navarra | Rose Antiburi y Christine Mukeonzia
Sida: historias de vida
Dos mujeres de Uganda traen estos días a Navarra la dura pero esperanzadora experiencia de convivir con el VIH gracias a un proyecto de trabajo comunitario y solidario. Una receta que no conoce fronteras, como la propia enfermedad
Diario de Noticias, , 23-10-2014Rose Antiburi y Christine Mukeonzia han viajado estos días a Navarra para traer un mensaje que no conoce fronteras. Aunque su país natal, Uganda, está a miles de kilómetros de aquí, en su agenda, y en el primer caso también en su cuerpo llevan un tema que preocupa en todo el planeta. El ébola está copando las portadas de los periódicos, mientras el VIH-Sida acaba cada año con 2 millones de personas en el mundo.
Pero estas dos ugandesas no han venido a hablar de muerte sino de vida. De cómo convivir en positivo con esta enfermedad que afecta a casi la mitad de la población de su región de Arua (tres veces menor que la Comunidad Foral) y que no sólo acaba con muchas vidas al año sino que también arrasa las estructuras económicas y sociales al cebarse doblemente con su piedra angular: las mujeres. Ellas son las que tiran de las familias y de las economías domésticas hasta que, en muchos casos, son contagiadas por sus propios maridos que fallecen antes que ellas, dejándolas al frente del la subsistencia del hogar y sabiendo que su cuenta atrás también ha comenzado y deben dejar garantizado el futuro de sus descendientes.
Eso le sucedió a Rose con sólo 34 años. Una maldito día de 1991 dio positivo en la prueba del VIH. Estuvo a punto de tirar la toalla. Se sintió sola y desprotegida ante una enfermedad amenazante. Sin embargo, gracias a la asociación de mujeres Nacwola y a un proyecto de Medicus Mundi cofinanciado por varias entidades navarras decidió seguir para adelante. Y lo consiguió. Hay veces que la compañía, el sentirse comprendida y apoyada tiene un efecto tan importante como los retrovirales que tanto se echan en falta por estas latitudes. De hecho hoy, con 57 años, cuenta orgullosa cómo ha logrado vivir que no sobrevivir 23. Y conocer a su nieto Lulú para el que desea un futuro diferente.
En cualquier caso Lulú podrá saber todo sobre su abuela cuando sea mayor y lea el Libro de la Memoria, un documento previsto en este proyecto en el que las personas con VIH escriben, a modo de herencia sentimental, todo aquello que les gustaría que sus descendientes sepan de ellos. El objetivo es que su huella no se borre con el Sida y, también, que los familiares se hagan cargo de los huérfanos. Pero Rose, lógicamente, no quiere hablar de su contenido. Es confidencial e íntimo. Solo personas de gran confianza como Christine Mukeonzia, la manager de Nacwola que le acompaña esta semana en su visita a Navarra, lo conocen. Rose prefiere hablar de vida y de futuro, aunque no oculta que vivir con el VIH es muy duro. De hecho volverá a su país con una imagen en la retina. Dando una vuelta por Burlada, confesaba la envidia que le daba ver a una pareja de abuelos pasear de la mano. Esta escena es inusual en su Árua natal…
Ella ya no la va a poder vivir ya que a los días de que su test diera positivo, fallecía su marido. “Me sentí sola y perdida. No sabía qué hacer, pero acabé yendo al médico, preguntando por la enfermedad y juntándome con otras mujeres en mi misma situación para sentirme más fuerte. Eso es lo que recomendaría a cualquier persona de cualquier parte del mundo una vez infectada. Que se abra, que pregunte, que se junte y luche por socializarse y por llevar una vida lo más normal posible. Está comprobado que esto alarga la vida. El mejor ejemplo soy yo”, explica mientras desea que sus hijos e hijos (Clemente y Theresh) no pasen por todo esto. A su lado, Christine asiente y explica que las personas de la organización que les ayudan en este camino no se contagian del virus, pero sí de sus sentimientos. Para lo bueno y para lo mano. Comparten sus angustias pero también sus alegrías. Pero el trabajo con 600 mujeres así merece la pena. Su testimonio presente es un canto al futuro para que no se repita el pasado. Ni en Uganda ni en ninguna parte del mundo. O que no sea al menos por falta de medios.
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