Los inmigrantes cobran por hacer de hinchas deportivos en Qatar

Los qataríes no acuden a los estadios y se paga a los trabajadores para llenar las tribunas y hacer la ola

La Vanguardia, ap, 17-12-2014

Los hombres forcejeaban para abordar el autobús, que se llenó rápidamente. Otros se esforzaban por colarse por las ventanillas. No eran refugiados que huían de un desastre. Eran inmigrantes que trabajan en las obras para el Mundial de fútbol que se celebrará en Qatar en el 2022 y luchaban por un puñado de dólares. ¿El trabajo? Fingir ser hinchas deportivos y llenar un estadio.

Los qataríes se jactan de que les apasionan los deportes, y el emir que gobierna el rico país del Golfo es tan aficionado al fútbol que compró el París-Saint-Germain, ahora poderoso equipo de Francia, y cabildeó además para conseguir el Mundial del 2022.

Sin embargo, cuando los ricos qataríes no tienen tiempo de acudir al estadio o no les apetece tomarse la molestia de ir, los trabajadores inmigrantes cobran por ocupar su lugar.

Por el equivalente a seis euros y medio (que no son suficientes ni para tomar una cerveza en un hotel de Doha), trabajadores asiáticos y africanos, que viven en condiciones penosas en la zona industrial de la capital, corren bajo un sol ardiente a montarse en los autobuses y se sientan luego a ver partidos de voleibol, balonmano o fútbol, aplauden según les indican unos regidores, hacen la ola –sin mucho entusiasmo- e incluso visten como los qataríes para rellenar las tribunas.

Un reportero de Ap se acomodó en uno de los tres autobuses que transportaban a unos 150 trabajadores a través del denso tráfico de coches de lujo y villas que jamás serían capaces de pagar, para acudir a un torneo internacional de voleibol. La federación decía en su página web que el campeonato atraía “multitudes”. Pero estos inmigrantes de Ghana, Kenia, Nepal y otros países, que trabajan en Qatar como conductores de autobuses y taxis para una empresa estatal y otros empleadores, dijeron a Ap que estaban ahí por dinero, no por el deporte.

Al correrse la voz por los atestados dormitorios, a las dos y media de la tarde, grupos de hombres en su día libre esperaban el primer autobús que pasara por esta calle polvorienta, en un sombrío paisaje de obras y montones de tierra apilada. El primer autobús se llenó al instante. Luego un segundo y un tercero. Más tarde, uno por uno dieron su número de empleado (sin nombres) a un hombre que, metódicamente, recorría el pasillo del autobús anotando los datos en un pedazo arrugado de papel, de modo que sabría al final a quién pagar.

En el Al Gharafa Sports Club, todo el mundo desembarcó y formó una fila. Otro hombre contó al personal tocando el hombro de cada uno y todos acudieron a ver cómo los franceses Edouard Rowlandson y Youssef Krou ganaban la medalla de bronce.Rowlandson dijo más tarde que todo era muy raro pero que “preferimos esto a jugar delante de nadie”.

Ahmed al Sheebani, secretario ejecutivo dela Asociaciónde Voleibol de Qatar, rechazó las preguntas de APp y trató de apagar la grabadora del reportero.Richard Baker, portavoz de la federación internacional, agradeció a Ap que le informara de los falsos hinchas y dijo que la federación “pedirá aclaraciones” a los organizadores de Qatar. “Esto es nuevo para nosotros”, comentó.

Pero no lo es para el gobierno de Qatar. Una encuesta realizada en enero de este año revelaba que los hinchas pagados pueden acabar apartando a los qataríes de los estadios. El Ministerio de Desarrollo dijo que dos tercios de los encuestados qataríes no asistió a ningún partido de fútbol durante la temporada anterior, y dos tercios de los encuestados citaron “la propagación de los aficionados pagados” como una “razón significativa" para no acudir.

A algunos de los espectadores contratados se les pagaba más que a otros: los que atraían personal para llenar los autobuses. Según los trabajadores, los treinta riales les dan para comprar alimentos para tres días, cuando normalmente comen sólo una vez al día para ahorrar dinero y enviarlo a sus familias. Además, ver un partido es más entretenido que deambular por la zona industrial. “Estar ahí, gritar y bailar es un plus para mí”, dijo Adu, un conductor de autobús originario de Ghana.

Después, estos trabajadores de la empresa de transporte esperaron casi tres horas en la oscuridad, en un terreno baldío, a ser devueltos a sus viviendas en los autobuses. Contactados más tarde por teléfono, tres de ellos confirmaron que recibieron 30 riales, unos seis euros y medio, cada uno en efectivo.

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