Es uno de los sentimientos, junto a los de indignación o repulsa, que pude sentir al ver en un informativo el vídeo de un policía municipal de Teruel acosando y amenazando a un inmigrante. Vergüenza por llevar el mismo uniforme que el citado agente y observar una actuación propia de un mafioso o un pandillero. No es el único caso, aunque seguramente es minoritario, pero también se ha visto recientemente a mossos d’esquadra maltratando en interrogatorios a miembros de la Guardia Civil apaleando inmigrantes en Melilla, o a antidisturbios saltándose todas las normas de proporcionalidad y oportunidad en manifestaciones.

La Policía en una democracia supone un servicio público al servicio de los ciudadanos; incluso puede entenderse como la defensora de los derechos de las personas frente a poderes políticos, económicos u otros. Necesitamos avanzar en la democracia eliminando actitudes de este tipo en el ámbito policial, al igual que en el de la política.

Es necesaria una profunda depuración de corruptos, sin hacer demagogias, sin decir que todos son iguales. Prueba de que existen policías honrados es que la denuncia ha sido efectuada por un compañero competente y profesional, digno de ser un servidor público.