mañana se cumplen 25 años de la caída del muro de Berlín. Sin duda fue una buena noticia, sobre todo porque acabó con la inaceptable restricción a la libre circulación de personas. No obstante, tampoco conviene olvidar que su caída precipitó el fin de algunas de las virtudes del llamado sistema comunista, que garantizaba condiciones laborales, prestaciones sanitarias y acceso a la educación que hoy en día no existen ni en una cuarta parte del planeta. Y lo que es peor, donde subsisten esos derechos, el neoliberalismo se encarga de recortarlos y acentúa la desigualdad social.

Seguramente este fin de semana escucharemos cómo conmemoran esta efeméride decenas de hipócritas gobernantes que son responsables directos de los otros muchos vergonzosos muros que existen por el mundo, algunos de los cuales los tenemos bien cerca. Es el caso de la valla con las concertinas de Melilla, donde al Gobierno del PP poco le importa transgredir normas básicas del ordenamiento internacional con tal de impedir que pise suelo español la inmigración que ahora no interesa. Desgraciadamente, no es este el único muro que se mantiene en pie. Más al sur, Marruecos tiene levantado otro de 2.720 kilómetros que condena a la pobreza al pueblo saharaui. Y más al este, Israel tiene finiquitada al 70% la que denomina valla de seguridad, iniciada en 2002, que no es sino una construcción de 721 km de hormigón y alambradas para asentarse en los territorios que va robando a los palestinos.

Todos estos muros, además del que levantó EEUU para obstruir el paso de los mexicanos, el invisible que parte por la mitad las dos Coreas; los que separan a Irak de Arabia Saudí y Kuwait, el que divide a India y Pakistán, los que construyen Egipto en su frontera con la franja de Gaza, y Turquía y Siria para restringir el paso a los kurdos, el que Botswana diseñó de forma provisional en 2003 para protegerse de Zimbabwe y algún otro ahí siguen, mientras quienes manejan el mundo occidental miran para otro lado.