Dinero gratis
Diario de Noticias, , 31-12-2014todos rechazamos la mera visión de gente rebuscando en los contenedores. Pero, ¡ay!, nos conmueve menos la mano tendida del que pide dinero, porque extendemos sobre él una sospecha de fraude y consideramos que quizás se merezca lo que tiene. Y el pedigüeño, consciente del prejuicio, sabe que es más eficaz si menciona un valor de uso que lo justifique: para alimentar a mis hijos, para un bocadillo, para coger el autobús. Los usos son legítimos. En cambio, hay algo en la forma dinero que la hace inmoral. Vemos con buenos ojos iniciativas como los bancos de alimentos o los comedores sociales, aunque sabemos de su ineficacia: en una sociedad en la que el acceso generalizado a los bienes de uso es a través del mercado, el derecho a la subsistencia debe implantarse a través de una transferencia monetaria. Parecería lógico por tanto que, al igual que hay un sistema sanitario gratuito y universal, hubiera una Renta Básica Universal, incondicionada. ¡Dinero gratis? Nada de eso. Ahí se abren múltiples desacuerdos que reflejan esa mistificación del dinero que en la vida cotidiana nos permite aceptar de buen grado los intercambios de favores, de valores de uso, pero nos pone rígidos cuando lo que se da o se recibe es dinero.
El dinero ¡hay que ganarlo! Hay una moral del dinero que considera ilícito acceder a él sin contraprestación en bienes o en trabajo (pero aceptamos sin pestañear que reciban una renta el dinero depositado o la mera tenencia de la propiedad de un inmueble o una finca). Desde esa moral, el perceptor de cualquier subsidio a la pobreza es culpabilizado preventivamente, sometido a una sospecha de fraude. De nada sirve que las estadísticas lo desmientan. Que, por citar una evidencia, la comunidad con menor tasa de inmigrantes, Euskadi, es la que tiene la mejor de las rentas condicionadas, la que más importe dedica, más que Navarra y a años luz de las comunidades populares, atiborradas de magrebíes y subsaharianos por un curioso efecto llamada que les hace ir a donde peor los tratan. De nada sirven los datos ante los prejuicios y las mentiras.
Pero eso ya lo sabíamos: mienten y culpabilizan de forma interesada. Una buena dosis de pobreza y de miseria es buena para los negocios porque disciplina a la mano de obra y baja los salarios. Lo que sorprende es que a estas alturas del siglo XXI, cuando el capitalismo ya nos ha enseñado todas sus caras, sectores de la izquierda anticapitalista opongan a la Renta Básica una según ellos mejor propuesta: el trabajo garantizado. El Estado, según ellos, debe garantizar el empleo como vía de acceso al ingreso, aprovechando que, obviamente, siempre hay tareas necesarias en las que ocuparse. La medida es rancia, ya la puso en práctica la Francia revolucionaria de 1848 con el pomposo nombre de talleres nacionales. Y con poco éxito: aquellos talleres nacionales se cerraron porque la burguesía no estaba dispuesta a rascarse el bolsillo para dar de comer al ejército de parados una vez que el otro ejército, el de verdad, desmontó las barricadas que había levantado el hambre.
Como la Renta Básica, el trabajo garantizado tiene el mismo talón de Aquiles: necesita una reforma fiscal. Esas tareas necesarias podrían autofinanciarse si su producto se pudiera vender. Pero entonces no haría falta que el Estado las acometiera, ya lo habría hecho la empresa privada. Por contra, si esas tareas, como otras prestaciones públicas, son necesarias pero no conviene o no se puede dejarlas en manos privadas, deberían emprenderse sin más, sin necesidad de justificarlas como una forma de no dar dinero gratis. ¿O quizás es éste el problema, que damos dinero en lugar de vida, porque vivimos en una sociedad en la que no se puede vivir sin dinero? Trabajos innecesarios para que el dinero no sea gratis.
Las propuestas económicas de Vicenç Navarro y Juan Torres, sin apelar explícitamente al meme trabajo garantizado, van por ahí. Ellos proponen estimular el sector público de los cuidados y la reproducción social. Mejor sin duda que impulsar una nueva burbuja inmobiliaria. Lógicamente, contratar profesoras, médicos, enfermeras, cuidadoras, educadoras infantiles, requiere financiación. Como los talleres nacionales de Louis Blanc o la Renta Básica Universal que defendemos. Por tanto, son una vía de reparto de riqueza a través de la creación de valores de uso no mercantiles, prestaciones públicas. ¿A quién llega esa riqueza? En primer lugar a los trabajadores de esos sectores que se quieren potenciar, personal cualificado o incluso muy cualificado. La pobreza, en cambio, se concentra en la población menos cualificada, la que suministra mano de obra para el sector servicios, turismo, construcción… ¿Les llegaría algo? Un poquito, sí, en cuanto usuarios de las prestaciones. Otro poquito por la neoliberal vía del goteo, por ese café que se toma la enfermera, por esas vacaciones que disfruta el médico, por esa asistenta para casa que contrata la profesora.
Quizás porque son conscientes de que esa vía neokeynesiana va a dejar abandonados a los sectores sociales más frágiles. Vicenç Navarro y Juan Torres reconocen que debe haber algún tipo de renta. Condicionada, por supuesto. Algo que parece lógico, pero que no lo es tanto. Una renta condicionada a la no obtención de ingresos suficientes es perversa. Cuando se concede, el perceptor ya está en la pobreza. Una vez en ella, atrapado por el cálculo económico racional, el perceptor rechazará aquellos trabajos que le supongan un ingreso igual o inferior al importe de la prestación. La gestión de esa RC deberá optar entre la zanahoria y el palo, entre reducir su importe a un mínimo, para incentivar la búsqueda de empleo, o promover medidas de policía y control sobre las vidas de los perceptores. O ambas cosas. En cualquier caso, precariedad para los perceptores, escarnio y culpabilización, gastos de gestión y de policía.
Es posible que las propuestas de Vicenç Navarro y Juan Torres nos saquen de la crisis. Pero no hay duda de que rescata en primer lugar a las clases medias vinculadas al sector público y no apuesta con decisión por la erradicación de la pobreza porque no se atreve a romper con la moral del dinero: lo estima demasiado, más que la vida, para darlo gratis.
Los autores son miembros de Red Renta Básica
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