«La identidad se construye con la diferencia»

La bilbaína Marian Izaguirre relata choques de identidades en ‘Los pasos que nos separan’

El Mundo, BEATRIZ RUCABADO BILBAO, 09-11-2014

Era el arranque de la década de
1920 y Europa se sacudía los horrores
de la guerra. Tras la firma
de los tratados de paz, los ganadores
se reparten el dominio del continente
y cambian las fronteras.
Trieste, ciudad portuaria del derrotado
Imperio austrohúngaro, queda
integrada en Italia. Hasta allí se
traslada el joven Salvador Frei,
aprendiz del escultor Sergio Spalic,
para completar la formación artística
que había iniciado en Roma.
Su vida, sin embargo, dará allí un
giro cuando conozca de forma casual
a Edita Horvat, una mujer casada,
nacida en Liubliana y educada
en Zagreb. Ambos sienten una
atracción irresistible que los arrastrará
a tomar decisiones en un momento
y una ciudad convulsos.
Cincuenta años después, Salvador
emprende un viaje en el que le
acompañará Marina, una joven angustiada
por un embarazo no deseado,
y que la escritora Marian
Izaguirre (Bilbao, 1951) convierte
en el hilo conductor de la novela
Los pasos que nos separan (Lumen),
que presentó esta semana en
Bilbao. En él, los protagonistas luchan
por alcanzar la felicidad «por
puentes muy inestables» que «en
ocasiones se hunden», explica Izaguirre,
quien reflexiona que, como
la de los protagonistas, «la vida está
construida sobre muchos aciertos,
pero también de algunos errores
». «Tal y como se plantea Edita,
la identidad se construye a veces
sobre las pérdidas, porque junto a
las alegrías y el bienestar, también
está la desgracia, y los hitos históricos
que marcan una vida suelen
ser momentos dramáticos», señala.
La propia ciudad en que se conocen
los protagonistas busca su
identidad en aquellos años. Como
parte del Imperio austrohúngaro,
Trieste había sido su puerto más
importante y también la puerta hacia
Europa central. Terminada la I
Guerra Mundial, la ciudad se convirtió
en un «botín que todo el
mundo quería» y, en su calidad de
tierra fronteriza, también en una
fuente de conflictos.
Cuando los movimientos fascistas
comenzaron a tomar cuerpo en
Italia, la furia que en otros lugares
se dirigía contra comunistas y socialistas,
en esta ciudad se volvió en
una obsesión por la italianización y
contra los eslavos. «Prohibieron el
idioma, los expulsaron y, aunque
no usemos la palabra, hubo deportación;
ellos, por su parte, reaccionaron
creando grupos terroristas»,
cuenta Izaguirre. Sus protagonistas
vivirán de cerca este odio en un
ambiente en el que cobrará un protagonismo
especial el poeta Gabriel
d’Annunzio, inspirador de la escenografía
fascista de Mussolini y un
personaje «tan esperpéntico», describe
Izaguirre, que «atrae y repele
en la misma medida».
Atormentado por una antigua
culpa, Salvador busca a finales de
la década de 1970 cerrar las heridas
del pasado y para ello parte de Barcelona.
Su destino es Liubliana,
donde quiere dar las gracias, y Zagreb,
donde persigue un perdón.
Izaguirre señala, no obstante, que
como en la vida real, con frecuencia,
«lo que buscamos con el perdón
de los demás es una especie de
expiación o de absolución» con los
propios pecados. En su búsqueda
tiene especial relevancia un cuadro
renacentista, una Anunciación un
tanto especial por cuanto que, señala
Izaguirre, representa una virgen
sin idealizar y sin elementos religiosos
que la rodeen que, además,
aparece con una mano levantada,
«como oponiéndose al ángel».
Como parece ocurrirle a la figura,
también a Edita y, cincuenta
años después, a Marina, las persiguen
las preocupaciones de la maternidad.
«Yo misma soy una madre
feliz y no cambiaría eso por
nada, pero la maternidad también
tiene otra cara que no aparecen
nunca en las novelas: los disgustos,
la pérdida de la autonomía, el
dolor físico, la dependencia física…
», apunta la autora, quien recuerda
además a «aquellas mujeres
que se quedan embarazadas
de forma no querida» y que «nunca
antes se habían planteado querer
ser madres». «La gente tiene
derecho a elegir y no tenemos derecho
a estigmatizar a las mujeres
que deciden no tener un hijo;
yo, al menos, no me concedo ese
derecho», destaca.
Con un embarazo no deseado tras
un verano despreocupado, Marina
decide acompañar a Salvador para
obtener dinero para un posible aborto
y para esclarecer sus dudas. Será
entonces cuando descubra la Trieste
de los años setenta, una ciudad
que tras la II Guerra Mundial quedó
dividida pero que volvía a estar entonces
integrada en Italia. «Marina
ya le dice a Salvador: ‘Hasta la siguiente
guerra’», resalta Izaguirre. Y
así fue, porque poco después llegó el
conflicto de los Balcanes.
Casi cuarenta años después, el
independentismo cobra de nuevo
fuerza en Trieste. «Pero es que
sobre las identidades se construyen
las diferencias, y Trieste dice:
‘que yo no soy como Nápoles, que
tengo pasado austríaco, que tengo
sangre eslovena, croata, alemana,
bosnia’…», explica Izaguirre,
quien lamenta que Europa no haya
aprendido a manejar la variedad
de unas identidades que «a
veces entran en conflicto».

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