La intervención del papa Francisco ante el pleno del Parlamento Europeo, en la que con términos nítidos analizó el declive ético y también político de la idea de Europa y criticó sin ambages “la lejanía” de las instituciones del ciudadano, la “burocratización” excesiva y la pérdida de valores sociales de la Unión, consecuencia de la crisis, aporta un nuevo grado al medido giro que Bergoglio ha venido imprimiendo al papado desde que fuera elegido el 13 de marzo de 2013, hace todavía sólo 20 meses. Más allá del carácter renovador de su propia designación – primer Papa jesuita, primer Papa americano, primer Papa del hemisferio sur… – , de las decisiones que ya al inicio de su pontificado apuntaban cambios – elección de Francisco como nombre, abandono del Palacio Apostólico como sede, renuncia al vehículo blindado… – y de determinados gestos y actuaciones – el abrazo a un enfermo deforme, la permitida presencia espontánea de un niño junto a él, la visita a los centros de inmigrantes de Lampedusa, antecedente de su exigencia de ayer sobre la inmigración en la Eurocámara… – , Francisco se ha empeñado en una reforma urbi, en lo que se refiere al ámbito interno del Vaticano, et orbi, en su relación con este mundo en el que necesariamente se inserta. La creación del Consejo de Cardenales (con solo dos europeos entre sus ocho obispos) con comisiones específicas para investigar y actuar sobre los casos de pederastia en la Iglesia – sin medias tintas, como se ha demostrado luego con su intervención personal en el caso de Granada – y las finanzas vaticanas y el IOR y la convocatoria el pasado octubre de la III Asamblea Extraordinaria, con las obligadas reflexiones sobre temas tan candentes y espinosos para la Iglesia católica como la homosexualidad, las rupturas matrimoniales o el celibato han iniciado el camino del cambio en la curia que Francisco parece pretender liderar y que, sin embargo, aún hallará resistencias. Otros, como el derecho de las mujeres a la interrupción voluntaria del embarazo, siguen siendo tabúes insuperables. Las mismas reticencias que encuentra su preocupación y presencia diplomática en los problemas y conflictos globales, mostrada con su carta a la cumbre del G20 en San Petersburgo criticando la intervención en Siria, con su viaje a Oriente Medio y la invitación a los presidentes de Israel y Palestina, Simon Peres y Abu Mazen, o con la medida reprimenda a una UE lejos no ya de los principios de la Iglesia, sino de la ambición social con que la diseñaron Adenauer, Monnet, Schuman y De Gasperi.