Jóvenes que son de aquí y de allá
El Periodico, , 01-12-2014El joven tiene 22 años y habla por el móvil dos veces al día con la que se convertirá en su esposa en mayo del 2015. No la ha visto en carne y hueso, de momento. Su cortejo, en noviembre del 2014, es vía móvil. Ella está en Bangladés; él, desde los 9 años vive en Barcelona y se pueden contar con los dedos de una mano las veces que ha visitado a sus padres en lo que él repite y repite es su país: Bangladés, como si los años vividos aquí no contaran en su construcción identitaria.
De hecho, pese a que vive en Barcelona, casi no conoce a catalanes. Chicos de Pakistán, sí. Marruecos, también. Rumanos, claro… Lo encuentro sobre un skate azul de plástico. Ha dejado la escuela. Tan solo ha asistido un año a clase en todos los años que lleva en Barcelona. Desde que cumplió la mayoría de edad, ha deambulado por cocinas varias. Así ha conocido los barrios de esta ciudad: Raval, Gràcia, Gòtic, Born…
Está contento por la boda, está «muy contento». ¿Cómo harás para conocerla?, ¿para saber que quieres casarte con ella? Habla hasta dos horas al día con ella, que tiene 18 años, y así la va conociendo poco a poco. «Es guapa». En esas horas diarias de comunicación telefónica SEnDa través de aplicación descargada a un iPhone penúltimo modelo: dos céntimos el minuto–, se descubren a base de preguntas.
«¿Cómo?». Se extraña por la pregunta: como quien se encuentra en la calle y se pone a preguntar por el otro, por la vida, por la familia. Así ha descubierto lo que le gusta a ella, así ha visto que es una buena opción, así ha dado el visto bueno a la «propuesta», dice, de sus padres. ¿Estás enamorado? «Es poco a poco». «No conozco a chicas aquí», y mira hacia el gentío que baja por la calle de Joaquín Costa que, en fin de semana, siempre suele tener cara de resaca.
Se acerca un grupo de hipsters guitarras en la espalda y se meten en una panadería, la señora que sale a la calle cubierta con el niqab acaba de entrar a su casa precedida por su marido y los hermanos que atienden en la carnicería miran de reojo hacia la calle, hacia donde estamos hablando.
Unos skaters franceses salen de una tienda con cervezas en la mano y se acercan varios jóvenes filipinos, uno lleva algún tipo de dispositivo electrónico entre la ropa porque sueña la música, antes el loro era visible; ahora es minimalista.
«Es lo normal así». ¿Dónde? «Entre los jóvenes». En esa normalidad no habla de Bangladés, habla de los jóvenes que, como él, aprenden a ir sobre un skate de plástico junto al hotel Vela. El skate lo ha comprado en el Decathlon de la plaza de la Vila de Madrid.
Forma parte de esos jóvenes hechos adultos en Barcelona que trabajan en los restaurantes como cocineros, camareros o limpiando mesas; beben Red Bull como sustituto de la cerveza; pasan horas en los gimnasios municipales y se reúnen en locutorios. Ella vendrá a Barcelona cuando se hayan casado. De momento, él se va en marzo. «A mi país». Entre marzo y abril, tendrá que hacer todos los papeles en un país que, pese a nombrarlo como «su país» no conoce, pero que reconoce como el suyo. «Cuando estoy ahí, quiero estar aquí y cuando estoy aquí, ahí».
Entra a trabajar a media tarde. Nunca aprendió a escribir bien en bengalí y es por eso no se intercambian wasaps. Hablará con ella después del trabajo.
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