En Canadá los alumnos sij pueden portar un puñal simulado
Los ataques terroristas de 'lobos solitarios' acechan los avances de un país multicultural y tolerante
El Correo, , 03-12-2014El padre Orhan, ciudadano turco de la minoría cristiana siriaca, fue el encargado de leer el Evangelio el pasado sábado durante la misa que celebró el Papa en Estambul. Oriundo de Mardin, su lengua materna es el árabe y no domina el arameo, que se utiliza en una parte de la liturgia siriaca. Pero sí habla francés, por haber vivido y trabajado durante un tiempo en Canadá. En la catedral del Espíritu Santo, el Papa condenó, sin citar a nadie, el fanatismo terrorista del Estado Islámico y de toda violencia que invoca a Dios. Orhan, ordenado sacerdote horas antes por el patriarca de la Iglesia Siriaco – Católica, Ignacio Yusuf III Yunan, convivió a la sombra del multiculturalismo de Canadá, lo mismo que Martin Rouleau, el ‘lobo solitario’ –un yihadista que actúa por iniciativa propia– que mató a un soldado e hirió a otro hace poco más de un mes cerca de Montreal. Luego hubo otro ataque contra el Parlamento de Ottawa protagonizado por Michael Zehaf Bebeau, un joven sin raíces sólidas atraido por el yihadismo. Si en ese país ejemplo de tolerancia se quiebra el consenso multicultural será, sobre todo, en nombre de la seguridad.
Tanto Martin Rouleau como Michael Zehaf son jóvenes que nacieron y crecieron en Canadá, un país pacífico que se convirtió desde su nacimiento en una tierra de acogida. Uno de los primeros en condenar los ataques –tal y como ha pedido el Papa en Estambul– fue el iman Sikander Hasni, responsable de la mezquita de Ottawa y líder de la asociación musulmana ‘Kanata’. El nombre es un término iroqués (significa poblado), un guiño de la comunidad árabe a la historia y a la identidad del país que les ha acogido. En Canadá hay cerca de un millón de musulmanes (un 2,8%), pero las proyecciones de algunos centros de investigación vaticinan que ese porcentaje se duplicará en quince años.
Según datos oficiales, la inmigración representa hoy más del 50% del crecimiento demográfico en Canadá, donde se relacionan más de 200 grupos étnicos. El Gobierno cree que en 2015 el país recibirá entre 260.000 y 285.000 nuevos ‘residentes permanentes’, que entran en tres categorías distintas: refugiados, reunificación familiar e inmigrantes económicos. El Ejecutivo estima que el 65% de las personas que arriben el próximo año serán de la última categoría. De todos ellos, unos 50.000 se instalarán en Quebec. El Gobierno ha puesto en marcha un plan para reconducir el flujo de inmigrantes de acuerdo con su cualificación y redistribuir su ubicación de manera más racional –y de forma coordinada con las provincias–, ya que la mayoría ha preferido grandes urbes como Montreal, Toronto y Vancouver.
En Canadá existe una política de inmigración muy singular y el Gobierno reconoce la diversidad étnica y racial como un valor. El primer ministro actual, Stephen Harper, es un evangelista neoconservador que intenta mantener los equilibrios conciliando las identidades en un país que sufre una gran transformación en términos de poder económico y político –con Harper sopla el viento del Oeste–, con corrimientos en sus centros neurálgicos de decisión que alteran, también, los pesos culturales y podrían afectar al ‘estilo de país’, según algunos observadores. El Ejecutivo conservador ha activado una nueva ley de ciudadanía, que endurecerá los requisitos para obtenerla y ablandará los que permitan su retirada, y que no ha obtenido un unánime consenso.
A pesar de los problemas, Canadá siempre se ha enfrentado a ellos con políticas que han servido de ejemplo en todo el mundo. Como democracia moderna y avanzada, su compromiso multicultural lo sancionó por escrito en el preámbulo de la pionera ley que puso en marcha en 1971. Hasta ahora es ‘marca de la casa’. El corpus legislativo siguió creciendo con leyes como la de Inmigración (1976) y la Carta de Derechos y Libertades (1982), una especie de ‘constitución’. Y cuando ha habido choques entre las distintas prácticas religiosas o culturales se han buscado ‘acomodos razonables’ para no pisotear el derecho de nadie. Incluso, en 2005, se propuso en Ontario crear tribunales islámicos para los musulmanes para dirimir asuntos familiares por la vía civil, si bien no prosperó.
El caso del puñal
Hubo un caso muy paradigmático en esta cuestión. La comunidad sij de Canadá ha venido luchando –también otros países, para poder utilizar sus símbolos religiosos en el desempeño de sus trabajos y en la vida pública. Así ocurrió con el turbante para ser policía montado o en la escuela para portar el kirpan, un pequeño puñal. En 2001 a un alumno de confesión sij, Gurbaj Singh Multani, que estudiaba en un colegio de Montreal, se le cayó al suelo su kirpan, lo que fue observado por una madre que se alarmó al considerar que se trataba de un arma. Los seguidores de este credo llevan el kirpan, que solo puede ser usado como autodefensa o para defender a los débiles de una injusticia. El debate en la escuela se saldó con el permiso para que el chaval pudiera portar su daga curva. Más tarde, la decisión fue revocada y el estudiante solo pudo llevar una reproducción del puñal. La protección de las prácticas religiosas y la violación de derechos estuvo en el fondo de un debate que tuvo mucha repercusión pública y del que se podrían extraer muchas lecciones para los debates baratos sobre el burka que se producen en otras latitudes.
En Canadá, lo que decantó aquel debate fue la corriente de opinión que invocó la necesidad de la seguridad, según analiza Réal Fillion, del Departamento de Filosofía de la Universidad de Sudbury. La seguridad ha vuelto a ser esgrimida ahora por quienes cuestionan el multiculturalismo. Y no solo en Canadá. Los recelos se han acrecentado en Alemania o en Reino Unido, pese a que un estudio del University College London concluye que los inmigrantes de la UE aportan más a las arcas públicas que lo que han recibido en ayudas sociales. En Alemania, un sondeo revela que el 49% de los consultados en el oeste y un 57 % del este consideran el islam una amenaza, influidos por el radicalismo yihadista.
Azuzar la identidad frente al interculturalismo –la versión del multiculturalismo en la provincia francófona– le pasó factura al independentismo de Quebec. El Partido Quebequés fue derrotado en las últimas elecciones tras 18 meses de Gobierno, después de que Pauline Marois adelantara los comicios cuando los sondeos les eran favorables. Estaba en pleno auge el debate de una nueva Carta de Valores para la integración de los inmigrantes, que introducía la prohibición de exhibir crucifijos, velos y turbantes a los empleados públicos. Una cuestión que reforzaba el apoyo independentista, pero que alejaba al resto de la población, más preocupada por la crisis económica y los servicios públicos. Marois apostó y perdió: el Partido Quebequés obtuvo el peor resultado en 40 años. El fantasma del populismo fue barrido en las urnas. Con Stephen Harper está por ver si emerge una ‘canadización’ y cómo afecta al discurso multiculturalista.
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