KOFFI BRAM

DEL SAHEL A MECÁNICO EN LA RICA ALEMANIA

El Mundo, R.V. ESPECIAL PARA EL MUNDO, 19-01-2015

Seis meses separan el pasado incierto de
Koffi de un presente mucho más prometedor.
No sabe si lo que tiene ahora es
con lo que él había soñado, pero no le
importa. Enrosca feliz el horizonte con
su llave inglesa. Desde su habitación
propia, por fin en Alemania, atornilla las
piezas de su futuro. Dejó atrás harapos
de frío y desiertos de calor y ahora luce
un mono de mecánico. Un oficio con el
que conquistar el mundo, el suyo, antes
entre colinas de hambre. En Mali o en el
Gurugú, la antesala de la tierra prometida
para tantos individuos.
«Tuve mucha suerte. Muchos de mis
hermanos se quedaron en Marruecos y
no lograron saltar la valla como yo», relata.
El muro melillense separa sus dos
universos. Atrás, su cuna en Mali. El calor
del Sahel, que no arropó lo suficiente
a este adolescente de 16 años con ganas
de más. Delante de sus ojos, el frío
alemán que llega como un manto acogedor y lleno de proyectos. Koffi entró en
España el 18 de marzo de 2014. Recuerda
la fecha como su propio nombre y la
repite sin cesar. El talismán del antes y
el después. «¿Cómo olvidarlo? Allí sufrimos
mucho, cada día el único objetivo
era saltar y entrar en Europa. No puedo
olvidar el día que lo conseguí», cuenta a
EL MUNDO.
En el monte Gurugú, en el lado marroquí,
pasó seis meses, con sus amaneceres
y sus noches de desvelo, siempre
alerta esperando el momento de poder
saltar, junto con sus hermanos de Mali o
Guinea, allí su familia y los únicos «que
saben en qué condiciones se vive».
Intentó atravesar la frontera varias veces.
Volvió de vuelta a los matorrales.
Primer intento. Segundo intento. A la
tercera fue la vencida. Tres vallas y tres
mundos: el de Mali, el del Monte Gurugú
y ahora, su ansiado hogar, en Alemania.
«Quiero hacer mi vida aquí. Estudio
y tengo planes de futuro. Y ahora
tengo buena salud, gracias a Dios»,
cuenta a este periódico.
EL MUNDO relató su calvario en el
bosque, cuando esperaba en Marruecos
el mejor momento para pasar, sin poder
dar señales de vida a su familia para que
no pensaran que había fracasado. Sólo
lo hizo cuando logró cruzar la frontera y
a través de su herramienta más poderosa:
Facebook. Un mensaje con decenas
de me gusta de muchos de los hermanos
subsaharianos con los que compartió
meses de miseria en el Gurugú.
Pero Koffi prefiere hablar de su presente.
Vive en un centro de menores,
donde estudia mecánica y donde «cada
uno tiene su habitación». Hace hincapié
en este detalle porque, para él, que ha
estado arropado entre matorrales, esa
habitación propia tiene mucho más valor
que para muchos otros. Por eso, no
se arrepiente de todo lo que ha pasado
hasta poder encontrar su lugar. «Aquí
nos dan de comer, aprendo un oficio y
tengo amigos», dice, entusiasmado.
Entre el infierno del Gurugú y el cielo
alemán hay un purgatorio de soledad y
clandestinidad. «La policía nos perseguía,
era un calvario. No ha sido fácil,
pero estoy feliz de tener salud, de poder
estar aquí», dice. Tras cruzar la frontera,
pasó dos meses en el Centro de Estancia
Temporal para Inmigrantes . Su
geografía de éxodo recorre por tierra y
aire ciudades como Melilla, Córdoba,
Bilbao, París y Berlín.
Pasó por varias casas de acogida y algunos
de los amigos que, como él, huyeron
de Guinea y Mali para poder entrar
en Europa, también le dieron techo en
ocasiones. En estos hogares de prestado
iba hilando su madurez prematura. Relata
que, en Bilbao, le robaron su hatillo
de nómada y que gracias a la ayuda de
uno de sus compatriotas compró un billete
de autobús para ir París y después
otro más hacia Alemania. Un destino a
la medida de un apasionado del fútbol
como Koffi. La solidaridad entre hermanos
africanos ha servido de puente entre
la miseria que deja atrás y esa valorada
habitación propia en el albergue en el
que ahora vive. También su fe, que practica
cada día con fervor. «Dios me ayudó
a entrar en Europa y me va a ayudar a
empezar una nueva vida aquí», dice.
No olvida a sus hermanos del Gurugú.
Algunos se quedaron en España pero
muchos, cuenta, viven ahora en Suiza,
Alemania, Holanda o Francia. Facebook
es para ellos una ventana que los acerca
de nuevo, cada uno en su piso de esta torre
de babel.
A Abou Dessigne lo dejó un amanecer,
el de aquel 18 de marzo de 2014 que fue
su renacer y la vuelta de su compañero
a la casilla de salida. Los dos, junto con
Nouah, que ahora vive en Valencia, y
Abou Le Sid, del que no tienen noticias,
formaban cuadrilla. «Hemos sufrido mucho
juntos. En el Gurugú sólo hay pobreza.
No me planteo mi futuro porque
sé que va a ser mejor. He atravesado lo
peor, que es la muerte».

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)