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Cuatro ciudadanos dan la cara para acallar a quienes asocian la RGI con inmigrantes y vagos
José Luis, José Enrique, Luzdivina y Alberto dan la cara para acallar a quienes asocian esta ayuda con inmigrantes y vagos
Deia, , 16-11-2014LUZDIVINA sí que sabe de economía sumergida. De esa que te hace vivir permanentemente con el agua al cuello hasta el punto de sumirte en un desahucio. Perceptora de la Renta de Garantía de Ingresos, esa ayuda que algunos se empeñan en asociar con inmigrantes y vagos, esta baracaldesa de 49 años se erige en su defensora. “No es justo echar la culpa a los extranjeros. ¿Para eso queremos ser un mundo globalizado, para que luego se metan con la gente que se mueve de su país para buscarse la vida y se les ponga de caraduras que quieren vivir del cuento? Me parece de una vergüenza increíble que les salga eso por la boca a los políticos, máxime cuando ellos roban millones y quedan impunes”, se despacha, cual tertuliana, con un discurso más que rumiado. Tampoco José Luis García, otro vecino de Bilbao rescatado por las ayudas sociales, cree que “los inmigrantes vengan aquí solo para cobrar la RGI y luego tumbarse a la bartola”.
Después del colegio, su padre la mandó a trabajar interna, pero Luzdivina echa cuentas con la habilidad de un matemático. A la fuerza ahogan. “Aunque cobres una ayuda, tienes que tener algún trabajo sin contrato para poder sobrevivir, pagar un alquiler de 600 o 700 euros, los recibos, alimentarte, vestirte, medicarte… Es que son muchas cosas. Sacar adelante a un hijo solo con la RGI es imposible”, dice quien, tiempo atrás, se vio en esas lides. Y, acto seguido, da la vuelta a la tortilla y responsabiliza a los gobernantes de que ciudadanos como ella se vean abocados a subsistir. “Tienen un sistema social montado que no nos queda más remedio que aceptar trabajos de mala manera, sin asegurar y en condiciones que no son adecuadas y cobrando una ayuda, si te la dan, irrisoria para vivir”.
Con la rotundidad de quien no habla de oídas, Luzdivina lanza un reto a los políticos que, como el alcalde de Gasteiz, Javier Maroto, acusan a algunos beneficiarios de querer “vivir de las ayudas sociales”. “Me gustaría que los políticos que dicen que vivimos del cuento se tiraran unos meses cobrando la RGI a ver si les da o no, a ver si encuentran un trabajo sin enchufes y a ver si luego tienen la cara de decir que podemos vivir solo con la ayuda. Eso cualquiera sabe que no es posible y más si tienes personas a tu cargo”, recalca esta mujer, para quien acceder a un “trabajo normalizado” sería un sueño. “Yo ya no tengo posibilidades tal y como está la sociedad. Y con las nuevas leyes que sacan, la cosa va a peor. No benefician al ciudadano de a pie, todo lo contrario, lo encasillan en pobres y ricos porque la clase media tiende a dejar de existir y eso a mí me parece una tragedia”.
Abusos en pisos compartidos Dice José Enrique Moreno, otro superviviente de la RGI, que “antes había más fraude”, que “ahora está todo más controlado” y que “lo del alcalde de Vitoria no tiene ni pies ni cabeza”. Y lo afirma con conocimiento de causa, porque este bilbaino también ha tenido que hacer carambolas para cubrir sus necesidades más básicas. “Si puedo comprar un pantalón, bien, y si no, al de dos meses. Siempre no puedo comprar ropa”.
Aunque insiste en que “no es tanto el fraude”, José Enrique considera necesario extremar la vigilancia para detectar abusos en los pisos compartidos. “Hay personas que tienen un piso alquilado, están cobrando la RGI y piden a su vez por cada habitación 250 euros. Con lo que sacan ya están pagando el alquiler y les sobra mogollón de dinero. Eso sí se tendría que controlar”, propone. No obstante, ve normal que los beneficiarios de estas ayudas las completen con trabajos esporádicos porque “con la RGI no llega para nada”. Alberto Peral, de Sestao, lo suscribe. “Tendrían que controlar más a los políticos. Si nosotros cobramos la ayuda es porque la necesitamos para sobrevivir, porque no da para más”, reitera y confiesa un deseo: “Me gustaría volver a vivir mi vida como hace la gente normal porque ahora estoy viviendo la vida a medias”.
“Quisiera comprar unas zapatillas”
Quién le iba a decir a
José Luis García, con una vida rota por la droga y un butrón a las
espaldas, que iba a encontrar trabajo nada más salir de prisión. Pues
fue poner un pie en la calle y entrar como soldador en una fábrica, en
la que estuvo cinco años la mar de “contento”. “Era responsable, me
llevaba bien con todos… Yo no he sido una persona vaga. He trabajado
veintitantos años. Empecé con 14 o 15 de peón”, explica. Pero vino la
crisis y lo echó todo por tierra. “Me mató. En 2010 fui al paro y no he
vuelto a encontrar nada”. Ahora este cacereño, afincado desde niño en
Bilbao, cobra 219 euros de RGI y otros 400 y pico del subsidio de
desempleo para mayores de 52 años. Abandonado el piso de alquiler, al
que ya no podía hacer frente, vive en la residencia que tiene Cáritas en
el barrio de Rekalde. “Si no gasto, puedo ahorrar, como mucho, 84 euros
al mes”, calcula, pero siempre hay algún imprevisto. “Acabo de pagar 50
euros para unas gotas porque me hicieron una avería al operarme de
cataratas y no entran por la Seguridad Social”, cuenta y se señala los
ojos tristes, algo faltos de esperanza. “Sé que están las cosas muy mal,
pero si pudiera trabajar, aunque fuera llevando cartones…”. Con su
primer sueldo “quisiera comprar unas zapatillas” o visitar a su hermano
pequeño en Barcelona. “Ahora no puedo ir. Llevo años sin verlo”.
“¿Quién te va a coger con 50 años?”
José Enrique Moreno es de buen conformar. Será porque las ha pasado canutas y por fin está levantando cabeza. “Conozco gente que está mucho peor que yo. No puedo quejarme. Mientras tenga para pagar la casa y comer, me apaño. Que me viene un trabajo, ojalá”, suspira este bilbaino, que ha sido camarero, peón y montador de aire acondicionado. La muerte de un hermano le partió la vida en dos y se sumió en un pozo. De nuevo en la superficie, comparte piso en Mungia con una pareja para poder afrontar las facturas con los 616 euros que cobra de la RGI más otros 250 para el alquiler. Separado y padre de un veinteañero, estuvo de paso en un piso patera. “Lo pasé fatal. Había seis personas viviendo: un colombiano, dos negros… Tienes derecho a la ducha, te dejan calentar algo en la cocina, pero nada más. Ahora puedo ir a la sala, al balcón… Estoy bastante bien”, sonríe, porque para José Enrique aquel tiempo pasado fue peor. Rodeado de amigos con mayúsculas, de esos que lo mismo le pagan la ronda que la factura de la luz, realiza tareas de mantenimiento de forma voluntaria en un centro de Emaús y no pierde ripio en Lanbide. “Entrevistas hago, pero ¿quién te va a coger con 50 años?”, pregunta y se postula: “Hago de todo: pinto casas, pongo enchufes… Me interesa menear las manos. ¿Cursos para qué, para dormir?”.
“Nos tratan como a delincuentes”
El único “vicio” que se permite Luzdivina de la Torre, toda una vida currando sin contrato en domicilios, bares y como vendedora ambulante, es gastarse 5 euros a la semana en comida blandita porque se está “sacando la dentadura” y no siempre puede masticar la que le sirven en el centro de Emaús, donde reside desde hace año y medio, en Gamiz. Antes vivía con su hijo en un piso de alquiler en Barakaldo, pero le retiraron la RGI cuando este empezó a trabajar y cayó en picado. “Lo lógico es que él se quedara con su sueldo para poder emanciparse. Dejé de cobrar las ayudas, dejé de pagar, mi hijo se fue de casa y me desahuciaron. Pillé una depresión muy grande, se me murieron dos hermanos y me abandoné por completo”. De ahí a Zamudio tan solo hubo un paso. Ahora trata de “empezar de cero” a sus 49 años. “Se me está haciendo muy duro porque ya no tengo casa y estoy sola”, confiesa. Percibe 315 euros de la RGI y otros 365 por una minusvalía del 65%, pero tras pagar las cuotas del centro que adeuda, apenas le quedan 200 para sus gastos. Con ese presupuesto no es de extrañar que le moleste estar bajo sospecha. “Nos tratan como a delincuentes. Se han montado un sistema de vida que beneficia a unos pocos, pero al resto de la población nos mantienen en el umbral de la pobreza y de ahí no te muevas”, protesta.
“Te da para sobrevivir y justo”
Alberto Peral no pone un punto final a sus frases. Pone sonrisas. Viéndolo, nadie diría que subsiste con poco más de 400 euros de la RGI. Tras pagar la cuota del centro de Emaús donde vive, en Gamiz, le quedan 185 euros para comprar ropa y los puritos que fuma. No parece necesitar mucho más, aunque añora aquellos tiempos, previos a la crisis, en los que trabajaba en un puesto de pescado en el mercado de la Ribera o montando andamios. “No tienes dinero y te ves un poco cortado, pero eso es normal, porque la renta básica te da para lo que te da, para sobrevivir y justo”. Con el currículum atorado en séptimo de EGB, pasa de puntillas sobre sus antiguas adicciones a las drogas y el alcohol. “Ha sido un fallo mío, pero me estoy recuperando. Hay gente muy buena que te echa una mano, te curas y vives bien, la verdad”, explica para animar a otros, atrapados en ese infierno, a pedir ayuda. A sus 41 años, Alberto no juzga más allá de lo que ven sus ojos. “A mí me dan la RGI porque me corresponde, pero no sé si hay gente que la chulea o no. Los que yo conozco son legales”, asegura y fantasea con qué pequeño lujo se daría si tuviera dinero. “Cualquier cosa que ayudara a la gente y a mí”. “¿Ese sería tu capricho, ayudar a los demás?”. “Sí. Yo soy así, maja”. Y despliega por vigésima vez su enorme sonrisa.
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