Unidos por el king kong
El Periodico, , 02-12-2014Óscar cocina mientras su madre Yuly pone la mesa. Hoy va a ser una comida especial porque no conocen a sus invitados, una familia catalana de su barrio, Horta, en Barcelona. Probablemente sea la primera vez que sus comensales prueben la comida de Perú, su país natal, así que ante las dudas son precavidos: nada de picante.
Llegan los Sandín – Guillén y con ellos las presentaciones. Están Aida y Rafael y sus dos hijos pequeños, Emma y Eric. El último en llegar es Henry, el padre de la familia anfitriona, los Quiroz – Ching, que trabaja en una panadería, a pesar de que en su país era cocinero. Cuenta que fue el primero de su familia en llegar a Barcelona, ocho años atrás. Tuvieron que esperar tres años hasta que Yuly pudo venirse. El último en instalarse fue su hijo. «¿Y qué tal fue la adaptación a Barcelona?», le preguntan a Óscar. «Un mes tardó en adaptarse», responde su padre.
Yuly avisa de que la comida está lista. El primer plato consta de patata aplastada cubierta por una salsa con queso y leche como base. Al almuerzo se unen la hermana de Henry, Lili, y Flor, una amiga de la familia. «Es parecido al puré de patata», explica Yuly. Aida nota un toque dulce en el sabor. «Eso es porque lleva galleta», aclara Yuly. De segundo hay pollo marinado, un plato que en Perú tiene un signifcado benéfico, ya que se vende en las casas para recaudar fondos. «Se llama pollada, pero no nos atrevíamos a decir el nombre por si os daba miedo venir», comentan los Quiroz – Ching. Quien quiera puede aliñar su plato con un poco de salsa de huacatay, una hierba aromática semejante al perejil.
El postre llega cuando la mayoría hace la sobremesa. Es king kong, un dulce peruano que sella la relación. Las diferencias culinarias están siempre presentes. Cualquier plato desemboca en una conversación sobre comida. Sobre primos que tienen un huerto en Menorca donde cultivan hortalizas peruanas. O sobre las diferencias entre la paella valencina, de donde es Aida, y la catalana, la de Rafael. O sobre lo que le gusta a Henry la fideuá.
También hablan de tener hijos siendo trabajadores. Del independentismo. De niños nerviosos y niños tranquilos. Y de fútbol. Cuestiones que no entienden de nacionalidades pero que no se suelen tratar entre personas de diferentes orígenes a pesar de que sean vecinos.
Por esa razón SOS Racisme organizó esta comida, una de las veinte que tuvieron lugar el pasado fin de semana en el barrio de Horta. Se trata de una propuesta que quiere trabajar la diversidad cultural dentro del ámbito privado. «El miedo a lo desconocido y, sobre todo, los tópicos que ya existen nos hacen ver a los otros como los causantes de la crisis, nos genera desconfianza. El espacio privado permite trabajar esto de una forma diferente», explica Isidoro Barba, portavoz de la organización.
Y este es precisamente otro tema de conversación que surge en la comida. «No conocemos a nuestros vecinos», admite Aida. Es la razón que la empujó a apuntarse a esta experiencia. Yuly señala lo bien que le parece que se hagan estas cosas. «Cuando llegas a Barcelona parece que todo el mundo te dice lo cerrada que es la gente de aquí. Así se ve que no todos son así», manifiesta. «Ahora que sabemos que os gusta el picante quedamos pendientes de comer el ceviche», añade. Aunque Aida sostiene que antes toca el arroz negro de Rafael.
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