ABOU DESEIGNE
CINCO INTENTOS EN BUSCA DE UN FUTURO
El Mundo, , 19-01-2015La voz de Abou Desseigne es una inyección
de optimismo y de fe en que esta vez
sí, después de cinco intentos fallidos por
llegar a Melilla, el milagro se va a producir.
«Estoy animado porque ahora no puedo
dar marcha atrás. Sé que lo voy a conseguir
porque llevo un año intentándolo.
Lo voy a lograr cueste lo que cueste». El
pasado mes de octubre este inmigrante relataba
a EL MUNDO su vida aún en el
monte Gurugú, sin saber que días después
pondría fin a su calvario en el bosque marroquí
y lograría por fin atravesar la frontera
española.
Fue el 20 de octubre. Más de medio
centenar de ilegales lograron franquear
la barrera que separa su miseria de sus
sueños. Lo hicieron en varios saltos simultáneos.
La mayoría eran de Mali, uno
de los países de origen de los que esperan
entre pinares el mejor momento para
encaramarse a la valla. Entre ellos estaba
Dessigne. «Le doy gracias a Dios. Dejo atrás un año y cuatro meses de sufrimiento
en el bosque. Ahora sólo quiero
descansar, estar vigilante y ya veremos
qué pasa a partir de ahora», declaraba
eufórico ya desde el Centro de Estancia
Temporal de Inmigrantes de Melilla.
Este maliense de 25 años era uno de
los veteranos del Gurugú. Había intentado
saltar la valla en cinco ocasiones, sin
éxito. Logró pasar el pasado 13 de agosto,
pero la policía le envió de vuelta al
otro lado. «Tienes que ser rápido porque
si no logras escapar te devuelven», explica
ya en territorio español.
Sus amigos Koffi y Nouah, con quienes
compartió meses de frío y hambre en «el
monte de la muerte», consiguieron su objetivo
antes que él. Relata que, desde Valencia
y Alemania, ambos le daban ánimos
para que no se rindiera. «Siempre
hablamos por Facebook. La vida en el Gurugú
es muy dura. No teníamos dinero,
cogíamos comida de la basura y la compartíamos
o íbamos a la ciudad para pedir
», dice Desseigne.
Pasó un mes en el CETI de Melilla y
ahora está en un centro para inmigrantes
en Murcia. Planea su futuro, siempre conectado
con su cuadrilla a través de las redes
sociales. Ellos le dan pistas para que
sepa cómo moverse a partir de ahora. Son
los que pisaron primero el paraíso europeo
los que van trazando las huellas para
guiar a sus compañeros de viaje en un camino
incierto y desconocido.
«Ahora voy a Madrid a visitar a un amigo
español que conocí en el monte Gurugú
», dice Desseigne ilusionado. Cuenta
que su objetivo es encontrar trabajo para
no tener que dormir en casas de acogida y
poder ser independiente. «No somos criminales,
hemos vivido la guerra en nuestro
país y sólo queremos trabajar en Europa.
Yo quiero buscarme la vida. Me gustaría
trabajar, casarme y tener hijos en Europa.
También ayudar a mi familia, porque
mi tía y mis hermanos viven en Mali y no
tienen nada», explica Abou.
Como su amigo Koffi Bram, este joven
maliense es de los que divisa su horizonte
fuera de España. Nuestro país es el puente
hacia una Europa más próspera.
Desseigne sabe que el paro es alto y lo
tendrá difícil para buscarse la vida fuera
de los centros de acogida. «Me gustaría
instalarme en Francia. Todos mis amigos
están allí, aunque quiero estar donde haya
trabajo. Si consigo un empleo en España
claro que me quedo aquí», dice.
Abou mantiene el contacto con Koffi y
también con Nouah Sidibe. Abou y él llegaron
al Gurugú al mismo tiempo, aunque
Nouah logró atravesar la frontera el 18 de
febrero. Tampoco su compatriota olvida las
fechas de sus intentos, ni las de sus amigos.
«Fui herido cada una de las veces que
intenté pasar, por eso no me olvido. En una
de las ocasiones me caí de la valla a siete
metros de altura», relata a este periódico.
El día que logró dejar atrás por fin la
verja Abou Desseigne iba con él, pero se
quedó rezagado. «Cuando intentábamos
el salto siempre íbamos juntos. Yo conseguí
pasar pero si daba marcha atrás para
ayudar a Abou ya no podía volver. Él se
quedó al otro lado pero, en cuanto pude,
lo llamé», dice.
Nouah pasó tres meses en el centro para
inmigrantes y ahora vive en Valencia,
en un centro de Cáritas, donde ha hecho
nuevos amigos y hace planes. «Me encanta
España porque es un país de acogida.
Busqué una oportunidad y España me la
ha dado», dice. No tiene papeles y aunque
no se siente un clandestino, ya ha tenido
que huir de la policía en varias ocasiones.
«Sólo quiero encontrar un trabajo para regularizar
mi situación, de lo que sea, aunque
sé que no es fácil por la crisis», dice.
Del cuarto en la cuadrilla, Abou Le Sid,
ninguno sabe nada. Era uno de los inmigrantes
que se encargaba de cuidar a los
perros en el bosque del Gurugú. Sus amigos
saben que logró entrar en España
aunque le perdieron la pista en Zaragoza.
Su teléfono ya no funciona y su perfil de
Facebook dejó de estar operativo. Desseigne
no olvida «aquellos tiempos duros pero
importantes en el Gurugú»: «Rezo por los
amigos que he perdido o he dejado allí».
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