Steve desde el monte. Esta vez será más difícil volver. «Tenemos miedo y no sabemos dónde pasar la noche», cuenta uno de los jóvenes que han huido y no quiere revelar su nombre.

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