«Mi sueño no era rebuscar en la basura»

Más de 200 personas malviven en los 15 asentamientos que hay en Valencia ciudadCruz Roja visita todas las semanas a las familias más desfavorecidas para entregarles kits de higiene y alimentos

Las Provincias, A. QUEVEDO, 29-11-2014

Valencia. En la ciudad de Valencia hay unos 15 asentamientos de infraviviendas en las que viven (o malviven) unas doscientas personas, la mayoría ocupados por ciudadanos del Este y Marruecos. En uno de ellos está Mariana. Tiene 30 años y tres hijos. Reside con ellos, con su hermana Aliana, sus sobrinos, su cuñado y la familia de su prima. En total son 15 personas en una vivienda sin agua y con una ducha portátil que les ha facilitado Cruz Roja. «Funciona muy bien y los niños están muy contentos», dicen.

A Mariana le abandonó su marido después de que metiese en casa a otra mujer. Tiene que buscarse la vida «como sea», dice, y cada mañana sale a buscar chatarra. «Antes mendigaba pero mi hijo me pidió que no lo hiciera porque sus amigos del colegio se reían de él». Trabajaba limpiando escaleras y descargando cajas en Rumania. A las cuatro de la mañana ya estaba con la fregona y hasta las nueve de la noche no llegaba a su casa. Así de lunes a domingo y apenas ganaba 200 euros al mes. Por eso decidió emigrar a España porque quería «otro futuro para mis hijos, pero esto no era lo que soñaba: no vine para rebuscar en la basura», relata Mariana mientras Cruz Roja le entrega leche, pasta, legumbres y kits de higiene. «Este gel para mi hija, que ella no tiene de esto», exclama mientras lo huele. Reconoce que en muchas ocasiones no ha tenido comida para darle a sus hijos pero desde que vive con su hermana «eso ya no pasa. Nos ayudamos todos». Y a pesar de su corta pero dura vida, Mariana dice que «es feliz porque mis hijos pueden ir al colegio y tienen libros».

Aliana tiene 40 años y está enferma: «tengo nueve enfermedades, solo me quedan dos para montar un equipo de fútbol», comenta irónicamente. Junto a ella, un niño de dos años, el hijo de su prima. La risa del pequeño contagia y su mirada no se separa de una bolsa de magdalenas que le ha dado el técnico de la ONG. El pequeño es feliz aunque ya esté abocado a la pobreza. Observa y toca cada artículo, incluso quiere levantar una caja de leche con sus pequeños brazos. Un juego para él. Sus grandes ojos reflejan la ilusión, quizá la de sus familiares que no pierden «la esperanza de que algún día podamos tener un trabajo para no ir más a buscar a los contenedores». La madre de Mariana y Aliana también vive en Valencia. Supera ya los 60 años y cada mañana sale a buscar chatarra y cartones.

A escasos kilómetros de zonas emblemáticas de Valencia, otro punto caliente de infraviviendas acoge a medio centenar de personas. Sin agua y sin luz esperan la ayuda de Cruz Roja. Varias familias comparten casa, en una pueden vivir hasta cuatro. Cuando una se queda sin comida «el que aún le queda, la reparte», dice Bulauru (mote). A sus 23 años tiene ya dos hijos. «Pocos», dice y es que a su lado está María (nombre ficticio) que a sus 35 años es madre de 10 hijos. El más pequeño tiene año y medio, la mayor 18 años y ya es madre de una niña de tres años: «el sobrino es mayor que el tío», recalca. Quiere que sus hijos estudien: «me gustaría que alguno fuese médico», pero un hombre que está a su lado se pregunta en voz alta: «¿cómo van a estudiar nuestros hijos si no tenemos dinero ni para comer?».

Mientras esperan que Cruz Roja les proporcionen alimentos, varias jóvenes van pasando con garrafas de agua. Primero vacías y al cabo de un rato llenas. Las trasportan en bicicletas o a peso. A lo lejos, entre los arbustos, una rata, «es pequeña, antes habían muchas más y más grandes», intentan quitarle importancia.

La mujer de Bulauru tiene un rostro angelical. No habla casi español y responde con la ayuda de su marido para decir que «lo que necesitamos es un trabajo». Y aunque tienen un techo dónde cobijarse, aseguran que la mayoría de ellos ha estado durmiendo en la calle durante algún tiempo. En Valencia ciudad un centenar de personas vive y duerme en la calle. Cruz Roja alerta de que al perfil mayoritario se están incorporando grupos de población que hasta hace poco tenían una situación «normalizada»

Las historias de Mariana, Aliana o Bulauru tienen algo en común: nunca dejan de sonreír . «Es lo único que no nos pueden quitar. Por ahora», dicen.

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