Navidades remotas
Recuerdos de infancia, nostalgia y pasión se adueñan del sentir de tres familias extranjeras con residencia en Gipuzkoa que añoran a los suyos por estas fechas
Diario de noticias de Gipuzkoa, , 24-12-2014el árbol de Navidad es algo más que un mero objeto decorativo en el hogar de María Matei. En torno a él se despliega un ritual casi mágico. Caramelos, galletas y manzanas de colores cuelgan de sus ramas, siguiendo la tradición secular de su Transilvania natal que, de algún modo, les obliga a armarse de paciencia. El caso es que nadie puede coger un solo dulce hasta el día indicado. Así lo hacía ella de pequeña, y así ha sabido transmitírselo a sus hijas. Los caramelos cuelgan de las ramas del árbol, y no será hasta el 6 de enero cuando un cura visite su casa y bendiga el hogar, abriendo la puerta al atracón. “Somos ortodoxos, y es una tradición que seguimos desde pequeños. Solo entonces, cuando el cura visita la casa, quitamos los adornos y comemos los dulces”, detalla. En realidad, hay que esperar tantos días que los críos tiran de picaresca para hacer ver que no han comido caramelo alguno, cuando en realidad se han puesto las botas. Sonríe la rumana Matei: “Echan mano de mucho ingenio. Rellenan los envoltorios con albal para que no se note que han zampado de lo lindo”.
La mujer, de 37 años, se enternece relatando lo que ocurre habitualmente en su casa. Es madre de tres criaturas, Marina, Patricia y Sabrina. Recientemente se han trasladado a Beasain. No han sido tiempos fáciles desde que María llegó a Gipuzkoa hace tres años, menos aún tras una separación matrimonial que le ha dejado sola al frente de una familia cuyo gobierno exige tenacidad y esfuerzo diarios.
Puestos a hacer balances en estas fechas tan propicias a ello, Matei asegura que, a pesar de todos los pesares, el año no le deja un mal sabor de boca. “Tengo un empleo al cuidado de una persona mayor. El trabajo no me falta, y mis hijas están bien de salud y van contentas al colegio. Más no se puede pedir”, dice agradecida.
Cánticos en Transilvania
El recuerdo de lo que fue su infancia sí es verdad que le remueve por dentro. “Son fechas un tanto tristes. Aquí te ves sola, mientras que en nuestro país estas fiestas se celebraban con bullicio y pasión. De pequeños íbamos a cantar casa por casa, como se sigue haciendo aquí. Pero también lo hacíamos creciditas, superada ya la adolescencia, y era costumbre hacerlo durante varios días. En Transilvania, por ejemplo, no se daba dinero, sino chucherías, postres, y bebida, ¡mucha bebida!”, sonríe.
Durante aquellos días Matei era una jovencita llena de vida. Recuerda cómo se iban sumando a la juerga una tras otra cuadrillas y más cuadrillas, al calor de aquel vino con especias y azúcar que “nos calentaba hasta la última vena. Cuando ya se hacía tarde, y te daban las cuatro de la mañana, todos nos quedábamos en casa de la última familia que habíamos visitado. Y hacíamos montones de comida para alimentar a todas esas cuadrillas que venían de muchos puntos del territorio”, rememora.
Forma parte todo aquello de un pasado que, como un espejo deformado, devuelve hoy una imagen bien distinta. “Ahora no es lo mismo. Yo aquí me siento sola. Muchas personas jóvenes hemos marchado del país, y en Rumanía solo se han quedado los mayores, que ya no participan del mismo modo. Así, las costumbres poco a poco se van perdiendo”.
Sus cuatro hermanos viven repartidos por medio mundo: Cosmin, en Polonia; Nicolae, en Francia; Cosmina en Rumanía y Florina en Miranda de Ebro. Hace tres años que no se han visto las caras, el mismo tiempo que lleva Matei sin visitar su país natal. “Mi hermano se casó hace dos años y ni siquiera pude ir. Algún día nos juntaremos de nuevo”, añora.
El anuncio del turrón
Nostalgia que también embarga por estas fechas a la brasileña Ligia Valentina, de 40 años. “Son días durillos cuando estás alejada de los tuyos. Cada vez que veo el anuncio del turrón, ese de vuelve a casa por Navidad, me pongo a llorar. La musiquita que ponen me sobrecoge, aunque de la misma manera he de reconocer que no me paso precisamente estas fechas metida en la cama, ni mucho menos. Me preparo la cena, pongo muchos adornos y escucho villancicos hasta marearme”, sonríe. Ni está casada ni tiene hijos, pero por estas fechas Valentina echa de menos a su familia.
Aunque una se arme de valor, dice que el problema llega cuando se apagan las velas, y la soledad se revela en toda su crudeza. “Desde que llegué al País Vasco hace cuatro años he celebrado estas fiestas siempre sola. Casualmente, este año va a ser distinto. En esta ocasión, ha sido una amiga la que me ha invitado, y supongo que celebraremos una fiesta brasileña”. Lo dice con cierta pereza. En realidad, las fiestas de Gipuzkoa no son más que un lejano remedo de la explosión de júbilo de su país. “Hay, como aquí, comida por todas partes, y fruta, mucha fruta”, explica. Pero la gran diferencia es la estación meteorológica.
Por estas fechas allí es verano, con todo lo que ello implica, alejados del recato, donde el vestido corto se extiende por doquier, algo que siempre acaba contagiando el ambiente. “Hay muchísima animación. En todas las casas se cena pavo, y se come mucha ensalada. No hay turrón, pero sí mucha bebida, y nunca falta el Panettone de Navidad”, detalla.
Asegura Valentina, auxiliar de geriatría y vecina del barrio donostiarra de Gros que, por encima da todo, perdura “el sentido de familia”. “Nos juntamos todos, hasta el perro del vecino”, sonríe divertida. “La verdad es que después de los años que llevo sin ir, cuando marcho a Brasil me llego a asustar de ver a tanta gente”.
A diferencia de gran parte de sus compatriotas, esta mujer no es amiga del bullicio, aunque abraza el sentido profundo de la fiesta. “Somos muy de Navidad. Hay personas para las cuales no es más que una fecha cualquiera, pero no es nuestro caso. Nos gusta mucho adornar la casa”, sostiene.
Salud y amigos
No destaca precisamente la decoración navideña en el hogar de Marcos Ekang, pero a sus 48 años, su corazón late al ritmo de la fiesta. “En nuestro país, en Guinea Ecuatorial, las familias celebran las Navidades de un modo similar al que se hace aquí. Eso sí, en Nochebuena, a eso de las 20.00 horas, todos vamos a la Iglesia, y después de cenar y de recordar el nacimiento de Jesús mucha gente baila o se va de discotecas”, cuenta Ekang.
Este año, como viene ocurriendo en los precedentes, la familia tiene previsto desplazarse a Tolosa, donde vive su suegra. “El problema en esta ocasión es que estoy sin trabajo y, de alguna manera, mis referencias culturales me obligan a aportar algo. No me siento bien si voy a mesa puesta sin nada. Lo vivo con vergüenza”, reconoce el hombre. “No he tenido problemas de integración, como dicen aquí, pero sí de falta de empleo. Durante los últimos años, los únicos trabajos que he conseguido han sido gracias a conocidos y amigos, y este año solo he podido trabajar cinco meses”, lamenta.
A pesar de las dificultades, no pierde el ánimo. “Por supuesto que se pueden celebrar las Navidades aunque no estemos en la mejor de las situaciones. Afortunadamente no todo se hace con dinero. Tenemos salud y amigos. Eso es más importante que nada”.
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