El drama de un ‘niño ancla’

Tras varios meses de viaje desde Nigeria llegó en patera con su madre L Al desembarcar lo esperaba una banda que quería usarlo para volver con otras mujeres a España y prostituirlas

El Mundo, Pablo Herraiz, 22-11-2014

A sus tres años ha viajado más que
muchos adultos. Sabe lo que es
dormir a la intemperie: en las calles
polvorientas de África, en las
arenas del desierto, en los bosques
marroquíes, en los tablones bamboleantes
de un cayuco y en los
centros de refugiados de España.
Es un niño sin nombre, pero porque
su nombre no debe saberse, al
igual que el de su madre, declarada
testigo protegido en el mes de
mayo y hoy acogida por una ONG.
Sí se puede contar, por ejemplo,
que son nigerianos, y que son madre
e hijo de verdad, porque así lo
refrendó una prueba de ADN realizada
cuando desembarcaron en Almería.
En la foto está el crío en
brazos de la madre, ambos asustados,
observados por la Guardia Civil
y el personal de la Cruz Roja.
En ese momento, sin ellos saberlo,
se estaba decidiendo su vida en
este mundo que llamamos
desarrollado. Pero no se estaba
escogiendo entre pobreza
y riqueza, o entre el
paro y el trabajo. En esos
momentos de pisar tierra
madre e hijo, se estaba optando
entre su libertad o su
esclavitud.
La Policía vigilaba desde
hacía tiempo a la banda que
en Madrid controlaba todos
los movimientos de esta mujer
y muchas otras. Todo
empezó como comienzan
estas cosas, con la naturalidad
de la visita de un amigo
o un familiar allá lejos, en
Nigeria. «¿Quieres trabajar
en Europa en un supermercado?
», le preguntó.
Y ella, claro, aceptó. Entonces
empezó el ritual. Primero la firma
del contrato: tanto te prestamos para
el viaje, tanto nos debes. Cifras
siempre desorbitadas, en torno a
los 50.000 euros. Y luego el vudú:
uñas cortadas, mechones de pelo,
botellas con líquidos desconocidos
y palabras arcanas.
Así se sella la fidelidad, con miedo.
«Si no obedeces, tu familia sufrirá
los peores males. Caerás en
desgracia. Moriréis todos como no
saldes tu deuda con nosotros, tus
benefactores».
Y finalmente, ella empezó el viaje
con lo puesto: caravanas por el
desierto, la llegada clandestina a
Marruecos; después dos meses,
siempre escondida, con el niño en
los bosques de Nador; mientras, sus
agentes de viajes buscaban al piloto
de la patera y le encargaban el viaje
a su manera, como ellos querían. La
mujer debía llegar sana y salva con
su hijo. Le pagarían 1.500 euros por
cruzar el Estrecho. Cuando llegue,
planeaban, «ya le quitaremos al niño,
y ella a la calle, a prostituirse en
la Casa de Campo».
Así estaban ya muchas de ellas,
porque en esta operación policial,
que se llamó Esperanza, rescataron
a nueve nigerianas y a dos niños,
aunque quizá algunos menores
más se quedaron por el camino.
Ese era el destino del niño de la foto,
ni más ni menos que repetir el
viaje a la inversa, para después volver
a España, y así otra vez, y
otra… Es la maldición de los niños
ancla, los que usan las redes nigerianas
de tráfico de personas para
introducir mujeres ilegalmente. A
una mujer sola se la puede repatriar;
a una embarazada o con un
hijo, no. Desde hace un tiempo las
pruebas de ADN a los que llegan
en barcas desde el Estrecho se están
haciendo más, pero son muchas
personas y hay pocos medios.
Mientras las pruebas no se generalicen,
seguirán llegando niños ancla,
robados a sus madres para volver
a España con mujeres desconocidas
que dicen que son sus
madres. Después llega un tipo al
centro de refugiados, dice que es
primo de ella y se marcha por la
puerta con la familia. Ya en la calle
son separados. Por eso en el momento
de la foto se estaba decidiendo
entre la libertad y la esclavitud,
porque si el Grupo VIII de la
Brigada Provincial de Extranjería
de Madrid no llega a detener a toda
esta banda, ocho personas en
total, el destino de ella habría sido
prostituirse por miedo a que su hijo
fuera asesinado; la fatalidad del
niño habría sido viajar en brazos
de mujeres que creían que iban a
ser cajeras en Madrid.
En el otro extremo de este drama
estaba Sandra, una mami, la
mala de la película. Era una proxeneta,
quizá ella misma fue prostituta
un día y lo dejó al cumplir años,
pero tenía tan interiorizado ese sino
que se pasó al otro lado. En su
casa, al detenerla, hallaron esos líquidos
negros de la foto de abajo,
el vudú, esos potingues en los que
se ahogan los sueños de ser mujer.
El drama de un ‘niño ancla’
L Tras varios meses de viaje desde Nigeria llegó en patera con su madre L Al desembarcar lo
esperaba una banda que quería usarlo para volver con otras mujeres a España y prostituirlas
Arriba, la mujer y el niño que fueron liberados, en el momento de bajar de la patera; abajo, las botellas del vudú. E. M.
En el momento del
desembarco, sin que
ellos lo supieran, se
decidía su libertad

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