LA PROTESTA por discriminación racial prende en Estados Unidos después de que se hayan sucedido en poco tiempo dos episodios de presunta brutalidad policial impune contra ciudadanos negros. La exculpación por parte de un gran jurado del agente Darren Wilson, que mató de varios disparos al joven Michael Brown en Ferguson (Misuri), y la decisión de un jurado de Nueva York de no procesar a otro policía por causar la muerte de Eric Garner al estrangularle mientras le reducía, han levantado la ira de la comunidad afroamericana. Este sentimiento se ha exacerbado porque los vídeos no dejan en buen lugar las versiones oficiales de las autoridades. El jueves hubo una tercera muerte por el mismo motivo. Los ciudadanos negros reclaman medidas que atajen la violencia policial y la posterior impunidad de los agentes.

El racismo no ha desaparecido de la sociedad estadounidense. Los afroamericanos continúan estando en el último escalón de la sociedad, económicamente hablando, por debajo de hispanos y asiáticos, a pesar de que éstos no cuentan con las ayudas públicas que sí disfrutan los ciudadanos negros. La crisis ha profundizado esta desigualdad y ahora la relación de los ingresos medios entre blancos y negros es similar a la de la Sudáfrica del apartheid.

Resulta paradójico que la rebelión contra el racismo rebrote cuando hay un presidente negro en la Casa Blanca. Las autoridades deben reaccionar investigando a fondo las conductas y, como ya ha declarado Obama, analizando el trabajo y los métodos de las policías locales y estatales. Pero siempre habrá que tener en cuenta que el modo más realista de combatir el racismo –en EEUU, en Europa y en todo el mundo– es luchar para conseguir el desarrollo económico de los más débiles.