DERROTA DEMÓCRATA
Obama planta cara al Partido Republicano acelerando las reformas en inmigración
El Mundo, , 06-11-2014Obama reaccionó ayer a las elecciones que han dado a los republicanos su mayor presencia en el Congreso de EEUU desde 1947, ofreciendo negociación, pero no concesiones. «Yo soy el que es elegido por todos, no por este estado o este distrito», dijo. El presidente de EEUU aseguró haber escuchado a los que le votaron y también a los que no lo hicieron, en referencia al hastío de los estadounidenses con la política.
Por ahora, todo queda circunscrito a Alaska. No la victoria republicana, sino las dimensiones históricas de la misma. Por ahora, las apuestas se reducen a saber si el poder de ese partido en el legislativo de Estados Unidos va a ser el mayor desde 1947 (en el caso, improbable, de que pierdan en Alaska) o desde 1929 (si, como confirma la tendencia del escrutinio, ganan).
Ésa es la situación en la que ha quedado la política de Estados Unidos tras las elecciones del martes. La victoria republicana es abrumadora. En la Cámara de Representantes, ese partido cuenta con el 57% de los escaños; en el Senado, con el 52% (a falta, una vez más, del dato definitivo de Alaska).
La victoria demócrata tiene, como suele ser habitual, muchos padres. Pero la derrota demócrata tiene nombre y apellidos: Barack Obama. Él es, en último término, el responsable, porque su posición como jefe del Estado y del Gobierno reviste un tremendo simbolismo, aunque en la práctica no controle el partido ni las elecciones al Congreso.
Así que ayer Obama tuvo que dar la cara. Lo hizo en el estilo que no emplea nunca en los mítines, sino en las ruedas de prensa y en las reuniones en Washington, y que es una de las razones de su creciente impopularidad: distante, frío, con tendencia a explicarse más de la cuenta y sin ninguna conexión con la audiencia.
En ese tono, Obama dejó claro es que esto no es 2010 cuando se declaró «pulverizado» tras otra victoria arrolladora republicana en las legislativas. Entonces, giró a la derecha. Esta vez, no lo va a hacer. Acaso porque sólo le queden dos años de mandato y sea la única forma de mantener una mínima relevancia, o acaso porque considere que en último término son los propios republicanos que han derrotado a los demócratas quienes han torpedeado su agenda una y otra vez.
Así lo dejó claro ayer en una rueda de prensa en la Casa Blanca. El presidente admitió que «no cabe duda de que los republicanos han tenido una buena noche», y se comprometió a «aproximarme a Mitch McConnell y a John Boehner», los dos líderes de la oposición en el Congreso. Pero declaró: «Yo soy el que es elegido por todo el mundo, no por este estado o este distrito». En otras palabras: él es el presidente.
Con el escenario político totalmente partido en dos no hay posibilidades de acuerdo en casi ninguna área. Y ahí fue donde Obama planteó, al mismo tiempo, una oferta y una amenaza a los republicanos. La oferta es una reforma de la inmigración que amigue a ambos partidos con cerca de 50 millones de hispanos que se sienten atacados por los republicanos y manipulados por los demócratas. La amenaza es que él, Obama, va a usar sus poderes legales para realizar, antes de final de año, una reforma en esa área.
Obama, así, retoma la reforma de la inmigración, que había abandonado en septiembre, precisamente para que los blancos anglosajones no votaran contra los demócratas en las elecciones de ayer. Fracasada de forma estrepitosa esa política, porque los blancos siguieron citando en contra y los llamados latinos se quedaron en casa, no tiene mucho que perder.
Pero la estrategia puede ser controvertida. Obama puede emplear sus poderes como jefe del Ejecutivo, sobre todo para frenar las deportaciones masivas y abrir las vías a la naturalización de algunos ilegales. Pero no puede crear leyes. Ésa es tarea del Congreso. Y Obama volvió a ofrecer una negociación en esa área a los republicanos. «Siempre he preferido un acuerdo bipartidista» en ese terreno, dijo.
Es cierto. Pero también es verdad que se trata de un regalo envenenado. Como recordó Obama, el Senado tiene una propuesta de reforma de la inmigración que tiene el apoyo de demócratas y republicanos. Pero el propio Boehner ha admitido que no controla al ala más conservadora de sus correligionarios, por lo que esa reforma no puede pasar en la Cámara de Representantes debido a la oposición, precisamente, de los republicanos.
Así, Boehner y McConnell deberán decidir si negocian con Obama, con lo que amenazan con encender los ánimos de los populistas de derechas del Tea Party, o si no lo hacen, con lo que corren de nuevo el peligro de perder aún más apoyo entre los latinos. Y eso es algo que el Partido Republicano no puede permitirse, porque esa comunidad, aunque apenas vota en las elecciones legislativas, sí participa más en las presidenciales. Sin llegar al 40% del voto latino, los republicanos no pueden ganar la Casa Blanca. En 2012, su candidato Mitt Romney, se quedó en el 27%.
Obama también hizo ofertas de negociación a los republicanos en el fomento de exportaciones –el presidente evitó las políticamente sensibles palabras «libre comercio»– y la reforma de la fiscalidad de las empresas. Son dos puntos significativos, pero menores, que no van a contribuir, ni mucho ni poco, al legado del presidente.
Los republicanos, por su parte, reaccionaron con tranquilidad. McConnell también dijo que las elecciones del martes habían sido «un rechazo» de los votantes a la «parálisis» que en su opinión, Obama había causado en la política de EEUU, y se ofreció a colaborar con la Casa Blanca.
Por ahora, todo son buenas palabras. Quedan por ver los hechos. En 1947, con una oposición igual de fuerte, Harry Truman fue capaz de ganar el favor del público a base de echarle la culpa al Legislativo. Está por ver que Obama vaya a ser capaz de hacer algo parecido.
>Videoanálisis de Eva Font.
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